Botox y exhibicionismo antes de los 18
Algo pasa en la prensa, que está llena de menores de edad comportándose de manera extraña. Un ateo diría que estamos en verano y no hay muchas noticias. Un creyente diría que ya escucha el galope de los cuatro jinetes del Apocalipsis. Las pruebas son las siguientes (y una de ellas es católica). Primero, Miley Cyrus enseña las bragas y se morrea con sus bailarinas a los 17; segundo: Kendall Jenner, hermana de Kim Kardashian, posa en bikini en esqueléticas posturas a los 14. Tercero: la cantante filipina Charice Pempengco, que se hizo famosa en EEUU gracias al programa de Oprah Winfrey, va a aparecer en la serie 'Glee', pero antes se le ha inyectado botox y se le ha sometido a un "tratamiento rejuvenecedor". Tiene 18 años, aunque no aparenta más de 15. ¿Querrán hacerla pasar por neonata?
Hay un nombre que viene a la cabeza inmediatamente a la hora de pensar en menores haciendo cosas que no deberían estar en su guión: Brooke Shields. En 2009 la Tate Modern Gallery organizó una exposición llamada 'Pop Life' (¿cuántos discos, libros, blogs y perfiles de fotolog tienen ese maldito nombre, a todo esto?) donde se mostraba una imagen que el fotógrafo Gary Gross (ojito, que significa "grosero" en inglés) había tomado a la actriz cuando tenía diez años y en la que aparecía recién salida de la bañera, enseñando sus pechos y mirando desafiante a la cámara. También estaba exageradamente maquillada, como se maquillan las niñas cuando se quieren disfrazar de su madre (y más si ésta es una corista).
La policía retiró la foto tras el primer día de exposición. Había sido hecha en 1975 y a Shields le pagaron 45 dólares. Fue tomada para ser incluida en un libro llamado 'Sugar and spice' y publicado por (¡jarl!) la editorial Playboy. La juventud de Brooke Shields pareció ser una continua provocación a las leyes sobre obscenidad y explotación infantil. A los 12 años apareció en 'La pequeña', de Louis Malle, donde interpretaba a una niña que vive en un prostíbulo y aparecía desnuda en varias secuencias. Rodó 'El lago azul' en 1980, con 14 años, donde los desnudos y el sexo eran parte central de la trama (aunque una doble la sustituía en los planos más comprometidos). También con 14 años protagonizó una de las campañas más polémicas de la historia de la publicidad. "No hay nada entre mis vaqueros y yo" decía en un spot de Calvin Klein en el que se limitaba a silbar tras un fondo blanco, embutida en los vaqueros. Era el inicio de su carrera y también la del diseñador, prácticamente.
Brooke Shields tuvo una infancia con más desnudos y salidas de todo que todas las que vendrían después juntas. Pero las diferencias entre Shields y esta nueva remesa de barbies son dos. En primer lugar, Shields llevó una juventud errática en la que se colaba en los reservados de Studio 54 cuando no tenía edad legal para tomarse ni una cerveza, mientras Miley Cyrus y demás criaturas Disney crecieron defendiendo su condición de cristianas y se anunció a bombo y platillo que, en muchos casos, habían crecido con un anillo de castidad adornando sus deditos. La otra diferencia se llama Internet. La reacción del público es hoy inmediata y ya no existe nada parecido a los imprevistos. Que poses en topless, enseñes las bragas o simules posturas sexuales en el escenario ya nunca más será un accidente.
La situación es paradójica: la juventud es un valor cada vez más al alza (échese un vistazo a la última lista Forbes de los 100 más poderosos de Hollywood), pero se exige que la mayoría de sus figuras actúen y se vistan como adultos. Miley Cyrus comienza a copiar a sus 17 años las mismas poses sobre el escenario que Madonna hizo famosas cuando ya tenía treinta y pico. Lo de Brooke Shields posando desnuda siendo una menor era cuestión no sólo de fata de cautela por parte de los que la rodeaban, sino que tenía algo de perversa inocencia. Que directores como Louise Malle se fijasen en aquella criatura ofensiva es la prueba. Eso la hacía diferente, algo que hoy tampoco se estila nada. No se debe a que todas las canciones y películas adolescentes sean iguales ni a que Demi Lovato y Selena Gómez puedan confundirse si miramos desde una distancia mayor de diez metros. Es un poco más retorcido que eso.
Charice Pempengco, de 18 años y que, como decíamos, no aparenta más de 15, ha sido sometida, según declaró una maquilladora, a un "procedimiento de endurecimiento de la piel y Botox para hacer su rostro, naturalmente redondeado, más puntiagudo". Este procedimiento va a hacer que parezca mayor, pero también la va a hacer más... blanca. "Todo el mundo estará preguntándose '¿qué pinta va a tener Charice?'", ha declarado la propia Charice. "¿Será lo suficientemente buena para poder competir con Rachel Berry [otra de las protagonistas de la serie]? Así que, efectivamente, hay una presión tremenda". La respuesta, tras ver las últimas fotos de Charice, es que desde luego no va a tener pinta de filipina. Y no es la primera vez que un aclarado de la piel trae cola.
Que las menores de edad se maquillen, posen con posturas eróticas o vean cómo se manipula su físico supone un problema que va más allá de que sea o no moralmente condenable: es sencillamente un coñazo. Ya no es señal de rebeldía, como pudo existir en un anuncio de hace 30 años en el que una adolescente sugería que no llevaba ropa interior. No hay ni rastro de desafío aquí, es más bien la aceptación de una derrota: lo hacen por ser exactamente iguales a todas las demás. Especialmente, a las que les doblan la edad.