A punto de inaugurarse una exposición en Madrid sobre el fotógrafo Mario Testino en la que veremos retratada a su musa, Kate Moss, y con un libro recién publicado en Taschen, en el que el peruano le rinde homenaje, es de justicia reivindicar a la fotógrafa que descubrió a la gran diva de la moda, Corinne Day, fallecida hace pocos días. Ella fue la primera en fotografiarla cuando era casi una niña. Mucho antes de que pudiera soñar con protagonizar 30 portadas en Vogue.
Paradojas de la vida, los orbituarios recuerdan a Corinne sólo por eso: por fotografiar a la modelo en la revista Face cuando era una adolescente en la revista Face y en su primera portada para Conde Nast, en 1991.
Aquel mismo año aparecía el álbum Nevermind de Nirvana y comenzaba a ser conocido el programa que transformó la fotografía de moda: Photoshop. La época estaba marcada por la estética desaliñada del grunge, por eso en aquella primera portada de Vogue Kate Moss aparecía sin maquillar apenas.
Mostraba entonces una encantadora candidez que hoy nos parece increíble, sobre todo viendo como muchos fotógrafos han deseado hacerla suya para pervertir su imagen. Para comprobarlo basta con ver al catálogo de la exposición que Mario Tastino le dedicaba.
Entre aquellas primeras fotos de Corinne Day y la de su última portada de Vogue Kate se ha convertido en una de las grandes celebrities de las últimas décadas. Por eso los paparazzi la han perseguido hasta límites insoportables, como muestra el vídeo del acoso al que fueron sometidas ella y su hija en 2008 en un aeropuerto.
Pero Corinne Day no sólo descubrió a la modelo. A ella también se debe un estilo que algunos han venido a llamar ‘heroin chic’. Una estética muy polémica en la que triunfaban modelos bastante delgadas y ojerosas –y Kate Moss era el canon a seguir-. Todo aquello venía impuesta por un fenómeno bastante sórdido: el auge de la heroína, cuyo precio bajó drásticamente en los 90.
Películas como Trainspotting y alguna campaña de Calvin Klein marcaron aquellos años. Entonces el estilo saludable de supermodelos como Claudia Schiffer parecía estar de capa caída. De todo eso lo mejor es quedarse con que Corinne supo introducir características de la fotografía documental en sus fotos de moda, algo que ha sido imitado hasta la saciedad.
Y es que sus reportajes se mueven entre las formas amateur de Michael Lavine, el mítico retratista del grunge, y el fotoperiodismo de precisión. Sus ocasionales flashazos a quemarropa recuerdan a los de Terry Richardson o Juergen Teller, otros dos fotógrafos que supieron como ella dinamitaron el rancio y trasnochado glamour del pasado.
Pero lo suyo no era naturalismo, pues más bien parecía seducida por el decadentismo y el pesimismo de una generación que tuvo al malogrado Kurt Cobain como icono. En los 90 la fotografía digital era sólo un experimento y las fotos no eran tan pulcras como hoy. Pero incluso entonces las imágenes de Corinne Day tenían un poso sucio, como el de esas fotografías que guardamos en el fondo de un cajón repleto de trastos.
Hay mucho que aprender de su trabajo, hoy malamente imitado por muchos fotógrafos. Que piensan que basta con disparar una Polaroid o una cámara lomográfica de juguete para captar el alma de un modelo, sin parar a preguntarse quién demonios es esa chica que tienen delante.