La hija de Isabel Sartorius y Javier Fitz-James Stuart acaba de cumplir 16 años el pasado 25 de julio. Una edad en la que uno es casi adulto, pero todavía no ha dejado de ser un niño. Además, su caso, concretamente, añade más incertidumbre a su personalidad, puesto que tanto la forma de ser de su madre como y de su padre, así como los avatares vitales que han atravesado, ahuyentan todo tipo de prejuicios sobre cómo saldrá la niña. Merece la pena detenerse a analizarlo.
Al margen de la dura juventud, aireada en su libro ‘Por ti lo haría mil veces’, Isabel Sartorius jugó un papel en su vida mucho más complicado que el de tener que lidiar con un madre toxicómana, con todo respeto para quien se haya visto envuelto en esas lides. Fue la novia del Príncipe Felipe y para eso, ni en este país ni en ninguno, sí que no hay manuales. Su calidad como futura reina fue discutida como sólo se hace en la piel de toro, con deliciosa crueldad -¡oh! era hija de divorciada-, y al final el cuento de hadas terminó en pesadilla.
Tan cansada tuvo que terminar Isabel de la más noble institución y las más altas instancias del país que cuando lo dejó con el Príncipe emprendió un viaje a la India, donde colaboró con la madre Teresa de Calcuta y cambió por completo sus horizontes vitales. No fue mucho más tarde cuando conoció a Javier Soto, entonces Soto porque luego se cambió el apellido a Fitz-James Stuart, con el que vivió en Londres con un estilo de vida más bien pasota muy alejado de los mayordomos, los escoltas y los coches oficiales. Fruto de este amor, ella quedó embarazada de la pequeña Mencía.
Hasta ahí, bien. Enderezar el rumbo, cambio de vida, a otra cosa… Pero no. De nuevo volvieron los problemas con la prensa. Con los rumores de embarazo, mientras estaban en Londres, tuvieron que fingir su matrimonio. Hasta un diario como El País tuvo que publicar esta información porque no daba crédito al sin Dios que había en las revistas del corazón. En ‘Hola’ Isabel dijo que ya se había casado y que sí, estaba “muy contenta”. Pero en Lecturas el empresario jerezano y novio de la madre dijo que se iban a casar, que la ceremonia sería “íntima y familiar”. Mientras que ‘Semana’ especulaba sobre el porqué del enlace “al parecer esperan un hijo”. ¿Qué estaba pasando?
Finalmente, la boda se fijó para diciembre en la finca extremeña del Marques de Mariño, padre de ella, y de repente se publicó que se aplazaba la ceremonia porque la madre de Isabel tenía que intervenirse de unos quistes sebáceos en la cabeza. La boda quedaba postergada unas semanas porque para la Sartorius su madre, y eso ha quedado claro en el libro, era “lo primero”. Entonces lo que ocurrió es que en ese parón los novios se dieron cuenta de que habían mezclado sentimientos, que se iban a casar por la presión del entorno que les recomendaba que formaran una familia para Mencía, pero entre ellos sólo había amistad. La cosa quedó entonces como estaba. El padre no se sentía preparado para tener una niña, pero le dijo: “Isa, lo que quieras” y siguieron adelante. Sin embargo, el Príncipe lo dejó con Eva Sannum justo en ese momento y, adivinen… efectivamente, los medios relacionaron ambos sucesos.
Pues fue en este clima de malentendidos, mentiras, medias verdades y falsas apariencias, con viajes a la India, vida hippie en Londres y recuerdos de la Monarquía, en el que llegó al mundo Mencía, que entonces se apellidó Soto -por si el asunto fuese fácil de entender-. La presentación oficial se hizo ante todos los medios. Nació por cesárea el 25 de julio de 1997 en la Clínica de la Zarzuela –otro detalle, la elección de clínica que, según el libro de Isabel, le acusaron de haberlo hecho “por despecho”. Dijo que Mencía era “un bebé buenísimo”. Y a los pocos días, en cuanto se recuperó Isabel de la operación, tuvo las primeras vacaciones de su vida. Nada más nacer. Fue en la costa gaditana, en casa de su abuelo, Vicente Sartorius, y Nora de Liechtenstein. Años más tarde, recordó en Diez Minutos que al cogerla en brazos todo “se paró”.
Desde entonces, Mencía siempre ha estado muy unida a su madre. Pero en el contexto de la amistad que mantiene con su padre. Algo difícil de entender para los mass media. Valga de ejemplo una anécdota. El día en que Miriam Díaz Aroca presentó en el Parque de Atracciones de Madrid su musical ‘Cruela de vil’, los medios reunidos se encontraron por casualidad con Isabel y Javier llevando a los tiovivos a su pequeña Mencía. Un encuentro caprichoso, pero que sirvió para especular con que habían vuelto.
Tan sólo eran amigos. Como lo es Mencía de su madre. Cuando ésta cumplió los 40 años quiso celebrarlo con una fiesta solo para chicas con sus amigas más íntimas. Ahí estuvo Mencía. Como en otras ocasiones cuando la prensa hablaba de las solitarias vacaciones de Isabel Sartorius en Marbella “sólo en compañía de su hija”. Más indicativo aún de la unión que tenía con su madre es que, tal y como publicó el diario ABC, no acudiera a la boda de su padre con María Chávarri. Y que, cuando éste decidió cambiarse los apellidos poniendo en primer lugar el de su madre, Fitz-James Stuart, Isabel tuviera que ir al colegio a cambiar la documentación de la cría en lo que era ya un hecho consumado sin consultarle. Hubo dos hipótesis sobre este repentino cambio: una, que no quería que le confundieran con un implicado en el caso de corrupción de Ibercorp; dos, que su tío, Jaime Fitz-James Stuart, duque de Peñaranda y dueño de Guadalperal, “solterón empedernido y enormemente rico”, según Eugenia Yagüe, le iba a legar su fortuna y título nobiliario.
Esto no quiere decir que no se la haya visto con su padre. Ha veraneado con él en Menorca y con sus dos hermanos, Sol y Álvaro, pasándoselo pipa en el yate de rigor, según se aprecia en los ‘robados’ de las agencias de paparazzi. Pero lo bonito, lo especial, lo cómplice, Mencía se lo guarda para su madre. No se pueden comparar unas fotos en el mar a toda una madre yendo a recoger a su hija al colegio, las dos vestidas con estilos muy similares, y llevándosela entre risas y confidencias al club de tenis. O cuando, en su decimoquinto cumpleaños, le regaló un viaje a Nueva York, una de las ciudades del mundo que mejor conoce Isabel puesto que vivió en ella cuando trabajó para la ONU, y de nuevo se repetían las mismas escenas. Dos amigas, más que una madre y una hija, charlando, paseando, haciendo compras en taxi de un lado para otro, las dos muy bien vestidas, a la moda… para terminar tomando algo en un bar poniendo las piernas en alto, agotadas por la caminata.
Y entonces estalló la bomba. Madre e hija posaron en ‘Hola’, en la portada, a cara descubierta. Mencía sólo tenía 15 años y en un espacio del diario El Mundo, por ejemplo, se criticó que a partir de ese momento la prensa rosa estaba legitimada para explotar la imagen de la niña. Jesús Mariñas cifró la exclusiva en 600.000 euros, un poco más que la entrevista que dio a continuación de su famoso café con Letizia Ortiz en una terraza, que ascendió según el periodista a 480.800 euros.
No obstante, la gracia estaba en la entrevista, donde madre e hija hablaban de su amistad y la admiración mutua que se profesan:
“Mencía tiene un carácter envidiable y me da mucha paz. Es observadora, muy inteligente. No he sabido lo que es un berrinche o un capricho”. La niña, por su parte, se derretía hablando de mamá “Dice que quiere que tenga mundo, confío al cien por cien en mi madre entiendo que haya escrito este libro, cuando voy con ella por la calle se le acercan muchas mujeres para agradecérselo-. Desde que tengo uso de razón la he visto encerrada con sus libros y en sus cursos de superación personal”. Para presumir de la relación de sus padres: “Con los dos vivo dos mundos únicos. Nunca he vivido una situación desagradable. Mi padre es la primera que pide consejo a mi padre para todo”.
Pues no se sabe si entre esos consejos estará el de aparecer en televisión tirándose con paracaídas, o montar en patinete por la Gran Vía, como ha hecho la madre últimamente. Porque lo cierto es que la Sartorius contemporánea, la que ha descrito el infierno de su madre con las drogas y ha lanzado de la mano al estrellato mediático a su hija, poco tiene que ver con aquella mujer discreta que a finales de los noventa y principios de este siglo sorteaba como podía los últimos coletazos mediáticos de su relación con el Príncipe.
Por eso, los 16 años de Mencía son un tanto inciertos. Por su edad, la indicada para hacer locuras –decía el sabio que quien de joven no es rebelde de mayor es gilip…- pero también por esta nueva versión de su madre hasta ahora nunca vista. En las fotos de las agencias vemos a una Mencía coqueta, que sabe estilizar su figura con la ropa que elige. Y también a una niña de inusual belleza. No es extraño que en su Facebook comparta una foto con todo el planeta donde posa como una adolescente más próxima a Britney Spears que a otra cosa.
De ahí la duda. Quedan dos años para su mayoría de edad y no hay forma de prever por dónde irán los tiros del que ya es, merced a su mejor amiga y mami, un personaje público.