Hay una serie de portadas de ¡Hola! que nos indican qué día del año es. La de la fiesta de Porcelanosa en alguna mansión británica es una de ellas. Si Preysler sale en portada con algún actor famoso, estamos próximos a la nochevieja. Este año le ha tocado a Clive Owen y también a Carlos Baute que parece que estrena novia y digo parece porque sinceramente es idéntica a la anterior, si no nos dijeran que es nueva, pensaríamos que es la de siempre.
El reportaje rezuma elegancia y todo es mega ideal, pero eso es lo de menos. Lo que ya este año resulta realmente llamativo es la diferencia entre Preysler y el resto de los que posan. No me refiero a que Preysler parezca más joven que su hija Ana Boyer, a la que parece que quieren presentar en sociedad, teniendo que en cuenta que las otras ya están colocadas con sus respectivos millonarios, no. Hablo de que Preysler aparece literalmente pintada al óleo. Los retoques que ¡Hola! dedica a la esposa de Boyer van más allá del simple photoshop. Es puro arte. Como si Revello de Toro hubiera cogido una foto de ella y le hubiera pintado un retrato quitándole 30 años, que es como se hacen los cuadros de la alta sociedad.
Pero esta afición al retoque absurdo porque Preysler, que es guapa, parece una especie de alienígena extraña, algo así como una anciana que intenta ser adolescente (en mi opinión, el photoshop la envejece porque es obvio que no está así de 'lisa' y uno piensa que tiene más arrugas y peor tipo del que en un cara a cara tiene). Y además debe plantear problemas de protocolo. Imaginamos al manager de Clive Owen diciendo que se niega a que a que retoquen hasta lo ridículo al actor. Así que en la foto que acompaña este reportaje, se ve claramente que en el lado de Preysler hay un velo y una artificialidad que no existe si nos fijamos en la parte derecha, donde está Owen. El tiene algún brillo, pequeñas arrugas... es humano, vaya. Ella no. Ella tiene un extraño tono ocre, como si fuera metálica y muchas menos arrugas que este señor al que le debe llevar como 20 años.
Pero el problema vuelve a repetirse cuando posa con su propia hija. Ana Boyer no llega a los 30 años pero, claro, si posa junto a su madre, en la revista están obligados a usar con ella también el photoshop. Ana se sacrifica así que esta chica mona, joven, con esa frescura que dan los veinte años, es una especie de ser raro. Incluso podríamos pensar que es una señora de 40 que gracias al photoshop parece que tiene 20. El mundo al revés. Aunque fuera sólo por el bien de su hija, Preysler debería apearse de esa adicción al photoshop. Que como no se den prisa a Ana se le va a pasar la fotogenia y va a tener que trabajar para ganarse la vida.