El día de la madre inunda las mochilas de los niños, los grandes almacenes y las floristerías. Pero hay unas madres invisibles que no son celebradas ni mencionadas jamás. Son las silenciosas madres sin hijos. ¿Qué es una madre sin hijo? Una mujer sin hijos enamorada de un hombre que ya tuvo descendencia con otra mujer. Y no, no son las madrastras de los cuentos. Porque cuando hay madrasta no hay madre. Cuando hay madrastra la madre ha muerto y entonces llega una malvada mujer que manda mucho y quiere poco (o nada). Las madres sin hijos conviven por definición con otra madre, la de verdad. Y además, saben querer.
Las madres sin hijos tienen que montárselo muy bien para que su amor y su cuidado no haga daño a nadie: ni a la “madre de verdad” ni al “hijo de mentira”. Preparan bocadillos, tienen calendarios en sus cocinas con cruces que recuerdan excursiones, cumpleaños y extraescolares; conocen la dosis de Dalsy y de Apiretal, saben hacer trenzas, frecuentan los parques infantiles, aman a sus criaturas… Pero no son madres y no son “sus criaturas”.
La escritora Jenn Díaz es madre sin hijo y ha escrito largo sobre el tema. Puedes leer sus diarios de madre sin hijo en La tribu de Frida, uno de los espacios más geniales que he encontrado en Internet dirigido por Carmen G. De la Cueva. A lo que iba. Jenn Díaz describe así lo que es ser una madre sin hijo: “Tengo bajo mi cobijo la vida de una criatura, que no tuve en mi vientre pero sí tengo en mis días”. Otra escritora y madre sin hijo a la que he leído hace es Eve Ensler Espléndido su libro “De pronto mi cuerpo” (Capitán Swing). Eve terminó siendo la madre adoptiva de un hijo sólo siete años menor que ella. Espléndida Eve Ensler. Leedla.
Yo fui una madre sin hijos hace mucho tiempo, cuando me fui a vivir con un hombre mucho mayor que tenía dos hijos de otra mujer. Y quizás sea lo más importante que ha de pasarme en la vida. Ahora tengo dos hijas pequeñas y por supuesto no hay comparación entre una cosa y otra. Las madres sin hijos tienen escapatoria, siempre pueden salir pitando, abandonar el barco. No porque el barco no sea suyo, que termina siendolo, sino porque siempre habrá una capitana cubriendo las espaldas, una red para todos: una madre de verdad.
Cuando eres la madre de verdad entonces sabes que tú eres la última escotilla y que detrás de ti no hay nadie. La muerte o la nada. Es otra cosa. No puedes elegir amar a tus hijos. Eres amor. Eres madre.
Ahora bien, cuando una madre sin hijos elige no escurrir el bulto, decide contar los cuentos por la noche, amar sin hacer ruido, ir a recoger a la salida de baloncesto, arreglar el mando roto de la Play o montar un escritorio de Ikea… Entonces esa mujer es un milagro. Yo fui ese milagro y aseguro que estas mujeres se merecen una felicitación el primer domingo de mayo. Yo nunca la tuve, ninguna la tiene. Desde aquí yo os felicito a todas las madres sin hijos. Vuestro amor silencioso nos hace grandes.
Y también invito a las madres que conviven con estas otras mujeres, con esta sombra de sí mismas a la que detestan y que a veces necesitan a que hagan las paces con ellas, con “las otras mujeres”, aunque sea en secreto. Una madre americana lo hizo hace poco en su blog y arrasó. Viral al canto. El motivo de su éxito es que había una legión de madres sin hijos al otro lado. Todos conocemos alguna, abracémoslas el próximo domingo.