Aunque apellidarse Urdangarin ahora mismo no es nada cómodo, antes del estallido del caso Nóos tampoco era fácil. Sólo hay que mirar el escudo de la familia. Según la simbología heráldica, significa integridad y pureza. Además, hay un árbol y un lobo, lo que indicaría que el propietario del apellido no teme a los muchos enemigos que tiene alrededor. Todo un reto ser tan perfecto.
Por otro lado, la familia desciende del dominico beato Valentín de Berrichola, el patrón de Vizcaya, martirizado por los mandarines en Vietnam, y de unos aristócratas belgas de Amberes por parte de madre. Demasiadas expectativas, tal vez, las que puede generar una partida de nacimiento en el seno de esta familia. No en vano, una fuente anónima del diario ABC describía años atrás al fallecido Juan María Urdangarin como alguien “de trato humano complicado y soberbio”.
Los Urdangarin ya eran conocidos en Vitoria como una de las familias más importantes mucho antes de que Iñaki contrajera matrimonio con la Infanta Cristina. Había un nivel. En su hogar, Juan María impuso el estudio a todos sus hijos. Medicina, Química, Empresariales… los títulos de las carreras llenaron las paredes de la casa de un clan que podía expresarse en español, inglés, francés, euskera y catalán, nada menos.
Sin embargo, el ojito derecho de su padre siempre fue Iñaki con su carrera como jugador de balonmano. El ahora Duque de Palma le llamaba después de cada partido. Siempre estuvieron especialmente unidos aunque fuera el sexto de siete hermanos. El día de su boda con la Infanta, su madre describió a su hijo ante la prensa como “alto”, en tono más bien de guasa. Pero su padre añadió serio: “es maravilloso”.
Militante del Partido Nacionalista Vasco, Juan María fue un empresario de largo recorrido. Llegó a ser director de la empresa alemana Fluchs y de la Caja Vital. En este último cargo, curiosamente, el padre de Iñaki Urdangarin será recordado por haber descubierto y dado a conocer las operaciones irregulares de un controvertido empresario vinculado a la Caja, José Antonio Gordo. Juan María Urdangarin abrió una investigación interna que destapó un caso de corrupción inmobiliaria. El actual presidente de la Vital, ha declarado tras su muerte que se trataba, ante todo, de un hombre “recto” y “duro incluso consigo mismo”.
Y eso que siempre quiso una vida sin sobresaltos. Una aspiración que le llevó a adorar Vitoria, una de las ciudades con mejor nivel de vida en España, donde la familia pudo vivir como una piña -según palabras de Mikel, uno de sus hijos- haciendo la vida propia de una localidad con tan envidiables zonas verdes: dar paseos. Primero, como vecinos respetados. Después, como objetivo de los paparazzi más pertinaces.
El apego a su tierra vasca, expresado a través de su militancia nacionalista, no se vio nunca perturbado por su condición de miembro de la Familia Real española. Un encaje de bolillos que sólo Juan María Urdangarin sería capaz de explicar. Valga un ejemplo, en mayo de 2001 compartió hotel con Xabier Arzallus tras la victoria del PNV en las elecciones vascas entre cánticos independentistas. En mayo de 2002, asistía junto a la Reina Sofía y miembros de la familia real noruega a la típica regata a las que nos tienen acostumbrados los Borbones en Palma de Mallorca.
Igual sólo era interés deportivo. Como repetía José María Guerenbarrena, presidente del PNV de Álava y amigo íntimo de José María Urdangarin, éste era “un gran atleta”. Pero seguramente contravino los valores estéticos de su partido por la devoción que sentía por su hijo. Cuando comenzó su idilio con la Infanta, comentó en televisión que se les iluminaba de tal manera el gesto cuando estaban juntos que su felicidad era contagiosa.
De hecho, Mabel Galaz cuenta en El País que fue él quien le animó a casarse con la Infanta en cuanto conoció las intenciones de su hijo, aunque dice que fue porque “valoró las ventajas que el enlace traería a la vida personal de su hijo y a la familia por encima de las servidumbres que iba a generar”. En la recordada boda, reconoció estar muy nervioso, pero disimulándolo muy bien.
Al final, la larga enfermedad que sufría Juan María empeoró casualmente el mismo verano en que saltaban a la luz pública los escándalos de su hijo. Iñaki visitó a su padre de incógnito y escondiéndose de la prensa y los vecinos tumbado en la parte de atrás de su propio coche. Una situación a todas luces lamentable para una familia tan respetada en su tierra. Según su abogado, el estado de salud de su padre preocupaba más al Duque de Palma que sus problemas con la ley. Sólo él sabe si no hay una relación entre ambos.