Agárrense que vienen curvas: "Angelina Jolie y su vacuo marido Brad Pitt ganan unos cuarenta millones de dólares al año en películas violentas y dan tres de ellos a los niños hambrientos, haciendo que les importa mucho la humanidad mientras paren a más niños tontos que consumirán más de lo que les corresponde y arruinarán todavía más la Tierra". Las palabras son de la actriz y cómica Roseanne Barr, que la lió parda en el año 2008 cuando las posteó en su blog personal, ahora ya borrado. Se pasó cuatro pueblos, pero puso voz a cierto sector del público que está de las buenas acciones de los ricos y poderosos de Hollywood hasta el mismísimo gorro.
Todas las estrellas de Hollywood están de acuerdo en que es una "obligación moral" para ellos ayudar a los menos necesitados desde su posición de multimillonarios. Esto les honra, pero lo que falla entonces es la ostentación que hacen algunos de algo que, según ellos mismos, es precisamente una "obligación moral". Brad Pitt y Angelina Jolie recibieron 14 millones de dólares de la revista People (ayudada en parte por la filial inglesa de Hello) por la portada de sus gemelos Vivienne y Knox. El dinero de las fotografías fue destinado a asociaciones humanitarias, pero resulta que Brad y Angelina forman uno de los matrimonios más ricos de Estados Unidos. Dar 14 millones a una asociación humanitaria es un acto de generosidad al que no se le pueden poner pegas mire por donde se mire, pero resulta contradictorio que los acepten viniendo del mismo tipo de medios de comunicación que ponen verde en cuanto tienen oportunidad.
Cuestiones humanitarias aparte, Angelina Jolie es un personaje que resulta cansino desde hace muchos, muchos años. Su discurso sobre el amor a los cuchillos, la sangre (como la de su hermano, que llevaba en un bote) y la bisexualidad estaba pasado de moda antes de que ella recurriese a él por primera vez. La situación ha ido a peor: su discurso versa ahora sobre el amor a su marido, a su faceta humanitaria y a sus películas, más exitosas cuanto más descafeinadas (véase 'Salt'). Su mera presencia en la portada de una revista es señal inequívoca de que hay varias páginas malgastadas en el interior. Y lo peor de todo es que eso suele ocurrir cada mes.
"Gran selección de papeles, una devoción por hacer el bien y una hermosa familia: Angelina Jolie y Brad Pitt podrían impartir un master sobre el estrellato", dijo la revista Entertainment Weekly cuando los incluyó en una lista de lo mejor de la década 2000-2009. La comparación con Richard Burton y Elizabeth Taylor, otra pareja mayúscula para los medios, salió a relucir en esa ocasión igual que lo ha hecho muchas otras veces por parte de analistas de la actualidad. Es un completo insulto: Burton y Taylor apasionaban al público por llevar una relación llena de engaños, adicciones y giros de guión. Aquello era una montaña rusa con loopings. Lo de Brangelina es un paseo en el tren turístico de un museo de cera.
Muchos hablan de George Clooney como el heredero natural de Cary Grant. Existe, desde luego, un rumor bastante concreto que persiguió a Grant y también persigue a Clooney (sí, ése que estás pensando). Por lo demás, no pillamos las semejanzas: la elegancia de Grant en los años 40 suena más bien a mezcla de apatía y almidón en pleno año 2010. No es sólo que lo piensen algunos observadores, es que el propio Clooney lo admite: "aburro a las mujeres".
Su papel de galán es uno de los más vacíos que han dado los últimos años. Si el pobre Paulo Coelho ha llegado a funcionar como respuesta automática para que todas las modelos y actrices que no han tocado un libro en su vida lo nombren como su autor favorito, lo de George Clooney se puede aplicar a todas aquellas damas que nunca han dedicado más de dos minutos a pensar con quién podrían ponerle los cuernos a su marido. Sí, George cumple su función como galán clásico, no hay duda, e incluso es necesario que exista uno en el cine. Lo malo de la palabra "clásico" es que es ese tipo de adjetivo que a veces sirve como eufemismo para definir aquello para lo que no encontramos ningún otro adjetivo que merezca la pena.
Y si antes sobrevolamos la palabra ostentación, volvamos a ella ahora para empaparnos. Ayer, en la gala de los Emmy, George Clooney recogió un premio Emmy honorífico por su labor humanitaria. Esta labor consistió en poner en marcha tres especiales de televisión ('America: a tribute to heroes', tras el 11-S, 'Tsunami Aid: a concert of hope' y 'Hope for Haiti now') destinados a recaudar fondos para desastres como el tsunami del sudeste asiático de 2005 o el terremoto en Haití de 2010. Fueron también tres labores humanitarias que se emitieron ante millones de espectadores. Como no podía ser de otra manera, Hollywood se lo agradeció en otra gala que se emitió ante millones de espectadores. Si a ti y a mí, que estamos sentados ante un ordenador, este premio nos parece poco más que un acto de peloteo máximo entre colegas de plató, no quiero ni imaginar lo que le parece al misionero que está ahora mismo en Haití manchándose las manos. Este comentario suena clásico y previsible, sí. Pero ayer, sobre el escenario, George Clooney y el pseudo-altruísmo hollywoodiense también volvieron a parecerlo una vez más.