Los príncipes están en horas bajas y eso está bien. Ya no vale con tener un montón de pasta, ser de buena familia, montar a caballo y hasta ser capaz de llevar unos impolutos pantalones pitillo blancos con colgajo de espada plateada hasta la rodilla izquierda sin parecer gay (esto último es mérito de Richard Madden y dudo mucho que ningún otro príncipe sea capaz). Las nuevas princesas exigen confianza, roce y bondad a sus hombres. Y yo me alegro infinito por mi hija de cinco años a quien llevé a ver la nueva Cenicienta al cine y salió de la sala bailando. Bailó toda la Gran Vía con un príncipe invisible que nos encontramos en Callao.
La crítica nacional más importante (El País, El Mundo, Fotogramas…) ha dicho que esta peli no aporta nada más que cursilería digital al clásico (si lees en inglés leerás otras cosas). Y yo me deprimo por vivir en un país que no sabe ver pelis de princesas. Mal síntoma.
Resulta que en la película de Kenneth Branath se consolida un cambio trascendental en la figura del #PríncipeDeTodosLosTiempos que cambiará, como no puede ser de otro modo, el futuro de occidente. O lo que es lo mismo: modificará los criterios de elección amorosa de mi hija de cinco años. El asunto es de tal calado que debería haber sido portada de los mismos dominicales que han comentado la tontuna de la cursilería. Los mismos que convirtieron en portada a metrosexuales, retrosexuales, ubersexuales y hasta lumbersexuales… El cambio es ahora. Ya. Ha sucedido: a las nuevas princesas les gustarán los tipos majos, los hombres buenos serán los nuevos hombres. (Y si además les sientan bien los pitillos blancos, mejor).
Por primera vez en la historia, en la película de Kenneth Branah, Cenicienta no conoce el príncipe la noche del baile. Se lo encuentra en el bosque, descontextualizados los dos. Ella lleva peinado y vestido deshechos, cara lavada y monta a pelo un caballo gris –probablemente el primer caballo gris de todos los cuentos–. En cuanto a lo de que monte sin silla, ya sabéis todas lo que eso significa. Él está intentando cazar un ciervo (hay cosas que no cambian) y se presenta como aprendiz, pero no dice de qué, Cenicienta no sabe de qué. Entonces, en ese instante sucede algo nuevo e insólito: se gustan un poco. Maravilla: sólo se gustan. Sólo un poco. Nada de enamoramientos a primera vista. Ambos siguen siendo dueños de su destino. De hecho, Cenicienta flipa cuando sus hermanastras enloquecen ante la idea de ir al baile a cazar al príncipe. “¿Y si después no os gusta?”, les pregunta aterrada. “Hemos de casarnos antes de conocernos precisamente por eso”, responden las anticuadas hermanastras. Cenicienta, en cambio, sólo quiere dejarse caer en el baile por si encuentra al aprendiz y lo pasa bien al menos una noche. No se arregla para que la rescaten y le pongan un piso. La carroza, el traje y la purpurina de plata que lleva en los párpados tienen un solo objetivo: pasarlo en grande una noche. Disfrutar hoy. Ahora. #GraciasDisney. #Porfin.
Lo mejor es que no es la primera vez. Estoy hablando de un cambio consolidado. Me permito recordar que en Frozen (Disney again) Anna tiene dos novios, un príncipe con quien se compromete la primera noche que salen juntos y un chavalote torpe y guapo con quien se lo pasa en grande y que será, antes que nada, un amigo. Al final, se enamora del majo, claro. Y el otro encima era un traidor. O la magistral Maléfica (más Disney) donde el beso de amor verdadero del príncipe a la bella durmiente no es capaz de despertarla. ¿El motivo? ¡Sólo se habían visto una vez! Y claro, a ver quien es el guapa que ama verdaderamente a alguien que ha visto una sola vez. (No escuches esto, Blancanieves)
Por lo demás, ser cursi está empezando a ser un acto de rebeldía feminista en un entorno tan políticamente correcto donde vestir de rosa palo empieza a ser más trasgresor que quemar sujetadores (o no llevarlos). Las niñas ya sí quieren ser princesas y el cantautor rebelde de mi infancia tiene líos con Hacienda.
Y ya lo último. Los críticos españoles llaman cursi al vestuario de Sandy Powell y al diseño de producción de Dante Ferretti. Princesas 1- España 0.
PD: La primera foto es un fotograma que atestigua el pelo sucio, el caballo gris, la montura a pelo y todo lo demás... La segunda son las maravillosas Victoria e Iris que algunas tardes quieren ser princesas. Y la tercera una princesa de moda en uno de los editoriales de Grey Magazine (imprescindible revista por lo demás).