Dice su mujer, la escritora Nuria Labari, que esta novela no la ha escrito Alejandro Gándara, sino que un hada se la ha chivado al oído. Y algo así ha debido de suceder, porque 'La vida de H' es quizá la obra más inusual y sensible de la carrera de este santanderino, premio Nadal y Herralde, y uno de los escritores más respetados de la literatura española de las últimas décadas. El punto de partida es una pregunta que le hizo su hija Iris cuando cumplió cinco años, una de esas frases que son dardo: "¿Qué hacemos cuando nos morimos, papá?". Una idea, la de la muerte, que será clave para el futuro desarrollo del niño, según nos cuenta el autor, "ya que marca el principio del fin del mundo invisible que le rodea". De ese momento vital concreto en una familia, lleno de duelos, pérdidas y separaciones (también de consuelo y amor) nace este libro, un viaje por todas esas cosas que no se ven pero que están.
Dicen por ahí, incluso periodistas, que das mucho respeto
Es raro, porque no me trato con casi nadie. Y con los que trato no debo de imponerles mucho, porque me dan bastante la lata. Pero eso dice mucho de los periodistas en realidad (risas): no quiero entrevistar a Putin por si pasa algo. Por otro lado, no ocupo ningún lugar relevante en la literatura española. Para mi escribir siempre ha sido la posibilidad de comunicarme con gente a la que quiero o estimo. Me horroriza la idea de tener un público con el que no me iría a tomar ni una caña. Trato de conectar con almas similares.
¿Qué es 'La vida de H'?
Al principio era un ensayo sobre aspectos de la vida de los niños que me interesan mucho y que no habían tratado ni Jung ni Freud ni casi nadie: cómo surge la idea de la muerte y qué significa, qué tipo de constelación sentimental crea y hasta qué punto determina el carácter del niño. Mis hijas pequeñas estaban con el asunto y era difícil para mí contestarles. Mi sorpresa fue que, al investigar, me di cuenta de que no le había interesado prácticamente a nadie. Y es algo, a mi entender, muy relevante: creo que la relación que tenemos con la muerte y lo que pensamos de ella desde pequeños interviene decisivamente en la forma en que elegimos y las opciones que al final tomamos. Acabé escribiendo una novela, que era más divertida, y tenía algunos elementos de inspiración bien suculentos en una de mis hijas.
¿Tres cosas que NO haya que decir cuando un niño te pregunta por la muerte?
La primera, que es como dormir, porque entonces tendrás un hijo con insomnio (risas). Hay gente que lo dice, en mi casa se dio el caso con mi mujer, con lo cual la niña duerme con la luz encendida. La segunda, eso de que después hay un cielo con unas determinadas características, porque el niño suele imaginarlo como un lugar real y lo convierte en un delirante y en un ser que tiene una relación anómala con lo invisible. Y, la tercera, decirle algo en lo que de verdad no creas, porque lo detectan. Son como espías de la KGB los niños, huelen la falta de veracidad y los pozos de falta de sentido a distancia. Los niños son almas de la especie, al menos hasta que los pasan por la escuela y les dan una nómina y les domesticas, que es la forma de acabar con su alma (risas). Son nuestros recuerdos, nuestras formas de estar en el mundo que se han dado desde el principio de los tiempos.
En el libro el padre dice que con la muerte "nos esperamos"…
Hay que decir lo que uno piense y sienta de verdad, incluso si es algo tan abstracto o tan vago o tan difícil como eso. Se lo dije a mi hija yo mismo, después de que me insistiese mucho, pero porque pensaba que esa respuesta forma efectivamente parte de algo que nos espera después. Sé que seguiremos teniendo una forma de conciencia, una forma de estar que no tendrá nada que ver con esta de ahora, sé que sentiremos y pensaremos en otro orden de cosas… pero que seguiremos estando, sí.
¿Por qué es tan importante que pregunten por la muerte?
Esa conciencia primera de que existe la muerte incluye una caída posterior de un montón de seres invisibles que pueblan la cabeza de los niños. Las hadas empiezan a tambalearse, las sirenas, los magos… Es un mundo que de pronto tiembla al entrar en contacto con una idea inesperada y, al parecer, terrible.
¿Por eso da tanto miedo contestar a la pregunta?
Para el padre es un soponcio. Asistir a cómo un hijo va perdiendo su mundo invisible es horrible. Ver el drama que supone tener que entender algo inentendible: la idea de que somos mortales con conciencia que tenemos que desaparecer del mundo. Entender además que alguien, los padres, nos han traído a este mundo sabiendo que éramos mortales… Todo eso causa una melancolía especial en las relaciones entre padres e hijos. Y a los adultos les hace regresar además al tiempo en el que aún tenían alma.
¿Por qué 'H' va en mayúscula?
Porque es el idioma de las Hadas. Y es la H de Iris, que no es que se escriba con ella, pero es una posibilidad. Es la diosa mensajera de la Iliada, antecesora de Hermes. Como dos arcos juntos, como un puente.
Justo una de las cosas que más ha llamado la atención es que el narrador sea un Hada
Según el mito de Herr platónico, hay hadas y sirenas sentadas sobre la rueca de la diosa, que está tejiendo los hilos de la vida de cada uno, las desgracias y las alegrías. Esos seres van conduciendo a las almas hacia los cuerpos que van a nacer. Reencarnaciones, en realidad. Seres intermedios que se mueven entre el cielo y la tierra.
"Tengo el corazón de pico", dice la niña cuando siente por primera vez una muerte
La dijo Iris. Le pregunté a ella qué significaba y no tenía ni idea de lo que quería decir, y yo siempre me imaginé el corazón como dado la vuelta, como si el mundo hubiera girado y estuviera patas arriba. Esa imagen me parecía muy sintética. La novela en sí misma es una sucesión de microduelos que están en la propia vida. Desde el momento en el que la conciencia de la niña despierta a una muerte, sigue olfateando intuitivamente otras pequeñas separaciones y pérdidas alrededor.
¿Qué queda en ti en ese niño que pregunta por la muerte?
Como todos, he tenido rachas más oscuras en las que me he confundido o perdido completamente de mi mismo. Pero en las líneas mayores de mi biografía he sido siempre el niño que era. Apenas he cambiado. Sigue teniendo prácticamente las mismas ilusiones, me sigue gustando Platón como cuando era pequeño, me gusta hablar de según qué cosas con la gente, me gusta estar en entornos afectivos incondicionales, jugar y, por encima de todo, de mi familia y todo lo demás, me gusta mi moto (risas). Lo he hecho todo por mi moto. De hecho, me la ha regalado mi mujer.
¿Has disfrutado escribiendo este libro?
Cada vez sufro menos escribiendo. Es una de las ventajas de no ser un procer de la literatura: liberas mucha imaginación. Eso sí, fue muy complicado mantener la tensión con una niña de cinco años a pesar de tener la inspiración en casa. Es como andar con un borracho: se cae, sale corriendo… Pero me lo he pasado muy bien.
¿Crees que a Benet le gustaría?
No lo sé. Tengo dudas, porque a él le gustó mucho 'La media distancia', que a mí ya no me gusta tanto, y creo que he seguido un curso que para él podría haber resultado inesperado. Ya pasó con ‘Punto de fuga’. Me dijo: "Es mucho más impresionante que la 'La media distancia', pero me gusta menos". A mi cada vez el mundo invisible se me ha ido imponiendo más. No el de 'Cuarto Milenio', entiéndeme. Sino el de nuestros deseos, recuerdos, las cosas que vemos en lo que vemos, lo que hay detrás de las apariencias, la propia forma en la que soñamos y nos ensoñamos, todo ese tiempo que pasamos en otro lugar que no es en el que estamos… me he ido dando cuenta de que la realidad es precisamente esa parte invisible.