Hilo Moreno, el explorador del hielo antártico: "Todos estamos necesitados de silencio"
De niño, en vez de contar ovejas, se dormía "haciendo la lista de las cosas que metería en la mochila para ir de expedición". Hilo Moreno, el explorador de El Tiempo Hoy, lo tuvo siempre muy claro: iba a dedicar su vida a llegar donde casi ningún ser humano se había atrevido a ir. Por eso no dudó cuando vio que se buscaba 'guía' para científicos en el polo sur y mandó un mail cada año hasta que fue lo suficientemente mayor como para ser aceptado. De eso hace ya casi dos décadas. Por el camino, ha recorrido varias veces Groenlandia en trineo de viento y ha bajado una docena de ríos indómitos en canoa. Su última aventura extrema es un libro, escrito a 'pachas' con el fotógrafo Paco Gómez y titulado 'Volverás a la Antártida': "Me iba diciendo por whatsapp desde Madrid la foto del iceberg o de la gente de la base que quería y yo la hacía. Fue divertidísimo".
Hilo se ha pasado gran parte de sus 38 años en lugares donde la vida lo tiene difícil para salir adelante. Sabe qué hay que hacer para que no se te congelen las falanges, cómo no caer en las grietas del hielo y a qué suena el silencio cuando no hay ninguna otra persona en centenares de kilómetros. A muchos eso podría agobiarles, pero él lo necesita: "Me dicen que es como para volverse loco, pero más locura es Gran Vía en Navidad". Eso sí, desde que hace cuatro años fue padre de una niña llamada Sara, es un poco más difícil cada vez despedirse. Menos mal que ahora tienen un rato de Skype a la semana desde la base española de la Antártida. "Verla crecer no tiene precio", dice. Hablamos con él dos días antes de volver irse.
Libro a dos, por whatsapp, a más de 13.000 kilómetros: ¿cómo surgió la idea?
Conocí a Paco Gómez, fotógrafo que se hizo famoso con el libro de los Modlin, en la librería de mi madre. A él le hubiese encantado de toda la vida ir a la Antártida, pero es muy difícil si no eres científico o trabajas en logística como yo, así que me propuso este proyecto: que yo hiciese las fotos que él siempre quiso hacer. Fue una especie de curso de fotografía a distancia en el que se iba contando la vida en la base. Luego subíamos las fotos y comenzó a llamar mucho la atención en redes, así que pensamos que se merecía un libro e hicimos un crowfounding. ¡Pedíamos 6000 euros y lo conseguimos en seis horas!
¿Te convertiste en sus ojos y sus manos?
Eso es. Primero hicimos retratos a mis compañeros de trabajo. Me iba dando pautas: ponle así, que la luz le dé por otro lado, que te mire de otro modo… Hacía una foto, se la mandaba y él me decía: 'No, eso no vale (risas)'. Al principio fue un desastre, pero luego mejoró. También hicimos una serie de icebergs, a los que fuimos poniendo nombre, animales... La propia gente de la base acabó viniendo a pedirme que por favor les hiciese más fotos.
¿Te dio vidilla en la base?
Mucha. Ten en cuenta que llevo allí ya más de diez años y el trabajo es apasionante, pero a veces también monótono. O de repente hay ventisca y estás días enteros sin salir al exterior, o acompañas a un científico a otra zona y estás parado tres horas mientras él acaba sus mediciones y sus experimentos… Me sirvió para divertirme y para aprender a mirar. Si pones en Googles 'fotos Antártida' siempre salen las mismas: un iceberg, hielo, un pingüino y poco más. A lo mejor una foca. Esa no es la imagen que yo tengo de mi Antártida y es lo que he querido mostrar: cómo se vive de verdad en un desierto de hielo.
¿Podríamos decir que lo que haces allí es evitar que los científicos se caigan en las grietas?
Efectivamente (risas), está muy bien definido. Esa es la parte central de mi trabajo. Hacer que ellos trabajen con seguridad. Puede ser subir a la parte de arriba de una montaña para instalar una antena. O atrapar un pingüino en una pingüinera para ponerle un clip y estudiarlos mejor. O sacarles sangre y hacerles pruebas… Lo que pasa es que todos hacemos también algunas cosas, como por ejemplo descargar un barco con provisiones que llega cada cierto tiempo.
¿Por qué crees que a la gente le gusta tanto la Antártida?
El hielo es algo muy atractivo. A la gente le gusta interesarse por cosas que de alguna manera son inalcanzables y el que te cuenten de primera mano cómo es la vida allí desde dentro. Todos los lugares que son de naturaleza extrema y virgen, donde la mano del hombre no ha llegado, atraen. Supongo que es el poder que tiene lo desconocido.
¿Cómo es?
Frío, oscuro, no crece nada... Siempre que voy pienso que es uno de esos lugares que no están hechos para ser habitados. Lo más parecido posible a otro planeta. Vivimos unas 40 personas en la base durante unos meses, prácticamente aislados del mundo, en comunidad, haciendo cada cual sus trabajos. Es un lugar muy interesante, hay mucha belleza también.
¿Da para pensar mucho?
Los espacios tan vírgenes, tan salvajes, tan amplios y tan solitarios invitan a la reflexión. En mi caso, más que rayarme, me da paz y tranquilidad. Mucha gente me pregunta si eso es como para volverse loco y a mí me parece más locura Madrid en Navidad (risas). En el fondo todos estamos necesitados de silencio. Hemos ido apartándolo de nuestras vidas y es algo más importante de lo que pensamos.
¿Tú necesitas ese chute?
Me doy cuenta de que necesito mucho ese tipo de desconexión, que luego es una conexión con otras partes de ti y con las cosas que realmente son importantes. Ese desconectarte para conectarte es vital en mí. Quedan un par de días para irme, y aunque me da mucha pena por muchas cosas, no veo el momento.
¿Por ejemplo tu niña?
(Risas) Eso es. Mi niña y mi mujer sobre todo. Tiene cuatro años y desde que nació me cuenta un poco más. Y cuando era bebé no se enteraba, pero ahora piensa y te verbaliza que no quiere que te vayas. Y esa es la parte dura, sin duda. Lo bueno es que ahora en la base tenemos whatapps y Skype, eso no tiene precio.
¿Cuándo te diste cuanta de que querías ser explorador?
No lo tengo muy claro, pero tengo recuerdos de que me dormía pensando en las cosas que metería en una mochila para irme de expedición. Tengo el recuerdo ese de la habitación donde dormía con mi hermano: una cuerda, agua… (risas) Y desde que empecé a proyectar qué quería ser de mayor pensaba que quería viajar a sitios muy lejanos.
¿Cómo se hace para convertirse en uno?
Lo más importante es ser perseverante y contante en esa idea. Es aplicable a todo, en realidad, aunque a tu madre y a tu padre y a tu entorno les parezca una locura. Si crees de verdad, hay que ser insistente. Conseguí mi primer trabajo en esto por pesado. En cuanto supe que existía el puesto de Técnico de Montaña en la Base Antártica española, que pertenece el CSIC, pensé que ese es el trabajo que quería hacer y empecé a mandar un mail cada año. Tenía 19 y me dijeron la primera vez que era muy joven. Pero escribí otro mail al año siguiente, y al otro… Hasta que sucedió. Hice las pruebas en Barcelona y allá que fui. Hace más de 10 años de aquello. También empecé a trabajar en verano en Groenlandia.
¿Y los desiertos con calor?
Todo me atrae en realidad (risas). Pero al final me he ido especializando en las regiones polares. Diría que en el fondo lo que me gusta es el contacto con lo desconocido y la naturaleza, así que me da igual que el desierto sea de hielo o arena... o incluso un mar.
¿Habrá segunda parte?
Esta colaboración entre Paco y yo va a dar más frutos fijo. Nos lo hemos pasado muy bien y el resultado nos encanta, así que seguro que sí. ¡Habrá!