Lupe Sino, el trágico personaje de Penélope Cruz en ‘Manolete’
Esta semana se estrena en España con años de retraso ‘Manolete’, una película del director holandés Menno Meyjes protagonizada por Adrien Brody y Penélope Cruz. La cinta, por su fracaso en otros países, ya tiene encima la maldición de que el cine y los toros, mejor por separado. Para muestra, ‘Sangre y arena’, la adaptación de la novela de Blasco Ibáñez que se rodó en 1989 con Sharon Stone como gran estrella del cartel y aquella escena de sexo en la que la luego protagonista de ‘Instinto Básico’ pedía que la hicieran el amor haciéndola daño “¡como a un toro, como a un toro!”. Mejor suerte corrió en televisión ‘Juncal’, pero aquello no era precisamente una historia de amor y lujo como ‘Manolete’ pretende.
La crítica de ‘Días de cine’, el programa de Televisión Española sobre los últimos estrenos, decía que el director “fabulaba” con la historia de Manolete y Lupe Sino. Elsa Fernández-Santos, en su crítica en El País, dice que la novia del diestro queda retratada como “la Yoko Ono del toreo”. Por otro lado, trascendió en su día, pues la película es de 2008 aunque llegue ahora a las pantallas, que el director no había querido adelantar el guión a los familiares de Lupe Sino. De modo que, sea como fuere la historia de ficción que han interpretado Brody y Penélope, merece la pena detenernos en la verdadera historia de un personaje denostado como pocos en nuestra Historia: Lupe Sino.
Gracias a una investigación de tres años de Rafael G. Zubieta, del diario de Córdoba, y al libro de Carmen Esteban, ‘Lupe, el Sino de Manolete’, una nueva versión de la historia de esta pareja, convenientemente documentada, ha venido para destruir el mito de que Manolete era el torero del franquismo y su novia, un pendón que arruinó su carrera.
La llamaron ‘La serpiente’ y la acusaron de buscona. Pero Lupe Sino era una joven actriz, una Ava Gardner a la española, morena de ojos verdes, que empezaba a triunfar en el mundo del cine. Por su fama creciente tuvo la oportunidad de conceder una entrevista en la revista ‘Dígame’, cuentan ambos investigadores, para lidiar en una polémica taurina sobre cuál era el mejor diestro de España. Lupe dijo que Manolete: “Me gusta el toreo de Manolete por encima de todos, por su valor, su serenidad y su desprecio a la vida. Me vuelvo loca aplaudiendo cuando torea (…) ¡Oh, si Manolete sonriera! Eso sí, no me enamoraría de ese hombre por nada del mundo. No, no. Ni aunque fuera el único varón sobre la tierra”.
Dicen que el diablo tiende a burlarse de tus planes si los anuncias con antelación. Eso mismo le ocurrió a Lupe, cuyo nombre era un juego de palabras con su segundo apellido, Lopesino, pues realmente se llamaba Antonia Brochalo. Una noche fue al popular local madrileño Chicote con Pastora Imperio y Gitanillo de Triana. Fueron a divertirse, aunque en ese lugar era habitual que hubiera prostitutas de alto nivel, estraperlistas así como toda aquella fauna nocturna que pudiera morar por el Madrid de los años cuarenta. Su amiga Pastora Imperio, le presentó allí a Manolete. Ella le sonrió y le pidió fuego. Empezó la historia de amor.
El torero había tenido una vida dura. Era el único varón de su familia, sazonada de viudas. Fue un buen estudiante, de hecho siguió leyendo toda la vida y cuenta Carmen Esteban que, en los hoteles, mientras esperaba entre corrida y corrida, devoraba libros de Historia. Muy delgado y casi desnutrido, pero de mirada intensa y penetrante, cuando Manolete empezó a destacar en el toreo y gracias a los primeros dineros logró sacar de la prostitución a dos de sus hermanas. Nunca lo tuvo fácil.
Era un hombre chapado a la antigua, pero más por timidez y pocas tablas en el mundo de la bohemia que por propia convicción. Lo que le enamoró, precisamente, de Lupe Sino fue que nunca pudo dominarla. Ella era libre. Con lo que significaba que una mujer quisiera ser libre en los años cuarenta en España.
Lejos de la leyenda que se le atribuye, Manolete no era franquista. Se negó, incluso, a torear para el capo del nazismo Heinrich Himmler en su famosa visita a Las Ventas. El hombre liberal que el torero llevaba dentro salió a flote gracias a su novia. Se sumergieron en la bohemia y él pudo disfrutar de un amor que no le quería ni por su fortuna ni por su fama, ni para casarse ni para medrar. Lupe le quería a él, sin más. No se casaron ¿para qué? y eso en aquella España de misa diaria era más que un escándalo. Dice Carmen Esteban que se podría considerar la mentalidad de Lupe Sino como la de la primera chica ye-ye en España.
El problema es que sí que había quien quería a Manolete por su fortuna. Era su entorno, el que se enriquecía cuanto más toreaba. Cuando vieron que Lupe podía alejarlo de una vida dedicada a la profesión, comenzaron, coinciden ambos periodistas, a difundir rumores sobre la novia del torero. Que si había estado casada con un comisario político en la Guerra Civil, que si había sido prostituta, que si tras un aborto se había quedado ‘vacía’. Harto de tanta injuria, Manolete se tomó un año de descanso.
Fueron a Fuentelaencina, en Guadalajara, donde la ventana de la habitación que ocupó el torero aún sigue sin abrirse. Allí cuentan las crónicas que la pareja pasó los mejores años de su noviazgo y Manolete, posiblemente, los de su vida. Se relajó, jugó al fútbol con los chiquillos y se inició, cerro a cerro, en el arte de la caza menor. Pensó en la retirada del toreo y, ya por, fin en una boda. Y lo cruel de la realidad es que, lejos de tratar de echar mano a los ahorros de Manolete, Lupe iba a dejar de lado su carrera profesional, siendo ella la que realmente perdía con el matrimonio. Pero su amor ya no tenía fisuras. Luis Miguel Dominguín dijo de la pareja: “Yo no he visto nunca a un hombre y una mujer tan engregados”.
Pero entonces el romance pasó a ser triángulo. Angustias, la madre de él, se negó a que se casaran. Le amenazó con no acudir a su boda. No fue la única desgracia que le pasó en aquellas fechas. También le dio la espalda la afición. De ser considerado el mejor de todos los tiempos, padre del torero estatuario, pasó a ser criticado por sistema. Esteban habla de los plumillas que ‘trincaban’ de otros toreros para ser ensalzados y hacer lo contrario con los rivales. Sea como fuere, Manolete se hundió y llegó hasta a perder peso.
Había que poner fin a todo eso. Retirarse, casarse y empezar a vivir. Quién sabe si en México, país que adoraban y, de nuevo en contra de la leyenda negra establecida, donde Manolete solía encontrarse con líderes republicanos en el exilio, como el presidente del Gobierno Indalecio Prieto. Pero apareció Islero, el famoso Miura que acabó con la vida del torero. Cuenta Zubieta que, para impedir que en los estertores de su vida se casara con Lupe, el entorno de Manolete no dejó pudiera verlo agonizar en su lecho de muerte. Explica, además, que lo que querían era garantizarse la fortuna del diestro y las cuentas que tenía en común la cuadrilla en América.
Lupe tuvo que sufrir la pérdida en silencio. Y al poco tiempo, poner los pies el polvorosa. Marginada del profesión, sus enemigos eran tan poderosos que la forzaron a irse del país. Fue a México, se volvió a casar, pero abandonó a su segundo marido y regresó a España, donde perdió la vida. Iba en un descapotable con el entonces joven actor Arturo Fernández. Chocaron. Ella no le dio importancia a un golpe en la cabeza y, a los pocos días, un coágulo acabó con su vida.
El viernes 31 sabremos cómo ha relatado toda esta historia el director holandés. A nosotros, sólo nos queda consolarnos con las fotografías de la pareja. Manolete era el perfecto galán de la época. Con el pelo engominado hacia atrás y las gafas de sol, un look que tal vez pueda resultar casposo hoy en día pero que entonces era el aspecto obligatorio en cualquier película de hollywoodiense. Dijo Pérez Reverte que sólo un "imbécil" puede pensar que es un aspecto "de facha". No sólo eso, a Manolete le debemos también el zapato de torear femenino que lleva su nombre, las manoletinas.
En un fragmento de la obra de Esteban, en el que van a coger un avión, el glamour de la pareja queda patente: “En la pista aparecen muy alegres y frescos, Manolete con un impecable traje cruzado Príncipe de Gales, con vuelta en los bajos del pantalón, camisa blanca, corbata estampada en tonos oscuros, y sus sempiternas gafas tapándole los ojos. Lupe camina segura con su chico al lado, pisando fuerte guapa a rabiar. Luce una falda de largo Chanel, con tablón delantero, haciendo juego con la chaqueta de manga francesa y botonadura lateral, cuello de bebé, y marcadas sus caderas por un cinturón. Los zapatos son negros y de tacón alto, guantes de cabritilla, bolso grande, pendientes de aro del tamaño justo, y el complemento de un turbante de terciopelo oscuro, sujeto por dos broches graciosamente colocados con forma de mariposas”.
¿Hará justicia la película a la terrible, pero bella, historia de esta pareja? Seguramente la realidad supere a la ficción. Ya se sabe. La realidad no tiene por qué esforzarse en parecer real.