¿Es feliz Ana Obregon? Por la sonrisa diríamos todos que sí. ¿No? Da igual el acto, la situación, el lugar, la temporada… incluso da igual la hora: Ana García Obregón siempre aparenta felicidad. Ella va por la vida con esa máxima shakesperiana: “Es más fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de espada”. Tal vez.
Por qué digo tal vez. No me creo la sonrisa de la Obregón. En esa obsesión por aparentar una vida dichosa, venturosa y halagüeña sonriendo a todo el mundo me encuentro una fuente inagotable de infelicidad. Me remito a una maravillosa frase de la escritora chilena Gabriela Mistral: “Hay sonrisas que no son de felicidad, sino un modo de llorar con bondad”.
Maximizo la sonrisa de Ana (García) Obregón y me encuentro la misma pose, el mismo gesto y tal vez la misma intención: “miradme, soy feliz”. La coloca aprendida para los fotógrafos, ensayada, como si la probara con insistencia y testarudez en el cuarto de baño para salir a la calle envuelta por ese mohín.
Esta sonrisa de Obregón nada tiene que ver con los “dientes dientes que es lo que les jode” de la Pantoja; aquí maximizo una nube de tristeza. Esa sonrisa se ha ido quedando en mueca de cera, inanimada, invariable pase lo que pase. ¿Petrificada desde que día? Seguramente no sabría averiguarlo porque no soy psicoanalista, sólo un humilde periodista segundón que juega a maximizar momentos.
La Obregón decidió ser feliz o al menos aparentarlo. Lo sé: Son necesarios cuarenta músculos para arrugar la frente, pero sólo quince para sonreír.
La suerte que tiene la Monalisa es que no le podemos preguntar porque no sabemos ni si existió. La desgracia que tenemos con Anita es que no nos diría nunca la verdad porque dicen que le gusta jugar con la verdad y con la mentira. A lo mejor también con la sonrisa. El caso es que en esa risita invariable y clavada hay una historia que no sabremos descifrar porque a ella le ha dado la gana ponerle una máscara. Decía la tía Vicenta de mi pueblo que el dinero y el amor no se pueden disimular porque tienen campanillas. Ojalá estuviera viva para darme una razón a esa “sonrisa pétrea” de la Obregón. Sonreír es fácil, reír no lo es.
La vi hace unos días sentada en el hall de la Casa Fuster de Barcelona, ella no me vio, solitaria y pensativa. Era el día de San Jordi y había estado firmando algunos ejemplares del libro de su vida. Al darme cuenta de que era “La Obregón” me giré a mirar. Allí estaba, sin sonrisa. Y ¿sabéis? Me la creí más. Porque al eliminar la mueca de su cara, con la que intenta decirnos que es muy feliz, observé a una solitaria mujer de buen ver que, tal vez algún día de su vida, dejó escapar “algo” que ya es difícil de encontrar: la verdadera razón de su sonrisa.
Me remito a la Wikipedia: Desde un punto de vista fisiológico, una sonrisa es una expresión facial formada al flexionar los 17 músculos cerca de los extremos de la boca, pero también alrededor de los ojos. En los humanos, es una expresión común que refleja placer o entretenimiento, pero también puede ser una expresión involuntaria de ansiedad o de muchas otras emociones (ira, ironía, etc.). Varios estudios han demostrado que la sonrisa es una reacción normal a ciertos estímulos y ocurre independientemente de cuál sea la cultura, y tampoco es una reacción que uno aprenda, sino que se nace con ella: los niños que nacen ciegos sonríen desde un principio. En los animales, la exposición de los dientes, que podría parecer una sonrisa, significa casi siempre una amenaza o una señal de presentación.
Lequio, si lee esto, me llamará cursi, romántico o qué se yo. En el caso de que lo haga ella tal vez me de la razón. ¿Eres feliz?