Adriana Ugarte: "Julieta va de lo mal que gestionamos el dolor"
Adriana es la mitad de 'Julieta'. La joven y ochentera, sexual, arrebatada de amor y vida. La otra es Emma Suárez y mira dolorida veinte años después, rota por no hablar a tiempo, abandonada y voluntariamente sola, a la vez. De todo eso habla la última película de Pedro Almodóvar, que regresa al drama pero más contenido, que vuelve a hablar de sí mismo y su momento vital. Con él siempre hay que leer entre líneas (emocionales) para entender bien los planos... y cómo está respirando: Julieta es Pedro hoy. Ugarte espera en el set junto a Daniel Grao, su Adonis gallego en la pantalla. Tienen química, bromean, ríen.
La cita es en El Deseo (la frase casi podría ser otra de sus películas). Un edificio de cuatro plantas cerca de la cañí plaza de Las Ventas. Primero iba a ser en el centro de Madrid, una sesión maratoniana de entrevistas en el Casino que comenzaría con fotos a todo el equipo, incluido el 'Daddy' Pedro, como le llama Adriana en redes. Luego se suspendió todo. A estas alturas es imposible no saber que fue por la filtración de los papales de Panamá. Ahora, tras el caos inicial, estamos en un punto medio: Pedro no está ni se le espera, su hermano Agustín ha lanzado un comunicado en el que le exonera de culpa (otra de las claves del filme) y las que responden son sus mujeres, pero solo sobre cine.
Nadie tiene la intención de decir nada más sobre el asunto, que no podría haberle estallado en peor momento: justo un día antes del comienzo de la promoción y con más de cien medios (ahora se han reducido) esperando entrevistas. "Queremos centrarnos en la película", dicen en su departamento de prensa. Tiene unas veinte personas en plantilla de su productora, pero en épocas de rodaje y estreno esa cifra se multiplica varias veces. Enfrente está su despacho, con fotos enmarcadas con Penélope, Marisa, Sofía (Loren) o Chus, su Lampreave, que le ha dejado a las pocas horas del escándalo (de la pérdida también va la cinta).
Pérdida, dolor, culpa, silencios… ¿de qué habla Julieta para ti?
De lo mal que gestionamos el dolor y de las consecuencias desastrosas que tiene taponar los sucesos desagradables y todo lo que ellos generan. No nos han enseñado a lidiar con todas esas partes oscuras, sino a juzgarlas y censurarlas. Trata de cómo esa censura tiene consecuencias desastrosas sobre todos los personajes.
¿Es mejor sacarlo fuera?
Yo creo que sí: hay que sacarlo todo: el dolor, el perro a pasear (risas)… ¡todo! Para que se airee y renueve, porque el aire es importante.
¿Cómo te has preparado el personaje?
Hasta ahora todo mis personajes me los había preparado casi enteros yo por mi cuenta. Pensar y pensar cómo construirlo. Pero en este caso el proceso ha sido muy distinto, porque justo tenía que hacerlo al revés: entender primero las palabras y las intenciones de Pedro. Hallar una especie de código común para poder llegar al alma del personaje. Él tenía muy claro cómo era Julieta, pero también sabía que iría evolucionando a lo largo de la película: seiría haciendo. No era estática y había que estar muy atento y permeable para que todo lo desconocido que aportase pudiese quedarse y la impregnara.
¿Te ha costado mucho descifrar primero a Pedro y luego a Julieta?
Eso es. Pedro tiene una mano tan amiga y tan amable, que hace que dejes a un lado tu miedo, tu soberbia y tu orgullo. Y dejas de pensar que las indicaciones y las correcciones tienen que ver contigo como persona o como creador. Y tienen más que ver con otra manera de explorar y de buscar el origen. Pedro te enseña mucho a reírte de ti mismo. De tus horrores y tus errores. La idea es empezar como si no se supieras nada, solo desde el milagro de la vida te das cuenta de todos los milagros que acontecen.
¿Qué te ha enseñado este rodaje?
Muchas cosas. Sobre todo sobre lidiar con esas partes oscuras que nos gustan menos de nosotros mismos. Me he sentado a conversar con ellas. Le he puesto palabras y he puesto límites y las he comenzado a comunicar más, a mí misma y a los demás. Ahí ves que todo funciona mejor. Cuando conviven las luces y las sombras hay armonía, lo otro nos aboca a una ansiedad constante.
El filme habla mucho sobre el tema de la maternidad. Tú te llevas muy bien con tus padres, no sé si te has acercado más a ellos…
Nos llevamos muy bien, la verdad. Es difícil que cambie, pero sí te das más cuenta de lo especiales y complejas que son estas relaciones. Los hijos son muy influenciables, aunque sean mayores, y es verdad que hay algo de los padres que nos cala, no sé si porque les damos ese poder o por algo biológico. Hay que buscar oxígeno, en ese equilibrio. Son los que tienen más capacidad para hacernos sentir orgullosos de nosotros mismos o frustrados.
¿Es verdad que no podíais llorar en las escenas?
Se intentaba que el llanto estuviera contenido, para conectar mejor con ese lado más duro y más reseco del dolor. Cuando algo duele tanto que estás en shock o directamente zombie. Sobre todo en las escenas en las que yo dejo a Julieta y pasa a Emma, en la que está bajo los efectos de alcohol y ansiolíticos.
¿El dolor del amor es el peor?
¿De qué amor? ¿Del de pareja? Del de pareja no, del amor en general sí. Mi personaje se queda devastado con el dolor de la muerte o más bien con el de cómo nos llevamos con la propia soledad: el dolor que he puesto yo en el otro para sentirme viva y cuánto estoy de vacía cuando no está más. La pérdida, esta pérdida de la que se habla, es constatar cómo te quedas de sola.
¿Cómo habéis construido vuestro romance en la pantalla?
Adriana: A las órdenes de Pedro.
Daniel: yo lo intenté, intenté mucho quedar para preparar nosotros eso (risas), pero ella no me dejó. Ya hablando en serio, me dijo una cosa muy sabia: que era que mejor nos abandonásemos en sus manos.
Adriana: Yo le dije: 'vamos a ver, nos pegamos 12 horas en el rodaje y ¿quieres que quedemos luego? ¿Tú me quieres destrozar a mí la vida sentimental? Pues no (risas)'.
¿Las escenas de sexo eran coreografiadas?
No exactamente, pero la atmósfera sí. Nos miró y nos dijo: esto tiene que ser tierno, esto tiene que ser a morir. Y se quedó muy satisfecho, porque acabamos con moratones, algún arañazo y contracturas. A mí no me pasa en la realidad, pero es que yo en la ficción soy muy disciplinada (risas).
¿Y cómo se siente uno siendo la testosterona de la película?
Daniel: ¡Me pone! ¡Me pone! (risas)
Adriana: Pues yo no sentí nada (risas)…
Daniel: Eso me ha dolido. Después de leer de Pedro que encarno de alguna manera ese arquetipo del hombre hiper masculino, de la estatua del hombre sentado, y ahora me dices esto…
¿Os habéis quedado con la estatua?
Daniel: No, pero desde aquí lanzo un alegato, porque había una chupa marrón que me quedaba muy bien.
Adriana: ¡Yo con unos vaqueros, los que llevaba en las escenas andaluzas: me encantaban!