Cristiano Ronaldo se encuentra en el momento de escribir estas líneas en Sudáfrica jugando con la selección portuguesa un partido contra Costa de Marfil. Para celebrar su debut en el mundial de las vuvuzelas, Armani se ha sacado de la manga un puñado de fotos en las que el poligonero posa en calzoncillos para el respetable.
Algo que también hizo hace poco para Vanity Fair al ser fotografiado por Annie Leibovitz. Tampoco es la primera vez que la firma italiana usa a un futbolista, pues las imágenes de un Beckham marcando paquete recorrieron el mundo.
Ya se sabe que la línea que separa al lujo de la miseria en ocasiones es extremadamente estrecha. Quizá por ello en la presente sesión a Cristiano han intentado rodearle en alguna de las imágenes de un poco de terciopelo caro para no cebarse en su aire de chico arrabalero.
Las fotos se dividen claramente en dos grupos: las supuestamente naturales, con cierto aire de reportaje clásico, y los posados puros de estudio en los que el jugador aparece tontamente endiosado. En unas y en otras la famosa tableta de CR9 es la protagonista. Tanto es así que más que un reportaje a Ronaldo casi podría pensarse que estamos ante el reportaje de un abdomen.
En todas las imágenes la iluminación es blanda y poco contrastada, para darle al blanco y negro la calidez típica de los trabajos que quieren transmitir sensualidad. Aunque el aceite con el que se le ha masajeado el cuerpo para que brille en las fotos, tal y como puede verse en el vídeo sobre cómo se hizo el reportaje, nos tememos que busca lubricar el resultado final y justificar el dineral que se le habrá pagado por el posado.
La campaña vende la colección de vaqueros y ropa interior de otoño e invierno de la firma, motivo que explica que las fotos hayan sido tomadas en interiores. Sin embargo, no se ha querido ahorrar cierto toque de humedad veraniega. El apoteosis viene cuando el jugador tiene que soportar, con ese aire de chico al que le cuesta sonreír, que le tiren un cubo de agua. Las posibles lecturas freudianas de esa imagen son tantas y tan desquiciadas que sobra hacer ninguna. Que cada uno sienta u opine lo que quiera.
En cualquier caso desde el punto de vista técnico y creativo la toma, disparada a una velocidad tan alta como para congelar cada una de las gotas de agua, es la que tiene más interés y única que se salva de una sesión tan sosa como el propio modelo que la protagoniza.