Tres lecciones que aprendí el día de mi boda (y que a ti te pueden venir de perlas)
He vuelto. Y para contaros que estoy casada. Regreso por aquí con la risa tonta propia de una 'just married' y con un poco de vergüenza, que creo que es porque el término casada no puede ser más viejuno y me rebelo contra mi nuevo estado civil. Porque estoy más feliz que una perdiz, pero una no deja una de ser coqueta y no llevo nada bien que cada vez que se mencione que estoy unida en matrimonio me caigan años encima.
Suena a tópico (de hecho, es un topicazo), pero parece mentira que todo haya ocurrido tan rápido, que se me acabase lo bueno y lo malo de preparar una boda. Pero lo que me da más pena, una horrorosa melancolía, es que haya pasado el día de la boda en sí. Por eso he vuelto, para calmar un poco mi mono bridal y porque la cúpula de divinity.es y yo misma pensamos que me quedan muchos temas en el tintero como bloguera casadera ya casada (es decirlo y brotarme una arruga y siete canas).
Dicho todo esto, vayamos al lío.
He recopilado tres verdades como puños que descubrí el día B y que creo que son vitales para las novias del futuro, para que las repitas como un mantra en los momentos de histeria máxima, o si no al menos para que te suenen.
1. Es el día más feliz de tu vida (sí, aunque suene ñoño)
*Fotografías de Javier Carbajal/David MoralesDavid Morales
Lo dicen en las comedias románticas, en los foros de bodas, los famosos en las revistas y todas las casadas. Pero es que resulta que es verdad. El día de mi boda fue una jornada en el paraíso. Me sentía ligera, brillante, poderosa. Yo era una súper heroína con un precioso vestido blanco, o una diosa griega. Suena ñoño y nada modesto, pero no sé de qué otra forma describir el subidón de adrenalina que genera celebrar vuestra gran fiesta. Es pura gloria.
Todo esto que os cuento sirve para las niñas que soñaban con ser princesas, pero incluso más a las que, como yo, no fantaseaban con verse de blanco: no os cortéis por sentiros levitar, por poneros vergonzosamente romanticonas. Recuerdo perfectamente el sentimiento de pudor y vulnerabilidad que sentí cuando llegué a la finca y oí un silencio sepulcral y noté el peso de cientos de ojos mirándome: no quería que me temblaran las piernas, me ruborizaba mostrarme tan sumamente enamorada. Jolín, sabía que en cuanto encontrase la mirada de mi chico iba a empezar a hipar. Aún no sé cómo no me hice un ovillo, pero el premio fue la felicidad en su quinta esencia. Así que keep calm y dejaos de vergüenzas, porque os prometo que vuestra boda va a ser la bomba.
2. ...pero también es el día más corto y en el que más nervios pasas
Estoy considerando muy seriamente ponerme a investigar qué relación existe entre la excitación y la percepción del paso del tiempo, porque yo creo que están estrechamente relacionados. A más nervios y euforia, más rápido van las agujas del reloj: esa es mi teoría. Hasta que la demuestre, lo importante aquí es que recuerdes (sin presión) que cada rato de tu gran día tiene un valor incalculable y que después de vivirlo, sólo te quedarán un puñado de flashes y un batiburrillo de sensaciones. Así de cruel y de mágico. Por ello, huye de las garras de la prima tercera de tu madre que has invitado por compromiso y que ha empezado a relatarte cómo fue su boda justo en el momento en el que suena 'La Bicicleta' ni te malgastes preocupándote porque según la escaleta el brindis tenía que haber sido antes o después del cóctel. Exprime tu día, regálate eso, porque va a durar poquísimo, e irremediablemente todos los momentos que realmente valen la pena pero que no estrujes se perderán como lágrimas en la lluvia.
*Fotografías de Javier Carbajal/David Morales
3. Tu boda no es una perfecta boda Pinterest, es mejor
Al carajo la arruga que le ha aparecido al vestido nada más subirte al coche, las margaritas del altar que se han marchitado al sol antes de que llegases o si el catering te dice que han desaparecido misteriosamente todos los amenities que pusiste en los baños. En las bodas reales hay manchas de vino, niños sonándose los mocos, vestidos de gala con chanclas (y puede que hasta dos invitadas con el mismo vestido), reggaeton y un montón de palos selfis.
En mi boda se nos olvidó avisar para que el catering quitara el plástico protector de la tarima durante la cena y con las prisas la recogieron (con mucho glamour) un puñado de amigos antes del primer baile. ¿Y qué más da? Porque si hay una lección que te dan los que te quieren es que a ellos les importa un pimiento que hayáis firmado personalmente todas las tarjetas de agradecimiento, y posiblemente no se van a fijar en cómo combinan los meseros con las invitaciones. Lo que quieren es darte un achuchón y verte sonreír. Recuerda que tu boda es perfecta porque es tuya, independientemente del grado de DIY y postureo que contenga.
P.D. Sí, las fotos que ilustran este post son de mi boda, me hacía ilusión enseñaros un par de ellas. Y como colofón os dejo el momento más kitsch que nos han regalado: nada más y nada menos que a María Teresa Campos felicitándonos por sorpresa en directo en '¡QTTF!'. Las señoras del pueblo aún no dan crédito.