Margarita García Robayo: “Me he construido en oposición a mi madre”
García Robayo se hace preguntas. "Escanea" la realidad y se hace preguntas. ¿Qué me ha hecho ser como soy? Una. ¿Por qué me relaciono del modo que lo hago con los otros? Dos. ¿Qué tipo de mujer soy? Tres. Y sobre ese tridente de "obsesiones reincidentes" ha puesto en pie 'Primera Persona', el esperado tercer libro de la Editorial Tránsito, un conjunto de textos íntimos escritos en la última década que dibujan, asegura, "su mapa emocional". Una relación compleja con una madre, un padre idealizado por el que, dice, le "gustan los hombres mayores", cómo te cambia un hijo la imagen que tienes de ti misma, qué pasa cuando te enamoras salvajemente o, también, en qué momento vives por primera vez en la piel que las mujeres tenemos peores cartas de salida.
Quedamos en la librería Tipos Infames, uno de los pulmones culturales de Malasaña. Ha venido tres días a Madrid desde Buenos Aires, donde vive con su chico y sus dos hijos. Decidió alejarse de su Colombia natal porque, dice, "una cosa es donde uno nace y otra el lugar al que pertenece". Crecer siendo la niña observadora (y finalmente contestona) de una familia hiperconservadora no ha sido fácil. "Irse construyendo es una carrera de tropiezos. Estuve años sin apenas hablar con mi madre, pero hace un mes vino a verme a una charla sin que yo lo supiera y me dijo que por fin entendía por qué escribía lo que escribía", dice. "No suelo llorar, me han hecho dura, pero esa noche sí lo hice”.
El texto sobre ella es quizá el más crudo: ¿cómo es esa madre?
Ahora que tengo una hija me pregunto cómo será mi relación con ella, porque con mi madre siempre fue conflictiva. Y creo que tiene que ver con que la relación con mi padre era idílica y veía en mi madre una competencia. Te estoy hablando de los siete u ocho años. Quería ganarme la aprobación de él y ella era un obstáculo. Fui asumiendo ese rol inconscientemente y luego se convirtió en una especie de tic. Vengo de una familia muy conservadora que no suele asumir las cosas feas. Son muy negadores, como nuestra sociedad caribeña. Así que me llevo muy mal con la negación. Por suerte han decidido todos no leerme.
¿Crees que no te leen?
Creo que sí lo hacen, pero diciendo que no pueden seguir como si nada hubiera pasado. Están entrenados, no se les mueve un pelo. Sucede en muchas familias, pero en la mía han pasado cosas realmente trágicas y complejas y nadie se hace cargo. La actitud es seguir adelante como si nada. En el texto de mi madre digo claramente que me he construido en oposición a ella, así que quizá me sale solo exagerar lo malo para luchar contra esa postura de que nunca pasa nada. No quiero más ese pantano que se va llenando y te llega al cuello y te está ahogando, pero sigues negando que exista.
¿Cómo fue cuando te dijo 'Es la primera vez que te entiendo'?
Tremendo. Pasaron muchos años hasta que sucedió y en el medio hubo mucha distancia. Básicamente por una novela que escribí, 'Lo que no aprendí', totalmente inofensiva pero en la que ella se sintió identificada: fue la primera vez que me salí de su control. Y fue mi gran toma de postura, muy radical, de que iba a escribir lo que quisiese. Fui tajante, 'esto es lo que hago, usar la palabra, y no voy a ceder'.
Qué liberación como escritora
Romper esa pared fue vital para mí. Fue todo. Dejé de sentir que estaba siendo observada. Gracias a eso ahora me importa muy poco cómo los otros juzguen lo que escribo. Para ella fue un alivio y para mí liberador. Si no me importa lo que piensen mi madre o mi padre, ¿cómo me va a importar un desconocido? Con mi madre hubo en los últimos tiempos distanciamiento, enojo, lejanía… No me importó que ella tuviese la madurez emocional de alejarse de algo que le hacía daño, aunque fuese yo, pero ahora parece que estamos en otra etapa. Tenía un festival literario hace un mes a una hora de su ciudad y quedamos a comer, pero vino a verme a una charla sin que yo lo supiera y me dijo que por fin entendía por qué escribía lo que escribía y cómo lidiaba con los demás.
Otro de los textos importantes es el que dedicas a tu padre
Y en el que digo que por eso me gustan los hombres mayores (risas). Pero a ver, los textos también son engañosos, literarios, se desdoblan situaciones con diferentes amantes que eran con uno en la vida real. Fue un encargo de Gabriela Wiener. Es cierto que estuve muchos años con un hombre mayor que yo, y que durante mucho tiempo pensé que era una condena, me daba esa explicación a mí misma, pero todo se reubicó después. El texto concluye justo diciendo que no pretendo reproducir la historia de mis padres en mi vida. Ningún hombre es mi padre, por suerte, ni soy tan original ni me pasa a mi sola ni yo soy mi madre. Y se me pasó, el padre de mis dos hijos es solo cuatro años mayor que yo.
¿Qué has visto al releer años después todos los textos juntos?
Que el tronco es la construcción de la identidad. Preguntarme todo el tiempo quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos. Qué es lo que nos constituye como personas. Y cómo nos relacionamos con los otros.
¿Te has llevado alguna sorpresa de ti misma?
Todos los relatos están escritos en el presente, cuando los temas los tenía muy pegados. Pero sí. Por ejemplo en el relato de ‘Leche’, en el que mi hijo acababa de nacer, me di cuenta de que desconocía mi vocación de entrega. Eso fue una sorpresa grande. Lo que yo suponía de mí misma era una especie de vocación de libertad, independencia e individualidad que se pone en cuestión cuando aparece mi hijo. Supongo que estoy demasiado ocupada en que sobreviva. De hecho, en otro texto, el de ‘Mudanzas’, la protagonista era alguien que no se sentía ni siquiera cercana a una posible atadura. Solo quiere mudarse infinitamente con lo poco que tiene. Se produjo una especie de click: descubrí que necesito mucho de otros y que no lo puedo hacer sola.
¿Cómo dirías que eres ahora en tres adjetivos?
Esencialmente alguien que observa. Escaneo la realidad. No sé para qué, pero me ayuda a entender. Diría: observadora, analítica y curiosa.
¿Observar es también una manera de esconderse?
Cierto, mirar pero que no te miren. El testigo. Es el lugar en el que me siento más identificada. Esta narradora de 'Primera persona' está en una esquina contando lo que pasa en su entorno más que lo que le pasa a sí misma.
"La confusión que me genera mi rol de madre viene de la que me genera mi rol de mujer", dices en otro texto.
En ese texto trato de encontrar qué tipo de madre debo ser, construyéndome en oposición de las madres que me criaron: mi madre, mi tía, mi abuela. Pero eso no va a estar claro, mientras yo no tenga claro qué rol de mujer quiero. Somos muchas mujeres en una. No me casé, porque no creo en ello, pero tengo una pareja, dos hijos, una casa y un perro, igual debo aceptar que, a pesar de mis esfuerzos, soy una persona convencional, lo que ellas hubieran querido de mí. Hay un conflicto. La persona que soy es un poco despreciable para mí misma. Si esto sucede, ¿qué tipo de madre puedo ser? Si no resuelvo qué mujer decido ser, no podré saber qué tipo de madre soy. Es un cúmulo de preguntas sin respuestas. La batalla en realidad solo tiene nuevas preguntas. O a lo mejor es que no lo acepto y en algún momento debería admitir que soy igual que mi madre y punto (risas). Todavía no puedo (risas), pero en algún punto tendré que resignarme. La rebeldía a veces nos pierde.
'Aullidos sordos en el bosque', va sobre los primeros días de un amor épico. "La reciprocidad en el amor –aunque sea unos segundos- es una victoria que merece celebrarse", dices
Fue el día que conocí a mi pareja. No suelo escribir así, tan efusivo. Voy tirando una especie de fuegos artificiales con palabras, sabiendo que esa sensación de enamoramiento durará lo que unos fuegos. Luego se describe cómo ese amor se transformará en otra cosa diferente. Pero es cierto que le quise dar un punto épico que no sé si tiene.
Vinieron dos hijos, igual sí es épico…
(Risas) Lo es. Seis meses después estaba embarazada, y buscado además. ¡Viva el amor!