El nuevo libro de Paula comienza con un terremoto. Y no es casual. Tras el éxito de 'Cuando en la pantalla aparece The End', el debut que la catapultó como nuevo fenómeno del año en ilustración, el suelo tembló para la valenciana. Y, con él, todo lo que creía firme, pareja incluida. También se dio cuenta del machismo tectónico, agazapado en cada capa de la realidad. Eso le llevó a leer a poetas como Lispector, Sexton, Plath o Woolf, que se convirtieron en sus 'despertadoras', y a pintar. Pintó mucho Bonet. De día y de noche, como a ella le gusta. El resultado fue 'La sed', su personal catarsis en papel.
¿Por qué el título?
'La muda', 'El desgarro' o 'El deshielo' eran los primeros títulos... y ya se ve por dónde va la cosa, pero ninguno definía el proyecto globalmente. 'La sed' sí lo hacía, por ser más abstracto.
¿Qué sentimiento ha puesto en pie el libro?
Nace de un desencanto. Hizo que se derrumbaran las parcelas más íntimas de mi vida personal y provocó que quisiera parar en seco para intentar entender de qué va todo esto realmente. En ese proceso introspectivo leí a Clarice Lispector o Anne Sexton y, a través de ellas, me entendí mejor. A mi misma, a la relación con mi obra y a un contexto en el que parece que la carta de presentación siempre es el género.
¿Es necesaria tristeza?
Creo firmemente que sí. La sed reivindica el dolor y el fracaso como parte necesario del crecimiento emocional e intelectual. También intenta denunciar que se nos bombardea gratuita e insistentemente con frases optimistas, que muchas veces no son otra cosa que intentar meter disimuladamente la mierda debajo de la alfombra. Hay que aceptar que existe. Hay que hacer el esfuerzo de barrerla y sacarla de casa.
El principio del libro es un terremoto y sus réplicas: ¿cómo se hace para sobrevivirlo?
La estructura es la de un movimiento telúrico: una paz aparentemente real que lo inunda todo y nos calma, un derrumbamiento repentino y no predecible, un salir de los escombros y limpiarse el barro. Y, una vez recuperada la calma, tener que enfrentarse a todas las réplicas que algo así deja tras de sí. Para mí era importante la metáfora del temblor para hacer evidente que nada es estable, ni la tierra más firme que pisamos.
¿Hay que quitarse cosas de encima?
Mucho. El libro también habla de que hay que matar partes de uno con las que no se puede seguir cargando. Por más que se amen (por tradición o herencia), suponen un lastre: quizás hay terremotos de los que es mejor no sobrevivir.
¿Por qué usas diferentes técnicas para cada parte del libro?
El renacimiento de la protagonista se ordena en diez capítulos, que decidí conscientemente, pero el libro está dividido inconscientemente en tres bloques. El primero es más encorsetado, más duro (resuelto con aguafuerte, una técnica de grabado que consiste en grabar con ácido sobre una plancha de cobre y estampar con una prensa). El segundo es narrativo y se resuelve con dibujo. El tercero, más abstracto, más libre, se revuelve con pintura al óleo y barridos volátiles de aguarrás.
¿Estás más explícitamente feminista en este proyecto?
Creo que hay una gran confusión con el término feminista. Estoy segura de que mucha gente afirma no serlo porque al escucharlo siente una amenaza y lo considera la antítesis del machismo. Si supiéramos exactamente qué significa ser feminista, todo el mundo haría lo que pide Caitlin Moran: nos subiríamos a una mesa y gritaríamos "¡Soy feminista!".
¿Antes no lo gritabas?
Ingenuamente creía que la igualdad de género era algo real. Estamos metidos en un adormecimiento colectivo. Pero me di cuenta: escribí y dibujé un libro que funcionó ('Qué hacer cuando en la pantalla aparece The End'), me vi expuesta, acudí a entrevistas y a mesas redondas y me di una gran hostia contra un muro gigante, porque aquello en lo que yo creía no era cierto.
¿Como por ejemplo?
Comprobé que a las mujeres se nos trata de manera distinta a un hombre, que se habla de nosotras de otro modo, que se nos exigen otras cosas y se nos trata con paternalismo... Una vez tomé conciencia, vi que ese machismo está y ha estado muy presente en mi vida cotidiana. Incluso en la más íntima. Es más, hasta en la parcela que depende sólo de mí. Y primero apareció la culpa, pero también eso que dice Clarice Lispector de ‘ver por más que ver duela’. Entonces vi que necesitaba (por mi bien, por el del resto de mujeres, por los hombres) denunciar esa discriminación de género desde el pequeño altavoz que tengo.
¿Cómo te llevaste ese éxito? Da la sensación de que te proteges…
Cuando 'Qué hacer...' tuvo toda aquella repercusión, yo me puse en alerta de inmediato. El principio fue muy extraño, sucedían cosas que consideraba incoherentes y que me incomodaban. Me di cuenta de que el ‘éxito’ no era lo que siempre había pensado que podía ser. Tenía un doble filo del que prefería no participar. Así que intenté ser lo más coherente posible con mi proyecto artístico y que en mi incontención por mostrar mi trabajo en redes no hubiera vida privada. También acepto o no proyectos dependiendo de la exposición pública que impliquen.
Hay muchas referencias a escritoras, tus 'despertadoras': ¿qué te ha aportado cada una?
Clarise Lispector: La abstracción. El pararse a pensar. El querer ver.
Anne Sexton: La relación con su autobiografía y con los temas pertenecientes a los tabúés en la sexualidad femenina. La carne que se alimenta de carne. El individuo sin pelos en la lengua. Cómo se entiende a sí misma como autora y como ser humano.
Maria Luisa Bombal: Su ‘Amortajada’ es un cubo de agua fría en la cara. Publicada en el 38, habla de la idea de libertad. De cómo una mujer chilena entiende que es libre una vez ha muerto. Es una maravilla el modo en el que hace hablar a la muerta.
Teresa Wilms Montt: Leer sus diarios íntimos es observar a una feminista mayúscula engullida por un contexto absolutamente mutilador. La relación con su padre, que la educa como a un hijo y que después la rechaza porque se apropia de una libertad que una mujer no debería tener, con sus amantes, sus hijas. Su estrecha vinculación con las ideas suicidas a pesar de su amor por la vida.
Sylvia Plath: Cómo se relacionó con su trabajo y con el de su marido, Ted Hughes.
Virginia Woolf: Además de proporcionarme mucho placer como lectora, me ha enseñado a permitirme exigirle más a mi obra, a redirigirla.
¿"Lo humano es estar solo" (Clarice Lispector)? ¿Cómo entiendes tú esa frase?
Hay que poder renunciar al miedo a la soledad. Y tener una buena relación con uno mismo. Hay que saberse individuo.
¿Cómo es un día normal en la vida de Paula Bonet?
Caótico. Intento no saltarme las horas de lectura de por la mañana. Después dibujo, tengo reuniones, hago entrevistas... Suelo aprovechar mucho la calma de la noche para seguir pintando, escribiendo o dibujando.
Tu ilustración favorita del libro es...
No puedo quedarme con una en concreto. Están hechas a drede para que se necesiten las unas a las otras para contar la historia y no puedan funcionar de modo individual.
¿En qué estás ahora?
Ahora mismo necesito entender el desgarro que ha supuesto la gestación y el parto de 'La sed'. Mientras, colaboro en 'The New Raemon', un libro con doble vinilo (verá la luz el 12 de abril), y con otro proyecto a cuatro manos con el artista Aitor Saraiba, con el que comparto referentes y amistad incondicional. Este proyecto supondrá un año de trabajo intenso. Es muy estimulante para mí poder unirme a Aitor para contar una historia que a los dos nos interesa tanto.