Martina o cómo hacerte amiga de tu monstruo (para dejar de boicotearte)
El monstruo de Martina es negro. Y está lleno de pelos. Como un garabato caótico que se tacha a sí mismo. Aunque el monstruo de Martina tiene sentimientos buenos a veces, en cuanto puede le dice que no será capaz. O que no podrá dedicarse a lo que le apasiona. También que no tiene un cuerpo bonito. Ni es sexy, ni inteligente. Pero Martina se ha venido arriba con los años y está consiguiendo poco a poco convivir con él en la misma casa. Ella, él, un cáctus y un pintabios rojo. Este es el argumento de (casi cualquiera y de) 'Una tal Martina y su monstruo', el segundo libro de la española-venezolana Sara Fratini, todo un fenómeno de ilustración en redes.
¿Todos tenemos un monstruo?
¡Todos! ¡Uno, dos, tres, quién sabe cuántos! (risas) Es una metáfora de los miedos, pero de los que ella ya ha logrado superar, así que lo tiene domesticado. Tanto que es como su mascota: juega a su favor. El monstruo incluso tiene sentimientos y se pone celoso cuando Martina deja de hacerle caso y se compra un cactus, un ser que no le pide nada a cambio por ser su amigo.
¿De qué está hecho el tuyo?
De inseguridad en general. De todo eso que te impide hacer las cosas que quieres. Hay mucha autobiografía. Y hay varios guiños dibujados a cosas de mi infancia. Yo nací en Venezuela y allí todas las fiestas de cumpleaños eran en una piscina. Y eso era un drama para mí: cada vez que tenía que ponerme en bañador delante de todo el mundo. Martina tiene muchas cosas de mí y otras que a mí me gustaría tener.
¿El monstruo del libro a veces incluso es bueno?
Si sabes manejarlo, juega a tu favor. Se trata de hacer las paces con él. Si yo no hubiera tenido todas estas inseguridades de las que hablamos, este libro no existiría, por ejemplo. Hay que sacar el lado bueno a lo que te pone frenos.
¿Cómo se hace eso?
¡Ni idea! Habrá que empezar por aceptarse a una, pero cada cual debe encontrar su modo. Y ser fiel a lo que te gusta. Si quieres hacer algo, deja de ponerte excusas y hazlo.
Hablas mucho de las curvas en las viñetas…
Eso tiene mucho que ver con haber nacido allí y crecer con toda esa presión por tener un determinado cuerpo y tener el trasero y las tetas perfectas. No era una niña gorda, era normal, pero para muchos sí estaba entrada en carnes porque no se me marcaba la cintura. Dibujarlo es mi respuesta a eso. No me gusta el modelo de Miss Universo, así que mis dibujos empezaron a tener más y más curvas naturalmente, aunque yo tampoco sea exactamente el modelo curvy.
¿Martina tiene un amuleto que le ayuda, no?
Quería que Martina tuviera algo que le diese fuerza para salir a estar con los otros a tope. Y que la hiciese sentir coqueta: Un pintalabios rojo. Una de mis mejores amigas, que se llama Martina también, nunca sale de casa sin pintarse los labios porque dice que se siente desnuda si no. Mi abuela no sabía sin sus pendientes.
¿Y tú?
Yo no salgo sin mi cuaderno.
¿Eres fotógrafa también como ella?
Cuando salí de Bellas Artes me volví loca con la cámara, pero luego la dejé un poco: es mi otra faceta, aunque de momento va ganando el dibujo. Martina es fotógrafa precisamente por eso.
¿Te preguntan mucho por el 'boom' de mujeres ilustradoras que está habiendo?
Siempre, pero más que un boom de chicas que dibujan creo que es una explosión de las redes sociales y su poder, tanto de chicas como de chicos, pero la atención mediática está en lo novedoso de que ahora también haya chicas. Si antes te tenía que descubrir alguien o ser famoso para publicar un libro con tus dibujos, ahora lo pones en tus redes y enseguida tienes una respuesta y puede que haya una editorial que se fije.
¿No crees entonces que se hable más en los últimos cinco años sobre cuerpo y la identidad de la mujer?
Sí, se han empezado a dibujar cosas del cuerpo femenino, de lo que sentimos… Pero es más un movimiento general en música, en literatura y en todas las artes. Las mujeres estamos intentando hablar más de nosotras.
¿Por qué te fuiste a vivir a Calabria?
Cuando salí de la carrera en Madrid, mi chico y yo nos fuimos al pueblo de los abuelos de mi chico, que es italo-venezolano. Hemos creado un festival de cine que ya lleva cuatro años y, gracias a que no pagamos alquiler, porque esto al principio es muy difícil, he podido dedicarme a dibujar en cuerpo y alma. Si me hubiera quedado, estaría de camarera o trabajando de cualquier otra cosa, sin tener tiempo ni energía para poder dibujar. Fue una apuesta. De todos modos, vengo a Barcelona o Madrid cada poco. Mi vida ideal sería seis meses en Italia con el Festival y otros seis aquí dibujando.