Cuidar a los hijos o trabajar: ¿una pregunta también para los hombres?
Querido David,
tienes razón. Toda la razón. Y por eso ya estoy harta, ¿sabes? Ya estoy harta.
¿Es que sólo somos culpables las mujeres? ¿Es que sólo trabajamos nosotras? ¿Es que sólo somos nosotras las que tenemos hijos? ¿Es que sólo somos nosotras las que compaginamos trabajo y maternidad? ¿Es que sólo somos nosotras las que llegamos tarde a casa?
Ya llevamos nosotras suficiente culpa sobre nuestras cabezas, para que encima nos hagan sentir más culpables los demás.
Puedo contar con los dedos de una mano las entrevistas en las que no me han preguntado por la maternidad. Antes de ser madre -¿No tienes hijos? ¿No te planteas tener hijos? ¿Has escogido tu profesión por encima de la maternidad? ¿No te da miedo arrepentirte un día, cuando mires atrás, y ya sea tarde?- y ahora que lo soy -¿Cómo compaginas trabajo y maternidad? ¿Te sientes culpable? ¿Te echan de menos tus hijas? ¿Te planteas dejar de trabajar para estar con tus hijas?-.
Preguntas a las que yo contestaría encantada si se las hicieran también a mis compañeros periodistas.
Hace unos años nos entrevistaron a Sandra Barneda , a Helena Resano y a mí. El periodista –hombre- comenzó preguntándonos si nuestras mamás –no nuestros padres, sino nuestras mamás- estaban orgullosas de nosotras por salir –sí, por salir- en la tele. No recuerdo quién fue, si Sandra o Helena, pero una de las dos le soltó, con toda la educación del mundo, lo que luego se convirtió en un comodín para tantas otras entrevistas: "esa pregunta, ¿se la harías a Iñaki Gabilondo?"
Pero no. A ellos no se las hacen.
Igual que a ellos no les critican que hagan su trabajo y vayan, por ejemplo, a una guerra.
Periodista. Y encima periodista de guerra. Mala madre. Mala madre. Mala madre.
Mala madre que no valora la maternidad y se pone en riesgo. ¿Y si deja huérfanos a sus hijos? ¿No ha pensado eso? ¿Cómo se ha ido allí si tiene hijos? ¿Qué necesidad tenía? ¿Qué quiere, que hablemos de ella?, se preguntan no sólo parte de la sociedad, sino, lo que es casi peor, los propios compañeros de trabajo. ¿Se imaginan las mismas pullas a un reportero? ¿Alguien le discute a un periodista masculino el que haya ido a una guerra? Él es valiente. Ella temeraria.
Ya le pasó a la periodista británica Yvone Ridley. Salió viva de un secuestro en Afganistán por parte de los talibanes, pero al volver a casa, al Reino Unido, tuvo que enfrentarse a los cuchicheos a su paso y a las críticas públicas, que empezaron sus compañeros periodistas, que la acribillaron a críticas. ¿Cómo se había ido a una guerra dejando sola a su hija de dos años?
Pero el de la opinión pública es sólo uno de los obstáculos al que se enfrentan las periodistas de guerra. Pero no el único. Ellas cuentan que es mejor no beber y estar al borde de la deshidratación que orinarse encima en el estrecho espacio de un tanque (ellos, por cierto, lo solucionan con botellas de plástico). O que a veces han tenido que hormonarse para evitar que la regla aparezca en el momento más inoportuno. O bajar la cabeza y parecer tonta para no ver determinadas insinuaciones sexuales de los mismos soldados de los que depende su vida. Lo explican en confidencias al oído. En público callan porque no quieren que nadie piense que son unas blandas. Quieren seguir yendo a la guerra. A ser nuestros ojos. A pesar de todo.
Así que, por favor, pregúntennos por nuestra maternidad. Pero también pregúntenles a los hombres. Que ellos también son padres. Y están orgullosos, además.
¿Verdad, David?