Alberto de Mónaco o la historia del príncipe que intentó retrasar lo inevitable
Cuando en mayo de 2005 una azafata de vuelo llamada Nicole Coste interpuso una demanda de paternidad contra el Príncipe Alberto de Mónaco ocurrió algo muy curioso: algunos de sus súbditos respiraron tranquilos. Para muchos de ellos, un hijo bastardo era la prueba necesaria para anular los rumores de homosexualidad que habían perseguido al monarca desde hacía casi dos décadas. Parecía que el destino había optado por usar ese viejo truco de dar primero la noticia mala y le había funcionado. Olvidemos lo del hijo bastardo, ¡a Alberto parecen gustarle las mujeres! Suspiro de alivio, caras de esperanza.
Alberto es el Príncipe que Mónaco nunca llegó a aceptar, o tal vez fue él quien no llegó a pillar el gusto a Mónaco. Desde su juventud pareció mostrar bastante más interés en exactamente cualquier cosa que no fuesen sus obligaciones como heredero al trono y sus intereses medioambientales chocaron de frente contra la filosofía de opulencia del principado. Frente a la fotogenia y belleza de sus hermanas, él es un príncipe calvo y siempre con tendencia a sobrepeso. Los tres, en cualquier caso, se han encargado de mandar a freir espárragos la imagen inmaculada que Rainiero y Grace Kelly habían fabricado del principado a base de un goteo de titulares que harían temblar de terror a la mismísima Casa Real Británica.
A decir verdad, antes del episodio de los hijos bastardos (al que tiene con Nicole Coste hay que añadir a Jazmin, que se conoció un año después y hoy tiene ya 18 años), él era el más discreto y calmado de los tres. A principios de los años ochenta unas fotos suyas desnudo en un barco y pasándoselo bien con una chica fueron publicadas por la revista americana Hustler, pero extrañamente no trascendieron mucho más allá. Su único 'pero' hubiese podido ser su fama de playboy, pero sin duda era un defecto necesario para equilibrar la balanza: cada vez que la prensa no hablaba de él para llamarle bragueta brava, era para decir que era gay.
Las mujeres con las que se le ha relacionado son de rompe y rasga: las modelos Angie Everhart y Tasha de Vasconcelos, la actriz Brooke Shields o la mismísima Claudia Schiffer son algunas de sus conquistas. En 2005 la prensa alemana llegó a asegurar que mantenía un romance con Telma Ortiz, noticia que fue desmentida con demanda judicial de por medio.
Pero los rumores con supuestas pruebas también iban por el otro lado. En 2004 muchos medios se hicieron eco de que el tabloide escandinavo Aftonbladet tenía en su poder unas imágenes de Alberto de Mónaco retozando desnudo en la nieve junto a una mujer y tres hombres, muy atractivos todos ellos, durante unas vacaciones de los amigos en Kattuwerna, al norte de Suecia. Las imágenes, que se sepa, nunca las vio nadie. Pero la noticia se propagó desde medios gays hasta medios generalistas como El País o ABC.
Con la salud de Rainiero cada vez más afectada, la prensa empezó a preguntarse también si Alberto estaba preparado para asumir su papel de príncipe de un debilitado Mónaco, que añoraba tiempos mejores. Un artículo de la edición española de Vanity Fair oportunamente publicado este mes recoge el testimonio de varios expertos que no dan precisamente una gran nota a su gestión. Alberto pretende acabar con la especulación que convirtió a Mónaco en un paraíso fiscal y centrarse en la defensa del medio ambiente, actitudes que no fueron precisamente recibidas con alegría en la ciudad en plena crisis mundial.
El proyecto de una isla artificial de 15 hectáreas con viviendas, tiendas y hoteles de lujo parecía más acorde con la filosofía del lugar, pero la crisis económica y repentinos resquemores de corte ecologista dieron al trasto con este sueño de aumentar el tamaño del pequeño principado hacia el mar.
Ni Jazmin ni Alexandre, los hijos ilegítimos, podrán acceder nunca al trono (las leyes monegascas exigen que los herederos nazcan dentro de un matrimonio católico o que, en su defecto, los padres se casen tras el nacimiento). Lo cual deja el futuro de Mónaco en manos de los hijos que Alberto pueda tener con Charlene Wittstock, su futura esposa de 30 años. Si no fuera así, la línea sucesoria nos llevaría a Carolina y después a Andrea Cashiraghi.
Sí, a nosotros nos encantaría y seguramente al 90% de los lectores también. Pero es probable que Mónaco tal y como lo conocemos desapareciese definitivamente del mapa.