Si hay algo verdaderamente curioso de las fotos de la boda de Victoria de Suecia y Daniel Westlin es que al verlas uno siente que está viviendo un déjà vu. Sólo la limpieza del color de las imágenes nos hacen creer que han sido disparadas en el siglo XXI. El escenario, el vestido y los gestos hacen pensar que si hace más de 100 años la tecnología fotográfica hubiese permitido lograr tomas con la misma calidad que hoy esas imágenes podrían parecer salidas de un libro de historia.
En la novela El Gatopardo, llevada al cine por Visconti, el Príncipe Don Fabrizio Salina, interpretado por Burt Lancaster, dice "si queremos que todo siga como está, es necesario que todo cambie". Las fotos del enlace de este fin de semana parecen ser la prueba perfecta de que todo sigue igual a pesar de las mil y una revoluciones que se han sucedido en el mundo. Una puesta en escena con un inmovilismo perfectamente calculado. De hecho, nos imaginamos que los fotógrafos que han tenido que cubrir la boda apenas si habrán tenido oportunidades de captar algún descuido por parte de los invitados.
Por una ironía del destino a la vez que en Estocolmo la realeza lucía sus mejores galas el pasado fin de semana en Waterloo (Bélgica) se escenificaba la famosa batalla que tuvo lugar en 1815 entre las tropas francesas de Napoleón, el terror de las monarquías europeas, y las tropas inglesas. El resultado histórico de la victoria británica fue el de dar un balón de oxígeno a la nobleza europea. Por eso es fácil caer en la tentación de ver el reportaje de la boda real como una suerte de celebración de los nobles por seguir al pie del cañón en un momento en el que casi todo se tambalea. Realidad y ficción se mezclan una vez más.
Si algo transmiten las imágenes del enlace es un conservadurismo festivo que indigna y fascina a partes iguales, pero que a nadie deja indiferente. Prueba de ello, es que estos días esas fotos han monopolizado las visitas no sólo a las webs de la prensa rosa, lo mismo ha sucedido en los principales diarios electrónicos nacionales. Tal y como señalaba la periodista Pilar Portero en Twitter en el fin de semana las 10 noticias más vistas de El País eran informaciones y fotos sobre la boda.
De entre todas las imágenes que se difundieron nos llama la atención muy especialmente la de la Rania de Jordania con su BlackBerry en la mano. La foto da el cante, y eso a pesar de que el trasto en cuestión llevaba una discreta funda a juego con el vestido de la improvisada fotógrafa, que incluso difundió en Twitter la imagen captada. Nos proporcionaba así desde su privilegiada atalaya una panorámica que vale su peso en oro del inmenso plató en el que se convirtió la capital sueca.
Y es que la foto hecha por Rania es la más interesante de todas las que hemos visto de la ceremonia y sus factos, pues tiene la virtud de ser una suerte de pellizco que nos hace comprender que esa boda no es un simulacro como el de Waterloo, a pesar de que todos parezcan tan disfrazados como los actores que representaron la famosa batalla a unos miles de kilómetros. Además, la foto hecha por la reina nos recuerda que todos esos lacayos que aparecen en ella, les guste o no a los reyes allí congregados, son los verdaderos protagonistas. Sin la enorme expectación popular despertada, para bien y para mal, estas fotos no valdrían nada.
Pero Victoria no fue la única novia que festejó algo hasta la madrugada este fin de semana. Estas dos chicas de blanco que bailan como posesas los ritmos del Sonar, que se apoderaron de Barcelona el pasado fin de semana, nos parecen tan guapas, o más, que la novia sueca. Esas latas les han quedado divinas.