Madres que se dejan los dientes
Ayer me dejé los dientes de mi hija Iris. 5 años. A las diez de la noche me rendí y la acosté sin ayudarle a lavarse los dientes. Mal. Y había comido galletas de postre. Muy mal.
Los dientes se empiezan a lavar a los dos años cumplidos de una criatura media. Y a los cinco la criatura aún no es capaz de hacerlo bien sola. Hablamos de más de mil cepillados después de la primera vez. Habrá padres que piensen que sus hijos sí son capaces. No son realistas.
Un correcto cepillado empieza siempre por la parte de abajo. La parte superior de las muelas se limpia de atrás adelante. La parte interior de abajo arriba y la anterior también de abajo arriba. Con los dientes de arriba es distinto. Las muelas se limpian en este caso de arriba abajo tanto en la parte interior como en la anterior y lo mismo con los paletos. Es importante no olvidarse la lengua. El proceso dura dos minutos y termina con un enjuague. No hay que tragarse la pasta. Algunos adultos aún no son capaces de hacerlo correctamente. Puedes comprobarlo a simple vista…
La cosa es que no dejo de pensar en ello desde anoche y en la relación que existe entre el desarrollo afectivo y cultural de una persona (de una comunidad o de un país) y su dentadura. Me obsesionan un poco los dientes de la gente, vale. Pero ahora me doy cuenta de que mi fijación tiene una base empírica y estadística. Lo que pasa es que los indicadores socioeconómicos son a menudo deficientes. La higiene dental (brackets aparte) debería ser un indicador sociocultural a tener en cuenta por el CIS y por la ONU. Y ya puestos por la Seguridad Social que no cubre ni los empastes.
Afortunadamente, existe una mano invisible que históricamente ha movido el cepillo arriba y abajo. Una mano que ha evitado la alitosis y el sarro durante generaciones de españoles. Y esa mano invisible ha sido históricamente, la mayoría de las veces, la mano de una mujer (con permiso del señor Smith). Y claro, yo que soy una mujer muy liberada, muy trabajadora y muy moderna, me he dejado los dientes de mi hija.
Y lo confieso. No me da la vida. No llego. Necesito ayuda para no perder el mango del cepillo. Ayuda del padre y de las instituciones. Y necesito asumirlo, claro. Y confesarlo: “me llamo Nuria y me he dejado los dientes”.
La mano invisible que ordena los afectos, las vacaciones, y cose los dobladillos no puede seguir siendo la de una mujer. Y no me digan que sí, que ya, que las tareas se reparten y que somos todos requetemodernos. Porque lo que a mí me angustia es cómo se reparten las tareas que no se ven y que no se nombran, como mover el cepillo arriba y abajo. Y sí. Los padres lavan los dientes y son unos soles y todas las cosas. Pero la mano invisible de la life es, la mayoría de las veces, la de una mujer. Y últimamente la de una mujer a la que no le da la vida.