Y llegó la fecha y partió. Más de 14.000 kilómetros entre Madrid y Bangkok para encontrarse con lo que ya conocía. A veces los viajes consisten justo en eso: en colocar el calco de nuestras ideas sobre el dibujo de la realidad. Del mismo modo que una sabe que verá rascacielos en Nueva York, una sabe que verá mujeres en Bangkok. Mujeres y chicas. Chicas jóvenes. Muy jóvenes, casi niñas. Y niñas, niñas también. Y va preparada. La mujer estaba preparada. Esa clase de edificios, los de Nueva York. Esa clase de mujeres, las de Bangkok.
Y aterrizó. Y skytrain y tuctuc y barco y taxi y hotel y comida callejera. La mujer española había llegado a Bangkok. Y allí estaban también todas ellas. Todas "las otras". Mujeres que cocinaban en la calle la comida que ella comería después, mujeres motoristas, mujeres hermosas y mujeres cansadas, hermanas digitales enchufadas a un smartphone, mujeres buscando wifi, cuidando hijos y cuidando nietos. Mujeres trabajando, vendiendo, fumando, trabajando- siempre-trabajando. Mujeres dirigiendo restaurantes donde los hombres fregaban los platos. Mujeres rezando a Buda y a Vishnu. Mujeres disfrazadas de marionetas, sólo disfrazadas. También hombres vestidos de mujer, sólo vestidos, al menos por una noche.
No sólo mujeres. También chicas. Jóvenes estudiantes con trenzas y uniforme, con aparato en los dientes, muertas de la risa. Adolescentes estudiando en la parte trasera del puesto de comida de sus madres. Colegialas que cruzaban el río Chao Phraya colándose en el barco del lujoso hotel Mandarín Oriental. Muchos escritores (Somerset Maugham, Joseph Conrad, Graham Green…, todos varones) tuvieron que dormir en aquel hotel para que hoy siga siendo considerado un lujo asiático alojarse en él y las colegialas puedan colarse en los barcos gratuitos que transportan a sus huéspedes. Chicas con las uñas de colores, con uniforme naranja en el autobús descapotable que vuelve del instituto, con las cejas perfectamente depiladas, con tanta prisa en el Skytrain.
Y niñas. Niñas conduciendo Vespas entre las piernas de sus madres, dormidas en los brazos de sus padres, niñas dibujando a los pies de un tenderete callejero, niñas riendo, niñas descalzas, dormidas, recién peinadas, rodeadas siempre por un brazo, por una mano. Niñas comiendo fruta recién cortada.
Ella no estaba preparada para todas esas imágenes por la sencilla razón de que no las había imaginado antes. No eran importantes ni importarían a nadie a su vuelta. Eran la clase de imágenes que no se encuentran porque no hay razón para buscarlas. Idéntica clase de mujeres. A lo mejor por eso ella se alegró tanto de haber viajado hasta allí, para encontrarse con todas ellas. Y por pensar que a veces un viaje no es más que eso: mirar donde no pensabas.