Lo de que te haga una foto Terry Richardson va camino de convertirse en algo parecido a lo de que Andy Warhol te inmortalizase con su Polaroid: una obligación para cualquier celebrity que se precie. Pero aunque por delante del objetivo de Richardson ha pasado mucha gente, incluído Barack Obama, se echaba en falta a la que quizá representa mejor el arquetipo de estrella en estos tiempos que corren: Paris Hilton.
La heredera más famosa de Los Angeles es la segunda vez que aparece en Vogue (hace varios años fue portada en la edición francesa), pero la cabecera de Estados Unidos parece que se le resiste, pues la implacable editora de la publicación, Anna Wintour, sólo le ha dejado que dé la cara en la franquicia de Turquía.
A Richardson tampoco le ha dejado hacer otras portadas que no sean las del Vogue Hommes japonés, con la famosa imagen de Lady Gaga vestida con trozos de carne, y alguna del Vogue ruso. Vamos, que la improvisada pareja tiene vetadas de momento las sagradas cabeceras de Estados Unidos, Italia o Gran Bretaña.
A pesar del agravio a Paris Hilton le ha venido estupendamente hacer de musa para el rey del fotomatón: los duros flashazos y el estilismo macarra que luce delatan que lo de parecer natural le sienta de maravilla. Precisamente ahí está el gran atractivo de la toma: que el fotógrafo haya intentado desenmascarar a la chica que hay detrás de la estrella. Aunque la verdad es que con semejante modelo lo tiene complicado.
Es paradójico que Paris se muestre casi irreconocible en una foto en la que no hay trampa ni cartón, y ni mucho menos Photoshop. Algo que da que pensar sobre lo disfrazada que normalmente la vemos, ya sea luciendo chándal o embutida en un ceñido mono mientras presenta una escudería de motos. Claro que quizá esa supuesta naturalidad es tan falsa como el resto de sus disfraces. Pues con las famosas gafas del fotógrafo y la chupa de cuero parece haberse puesto sencillamente el uniforme que tocaba: el de chica Richardson.
¿De verdad hay alguien detrás de la marca Paris Hilton? Ésa es la gran pregunta. Ella representa tan bien su papel que parece que ya no sabe hacer otra cosa. Su caso recuerda un poco al de Salvador Dalí, del que era difícil tener claro si su excéntrica actitud era puro teatro o no. Cuando Richardson fotografía a Ben Stiller o a Lindsay Lohan no tiene complicado mostrar a la persona en lugar de al personaje. Pero Paris es puro artificio, un animal mediático que no muestra ni el más mínimo atisbo de sinceridad.
Lo que parece claro es que a Richardson le atrae el lado más sexy de Paris. Quizá por eso no la ha retratado con su habitual sonrisa de chica de plástico. El gesto de sorpresa con el que aparece es mucho más sensual, y humano, que las ensayadísimas poses