Angelina Jolie protagoniza la última portada de la edición estadounidense de Vanity Fair. Aunque la cosa no parece una gran noticia la verdad es que es todo un acontecimiento, pues la actriz no se deja robar su alma fácilmente por los fotógrafos. De algunas celebrities las agencias de noticias distribuyen fotografías casi a diario, pero de Angelina se sirven con cuentagotas.
Aunque son muchas las noticias protagonizadas por la actriz para ilustrarlas se suelen usar fotos de archivo, algo que podemos comprobar echando un vistazo a Google News. De hecho, es difícil verla cazada por los teleobjetivos de los paparazzi, a los que sólo da oportunidades cuando la pillan en pleno rodaje, en algún raro descuido o en un festival de cine (memorable su visita al de Venecia con Brad y toda la prole).
Debido a esa impermeabilidad estamos seguros de que los chicos de Vanity Fair van a vender su último número como las rosquillas. Y eso sin necesidad de que la diva haga malabarismos frente a la cámara o aparezca desnuda (como Lady Gaga acostumbra a hacer últimamente). En la portada vemos a una Angelina deslumbrante. Mostrándonos su famosa y magnética mirada, una melena envidiable y un enorme escote. Tres poderosas razones para dejarnos claro que es difícil ser más sexy que ella.
El retoque digital no es excesivo en la toma, al menos respecto a las locuras que hemos visto en otras ocasiones. Como sucedió en el cartel de la película Salt -en el que más que maquillarla le habían hecho una drástica cirugía estética digital- o en la edición italiana de Vanity Fair, cuando quisieron que se pareciera a la Mona Lisa -el resultado fue bochornoso-. Para comprobar hasta que punto se ha mentido en esta ocasión contrastamos la imagen con otra muy distinta.
En la foto de la izquierda, captada en un reciente viaje humanitario a Bosnia, observamos que Angelina aparece guapísima. Y eso a pesar de la falta de maquillaje y de recibir la luz natural en pleno día -la peor de las posibles de cara a resaltar cualquier posible 'imperfección'-.
Como podemos comprobar en Vanity Fair se han borrado las arrugas de las ojos, se ha transformado bastante el tono de su pálida piel, las facciones aparecen suavizadas y sus ojos han ganado mucha fuerza. Por fortuna Angelina aparece pese a todo como lo que es: una espléndida mujer, y no una jovencita. Una mutación que muchos fotógrafos están obsesionados con realizar durante el proceso de posproducción.
Esa relativa naturalidad se debe a que el autor del reportaje, Patrick Demarchelier, es un fotógrafo de moda hasta cierto punto clásico y acostumbrado a quedar en un discreto segundo plano. Al contrario de lo que sucede con la gran estrella de la revista, Annie Leibovitz, que retrató anteriormente a Angelina. El resultado fue mucho más explosivo.
Ese aire de cierta madurez que destila la imagen parece querer contrarrestar su pasado salvaje con hombres y mujeres. Pero también borrar alguna sospecha de que es una madre de lo más excéntrica y una esposa maniática, como afirman muchos medios. Sin embargo, si tenemos que quedarnos con una foto nos quedamos con esa imagen de soñadora de una Angelina sonriente y sin maquillaje que hemos seleccionado. Perfecta para que Brad la lleve en la cartera.
El arte de desaparecer
Esquivar sistemáticamente a los fotógrafos tiene mérito, pero lo que de verdad es un arte para una celebrity es esfumarse sin dejar huella. Y en eso el gran maestro es David Bowie. Tras tirarse décadas siendo uno de los grandes focos de atención para la prensa de todos los colores un día desapareció. Así, por las buenas y sin dar explicaciones. Entre el año 2007 y el pasado 7 de junio -se le ha visto en una entrega de premios de moda en Nueva York- prácticamente no habíamos sabido nada de él. Sólo había aparecido esporádicamente para apoyar la carrera como director de cine de su hijo. De hecho, Diego Manrique dedicó a su desaparición un excelente artículo en El País. Hay que ser muy grande para saber hacer algo así.
Lo de Angelina, claro, no es como lo de Bowie. Pues ella tiene mucha carrera por delante y para mantenerla viva toca promocionarse. No sabemos si su discreción es un deseo de por mantener a salvo de las cámaras a sus retoños -casi tan famosos como ella- o es que busca potenciar su eterno aire de chica misteriosa. Sea como sea sus fotos, como todo lo que escasea, se cotizan bien. Pues a la protagonista de Tomb Raider no nos la imaginamos con sus guardaespaldas corriendo por Los Ángeles, comprando en un supermercado o jugando a escabullirse de las cámaras a las cinco de la mañana en la puerta de una discoteca. Eso se lo deja a las veinteañeras.