Las fotografías son radiografías de los estados de ánimo. Es mucho más clara, más fuerte que una radiografía. Y quiero maximizar una de las cosas más bonitas de la Princesa Letizia: sus ojos.
Aquella mirada intensa y alegre con la que, en tiempos en los que yo también era presentador respetable, contaba noticias y narraba la historia diaria en TVE, se ha vuelto gris. El mismo gris que elige para vestir últimamente.
Aquellos ojos llenos de vida están llenos ahora de peso. Un cortesano hablaría del peso de la “responsabilidad”, pero a lo mejor es el peso de la paja que diría Terenci Moix. Todas esas cosas pequeñas y grandes que van acumulándose y estorbando, ese polvo que no se va, esa ansiedad que no la quitan trankimacines, orfidales, diacepanes, lexatines o melatoninas.
Llevo semanas mirando su mirada, aunque esto suene melancólico y más propio de Aznavour que de un periodista de segunda fila. Su mirada es triste. Es más, está triste. Ella va por la vida triste. No es la ropa, es la mirada.
Han empezado a saltar los rumores de crisis, lo cuentan esas kíkaras –vocablo canario que me fascina para definir a las cotillas-; pero temo que no es más que la sensación que da mirarla a los ojos fíjamente. En el último acto de Alcalá de Henares, el Premio Cervantes (sin reyes, ni premiado, ni catering de lujo) o a la salida de la clínica donde estaba su suegro ingresado he maximizado más. De hecho han sido ya las gotas que colman el vaso de la melancolía.
Tanto que, lo confieso, me da pena. Yo la invitaría a gintonics, cervezas, patatas bravas, a comer cupcakes de fresas, a ¡beberse la vida! Porque la vida se escapa por mucho que aparezcas luego en los Libros de Historia. Esa VIDA que debió quedarse a las puertas de Palacio. Ya se sabe lo del cuento. No me refiero a que besas una rana y te sale Príncipe (o viceversa), me refiero a aquello que empezaba con “la princesa está triste, qué tendrá la princesa”. ¿Qué le pasa? Sus maravillos ojos.
No olvido al mirar su mirada que ella es periodista y lo era de las de raza, micro, voluntad y fuerza. Seguro que tuitea en secreto, que se cuela en las páginas webs, que ve la tele, que recuerda el precio del metro, que sabe lo que vale una hipoteca… Creo entonces, maximizando la foto, que la tristeza de sus ojos se debe a que sabe bien que todo eso que está pasando en Casa Real puede hacer trizas su sueño y el de su primogénita.
De la misma manera que uno de nosotros vemos que nuestros sueños se rompen a la salida del cine, ella puede ver peligrar su plaza fija. O lo mismo, como dice mi madre (que maximiza el doble que yo y a doble velocidad), “ya se le está poniendo la misma mirada que a su suegra”. La soledad de la Princesa triste. Los ojos, por mucha pintura, por mucho maquillaje, por mucha pestaña postiza discreta, se van oscureciendo…
Os lo digo yo que me maquillo a diario: el make-up no tapa los estados de ánimo.