#Lotuyoyanoesmío
Así, añadiendo la almohadilla del hashtag, porque si todos sumáramos las veces que hemos sentido algo parecido lo convertiríamos en trending topic. Me refiero a ese hormigueo al percibir que el otro se nos escurre como jabón en la bañera, a la intuición de que lo que antes fue algo compartido ahora es solo suyo. Puede que ahí ande el error, porque en el amor cualquier posesión sería, además de nociva, una falacia.
Resulta fácil auto convencernos de que quien estuviera enamorado de verdad no nos traicionaría, que si amas bien no obras mal, que cuando dos contemplan ante sus pies un mismo camino no conciben que bajo las suelas se cuele una tercera vía… Pero nadie está libre. Ante la infidelidad solo caben dos reacciones: o la miramos de lejos o la tomamos por los cuernos. No hay que esquivarla, al contrario, hay que soltarle a quemarropa: “¿Qué demonios pintas aquí? ¿Por qué te has inmiscuido en mi vida y no en la de otr@?” A lo que ella replicará que sus visitas, como las de Hacienda, son indiscriminadas. Por descontado que no me extraña, aunque no abundaré en detalles, pero conozco a la perfección ese hielo que empieza a correrte por las venas cuando descubres un mensaje que no debiera colarse en un mail supuestamente profesional. El temblor en el párpado del otro tras encajar tu pregunta -esa maldita pregunta que a ti te ha costado una barbaridad formular y a él se le ha atragantado en el gaznate-, seguido de tu sudor en las palmas de las manos mientras escuchas una excusa con menos peso que una pluma. Quizá mienta él. Quizá te engañes para no lesionarte. O puede que el embuste lo urdieras tú, incluso sin tener nada que ocultar en apariencia e ignorando que las sonrisas, alguna confidencia, un café a deshora, esconden a veces más que un polvo a traición.
En realidad podría escribir un glosario de post sobre la infidelidad -hace años la fragilidad de las relaciones me inspiró un ensayo de casi 500 páginas llamado ‘Pareja, fecha de caducidad, hazte una idea si da de sí’-, pero he recurrido al diccionario de la RAE para no divagar y ahí reseña “falta de fidelidad” por lo que continúo rastreando fidelidad, y me topo con “lealtad, observancia de la fe que alguien debe a otra persona”. Ahí está la clave, pues lo que entendemos por lealtad al otro suele ser flexible y se acomoda al pacto suscrito por cada pareja. Por tanto, si negocias los límites de forma laxa es probable que en pocos casos la trasgredas, pero si ambos sois estrictos… daos por perdidos.
Además, a medida que engordan las coartadas la infidelidad está más al alcance de la mano de tod@s. E internet es el gran refugio, una llave para franquear una puerta que no deja rastro. ¿O sí? Verónica Alcanda (www.alcandamatchmaking.com), la Celestina del siglo XXI, me asegura que uno de cada cuatro individuos ha mantenido algún tipo de relación sentimental a través de internet. ¿Son duraderas? ¡Ah, eso es otro cantar! Quizá por ello Verónica pesque amor en otros caladeros. No te pierdas nuestro último videoblog. Como poco sonreirás con nosotras.
PD: A pesar de todo, sigo creyendo que la fidelidad es posible.