Curro, hijo de Paco de Lucía: "El día que murió mi padre fue el peor de mi vida"
Hay dos cuestiones recurrentes en la vida de Curro Sánchez cada vez alguien se entera de quién es su padre. Una, lo mucho o lo poco que se parece físicamente a él. Otra, la pregunta a quemarropa de si toca la guitarra (para curiosos, la respuesta es negativa). En la adolescencia fue difícil enfrentarse a ellas a menudo, pero a los treinta las cosas han cambiado porque, dice, "gracias al documental hemos resuelto las cosas pendientes entre nosotros y nos hemos acercado mucho: sin duda lo mejor que me llevo". Curro, el nieto de Lucía la Portuguesa, estrena 'La Búsqueda', un viaje sobre Paco, el hombre que le enseñó a montar en bici y el genio que se convirtió en el mejor guitarrista de la historia.
Más de tres años le ha costado poner en pie esta obra al varón de los tres hijos (sus hermanas se llaman Casilda y Lucía) que Paco de Lucía, Francisco Sánchez, tuvo con su primera esposa, Casilda Varela. Y casi no lo consigue. A una semana de grabar en México la tercera y última parte del documental, el corazón del artista decidió pararse en la playa de Cancún donde enseñaba a jugar al fútbol a su hijo Diego, uno de los dos pequeños (Antonia se llama la niña) que tuvo con la restauradora de arte mexicana Gabriela Canseco.
"El día que murió mi padre fue el peor, el más horrible de mi vida", explica Curro Sánchez, quien siempre se encargó de los vídeos de la familia y estudió cine en Nueva York. "Fue duro de cojones. No solo pierdes a tu padre, sino a tu colega de obra y al objeto de tu proyecto artístico. Quieres darle duelo pero sientes el deber de acabar el proyecto para homenajearle… y a la vez estás destrozado. Eres un mar de dudas y no sabes qué es lo correcto. Afortunadamente, actué rápido para bien o para mal: a los 11 días estaba encerrado reeditando el documental y pensando en qué final darle", añade.
Ese final del que habla es una de las partes más íntimas de su aventura, pero mejor no desvelarlo. Solo diremos que está concebido con optimismo y alegría al ritmo de 'Entre dos aguas', todo un himno emocional. Como dice Curro, "el tono era de justicia, porque mi padre tuvo una vida buena". Antes pueden descubrirse muchas cosas que no se sabían sobre Francisco, el chico acomplejado que bajaba la cuesta de Algeciras con miedo a que las vecinas dijesen algo de "sus piernas gorditas". O cómo aprendió a tocar la guitarra a los siete corrigiendo un ritmo a su padre en el patio de la casa, o cómo creyó haber visto "al mismísimo Mesías" al oír cantar a Camarón una noche de juerga. "Quería contraponer su dimensión internacional con la de creador enfrentado a su obra en la cueva", puntualza Curro.
¿El documental os acercó?
Sí, mucho. Ten en cuenta que mis padres se divorcian cuando yo tenía 13 años y tenía una relación buena, correcta con él, pero no exactamente una estrecha de padre e hijo. Ha sido este proyecto el que nos ha vuelto a unir. Fue precioso, la verdad, es con lo que me quedo de todo esto. Haber podido pasar ese tiempo con mi padre al final.
Toda una catarsis…
Sí… [pausa] Y también profesionalmente. Desde el punto de vista creativo, en lo grabado se ve también cómo vamos de una relación un poco fría, torpe, quizá algo condescendiente a unas charlas animadas y con sentido del humor de adulto a adulto, de amigo a amigo, entusiasmados haciendo algo juntos. Ese paso evolutivo que dimos es la cosa más maravillosa del documental y mucha gente no lo llegará a saber… pero es el gran gol: la cercanía que reconquisté con mi padre.
Está muy bien hacer las paces…
Fue muy redentivo. Mucha gente tiene cuestiones no resueltas con sus padres que no llegan a solucionar y yo he tenido la suerte de solucionarlos. Pensaba que no iba a pasar, sinceramente, pero este documental ha hecho que lo consigamos. Fue el pretexto perfecto.
¿Recuerdas la última vez que os vísteis?
La última vez que le vi con vida fue un septiembre, en Mallorca. Comimos juntos y luego se fue su mujer con mis dos hermanos pequeños y nos quedamos solos varias horas. Hablamos de todo sobre nosotros y su vida: nunca habíamos tenido una conversación así de sincera, fue algo premonitorio. Relajados, bebiendo cervezas, sentados, charlando… unas siete horas en las que hablamos de todo. Un recuerdo que estará conmigo siempre [se le ponen los ojos acuosos].
¿Cómo le definirías en tres adjetivos?
Humilde, profundo (pese a que a él le diese mucha vergüenza que se le tildase de eso) y empático… transmitía una empatía brutal.
El se definía también como una persona 'pa'dentro'...
Escuchaba mucho, se te quedaba mirando mientras hablabas y pensabas que estaba pasando de ti, que estaba pensando en su próxima canción, y acababas de contarle tu rollo y te decía: 'eso está muy bien, hijo, pero creo que lo que tienes que hacer es tal y tal'. Y solía acertar y te desmontaba toda la estructura y tú pensabas que era un poco de otro universo. Tenía un aura especial, muy mítico, notabas que estaba irradiando algo. Y no ya porque fuese un músico reconocido, sino porque era de esas pocas personas que tenía algo especial. Un magnetismo, unos ojos que te clavaba así cuando te miraba serio y te quedabas petrificado. Un ser distinto… y voy a dejar de echarle flores [risas].
¿Dudaste mucho sobre acabar el documental o no?
Mucho, pero creo decidí seguir por una razón egoísta: de ese modo tuve a mi padre durante algunos meses lleno de vitalidad y de energía contándome más sobre su vida. No solo está el material que se ve en el documental, tengo muchas más horas grabadas. Un día podía estar hablándome del amor, otro de la muerte, otro de su juventud… Así estuve encerrado bastante tiempo.
¿Hiciste el duelo ahí?
Creo que el duelo empieza ahora. Asimilar su pérdida empieza más ahora que durante este proceso de 'autoengaño' en el que me he encerrado en el mundo de mi padre. Ha sido un verano muy duro de tomar decisiones rápidas, taquicardias, insomnio, pensar que no estás a la altura de narrar bien un personaje tan grande… y llegar a 'matacaballo' al Festival de San Sebastián.
Se me están poniendo los pelos de punta…
Y a mí [sonríe]… Hubo una mano interventora [señala al cielo] que hizo que al final todo saliese bien y que la gente esté contenta con el resultado.
Hay una escena en la que Paco le pregunta a tu hermano pequeño si es verdad que es tan serio como dice la gente y el niño responde que ni de lejos…
[Risas] Sí, es gracioso cuando dice eso de '¿Pa'dentro? ¡Si tú eres de cachondeo!'.
Sorprenden esas píldoras de sentido del humor y la verdad es que hay varias. En la sala se reía mucha gente.
Queríamos reivindicar eso también: todo el rato le decíamos mi hermana y yo que por favor se relajase, que contase las cosas como es él, con su guasa, para que se viese también que no todo el tiempo estaba atormentado y creando.
Hay algunas ausencias: la parte de sus amores y vosotros, los hijos. ¿Por qué?
Fue deliberado. Pensé que era menos interesante construir la historia de dentro a fuera que de fuera a adentro. Quería interpretar al personaje metódicamente, intelectualmente… incluso desde una perspectiva un poco fría. Luego me fui metiendo en la persona, creando un clima más cálido. Es cierto que fue un proceso natural y que llegó mientras rodábamos, pero no quería regodearme en el lado personal porque lo fácil para mí era tirar de VHS y fotos de infancia o meter de pronto un vídeo viendo los dos un partido del Real Madrid. Eso era gratuito.
¿Fue difícil convencerle?
No lo tenía claro al principio. Él ya había hecho otros documentales y me decía 'pero hijo, qué es lo nuevo que vas a contar tú' [imita el acento andaluz]. Le expliqué lo que yo quería hacer y parece que eso le convenció ¡y luego ya estuvo entregado!
¿Te dio algún consejo?
El único que me dio fue que no esperase gustar a todo el mundo. Le ensené la primera parte y le dije que tenía miedo de que fuera muy lento y me respondió: 'si vas por esa senda, nunca vas a hacer nada bueno. No puedes esperar hacer algo para el público, a quien le tiene que gustar es a ti mismo'. Desde ese día, me basé al cien por cien en esa premisa.
¿Estás satisfecho con el resultado?
No he tenido un segundo de calma, todo ha sido muy rápido. En San Sebastián en la premiére alguna gente acabó emocionada y me hicieron una ovación de tres minutos… y yo tenía la mandíbula tensa y dolor de espalda y solo pensaba en que me aplaudían porque era su hijo y no se iban atrever a decirme que el documental era una mierda. Ese era mi miedo y mi neurosis, porque eso es algo que heredé del 'jefe', la neurosis creativa y el punto perfeccionista. Era mi gran noche y solo pensaba que tenía que mejorar el sonido al volver a Madrid. Luego fui asimilando y fue muy hermoso y me quedé con esa sensación tan bonita de cuando la gente conecta contigo durante un ratito en una sala de cine.