Quan tiene acento malagueño. Se ríe alto. Quan pierde un móvil cada vez que sale. Y luego se ríe alto y lo dibuja y lo sube a redes. Quan echa humor a sus circunstancias, desde las cotidianas hasta las trascendentes. Como cuando empezó a dibujar hace dos años sobre cómo es ser china-andaluza y nació la novela gráfica 'Gazpacho Agridulce'. Crear para encontrarse. Catarsis, identidad, ya se sabe: esas cosas tan importantes. Ahora llega la segunda parte, 'Andaluchinas por el mundo', para la que ha reclutado también a sus hermanas. Y ella, claro, se ríe: "¿Lo peor? ¡Que no teníamos Reyes Magos ni el bocata de filete empanado en los recreos!".
Esta es una historia especial. Cercana. Así que vamos a hacer una excepción para contar el backstage. Todo comenzó en un comedor. El de Megamedia en concreto, donde Quan trabaja de diseñadora gráfica. Comíamos pollo y ensalada. Contaba las aventuras de su madre visitándola en Madrid. Había venido para conocer a su novio español, pero ella quería que su hija se casase con un chino. Ya le había preparado varias citas a ciegas a través de las madres de otros chinos casaderos, dueños de restaurantes o tiendas de todo a un euro, pero Quan no había querido ir. Una historia que podría considerarse dramática, pero que aquel día acabó en una especie de club de la comedia. "¡Y quiere que me monte una tienda de frutos secos! ¿Tú te imaginas? ¡Me los comería todos!", decía.
¿Qué recuerdas de aquel día?
Te estaba contando cuando mi madre me decía que tenía que casarme con un chino y que apenas habló a mi novio de entonces cuando se lo presenté. Me dijiste que el cómic biográfico estaba de moda, que había una chica lesbiana de Nueva York que había escrito uno titulado 'Fun Home' en el que explicaba cómo vivió que su padre también fuera gay. Y que contar mi vida podría ser interesante. Me quedé pensando en que hacía mucho que no dibujaba… y un mes después nació 'Gazpacho'. Ahora veo esos dibujos y me parecen bodrios asquerosos (risas), he mejorado mucho.
No lo eran. Y ayudaron a mucha gente además. Chicos y chicas chinos, árabes o subsaharianos en la misma situación. De lo que no se habla no existe y Quan se ha convertido en un referente para la segunda generación de inmigrantes en nuestro país (en Francia van por la tercera y cuarta). En este punto pone el tono grave, porque sabe de sobra que no es fácil nacer en un país que no es el tuyo pero que justo sí lo es. "Lo más difícil es encontrarte. Saber que estás bien como estás. Que no pasa nada contigo por estar en mitad. No es que no seas suficiente, es que puedes ser más. Seguramente, si te lo curras, ser las dos cosas a la vez mole un montón. ¡Yo molo un montón! ¡Mis hermanos molan un montón!".
Según un estudio del Instituto Universitario Ortega y Gasset y la Universidad de Princeton, el 80% de los hijos de inmigrantes nacidos en España se siente español, frente al 50% de los no nacidos. Ella va un punto más allá: "Iba a decir que estoy plenamente integrada, pero es que no es ni eso: ¡es que soy española! He nacido aquí, me he criado en Andalucía, fui a estudiar a Madrid y a Inglaterra, trabajo, salgo, vivo en mi buhardilla bohemia y soñadora: soy tan igual o tan distinta como tú".
Precisamente fue una frase en este sentido lo que la decidió a crear con más energía esta segunda parte: 'Que nazca un hámster en un establo no le hace caballo'. Se la leo y Quan cambia el gesto: "¡Qué frase más horrible! La escribió un señor resentido después de un reportaje que nos hicieron sobre la segunda generación en España. Eso dolió. La mayoría de las críticas eran para la chica musulmana, que encima era un amor de niña. Si me hubiesen dicho a mí todo lo que le dijeron creo que me hubiese puesto a llorar desconsoladamente. ¡Qué mierda de racismo! Luego hubo gente que nos defendía, y eso estuvo bien. Esa frase me dio fuerzas para este libro, quería hacerle ver que de verdad no somos tan diferentes y que lo que yo he pasado lo puedes pasar tú o tu hija o tu hermana o tu primo".
¿Es lo peor que te han dicho?
Lo peor es que me llamen autorracista. De lo malo es hasta absurdo. ¿Cómo voy yo a ser racista conmigo misma?
¿Ahora mejor con tu madre?
Bastante. No hay color. No sé si tiene que ver que yo he crecido, que me he ido fuera y puedo verlo con perspectiva, que hemos trabajado las dos cada cual por su camino… Ahora me ha explicado por ejemplo que le fastidiaba que no le contase mis cosas. Yo pensaba: '¿para qué? Si me va a caer la del pulpo'. Ahora bromea y todo: ‘¡Me lo puedes contar, solterona!’ (risas). Y yo la entiendo mejor.
¿Qué entiendes mejor?
Todo su camino. El recorrido que ha hecho. El sufrimiento de llegar a un país que no entiendes, todo lo que ha tenido que trabajar para sacarnos adelante, cómo venía emocionalmente de China, todo lo que ha asimilado aquí. Decía: 'es que mis hijos me han salido muy españoles', y eso para ella era malo. Como si hubiera fallado como madre.
¿Se considera así?
Algo así. Hay valores básicos que para ella son muy importantes, como casarse, tener hijos, abrir un negocio propio y trabajar duro casi sin ocio... Y yo no los comparto. Ahora ha cambiado: sabe que somos diferentes, pero que sigo siendo su hija: no he dejado las raíces chinas, vuelvo a casa, soy cariñosa… El otro día cuando llegué se levantó a abrazarme, eso no había pasado nunca.
Se habla mucho del amor en el libro
Soy una romántica empedernida, pero para mí una cosa es el amor y otra el matrimonio, que es el equivalente a estatus social. En China la mujer está incompleta si no está casada, entonces cuando mi madre me dice que me case no habla de amor, sino de mi estatus como mujer. De que no voy a estar completa hasta que no tenga una familia. Yo no quiero tener hijos, pero no se lo he dicho. ¿Para qué disgustarla?
¿Te ha servido para reencontrarte también con tus hermanas?
¡Claro! La historia de amor más grande que hay en el libro es la mía y la de mi hermana Fufu, el abrazo que nos damos en el aeropuerto. Tuvimos que hablar mucho para contar la historia de su vida, de cuando se fue a vivir a Miami… Es como mi marido: se despierta y me habla, me cuenta todo… y yo le digo que me deje en paz (risas). Crear este libro ha sido muy guay, pero nos ha costado muchísimo. Con la pequeña ha sido sorprendentemente fácil, pero con Fufu no. ¡Madre mía! Te adoro, te quiero, ¡pero nunca más trabajaría contigo para algo artístico! (risas)
¿Tu otra hermana es muy religiosa?
Yo no comparto su modo de verlo, pero la respeto y quiero que sea feliz. En nuestra familia somos chinos protestantes.
¿Eres religiosa?
Tengo una visión amplia de la espiritualidad. No soy practicante, pero creo en un dios bueno que es amor. No creo, por ejemplo, que los homosexuales no se puedan casar: el amor es amor. Algo puro que incluye a todos, algo grande que trasciende. Ya te he dicho que soy una romántica empedernida (risas).
Tres cosas difíciles de ser china-andaluza…
Más cuando era pequeña. Una es no hablar perfecto el idioma de tus padres: todo el mundo se cree con derecho a decirte que por qué no hablas chino. Lo hablo, pero su dialecto y no perfecto. ¡Yo he nacido y me he criado aquí, podría preguntarte lo mismo! Otra cosa es que me daba mucha envidia el Día de los Reyes o los bocadillos de filete empanado riquísimos que mis compañeros tenían en el recreo y yo no, porque los chinos no tienen la cultura del bocata. Ah, y el restaurante chino, eso sí que es jodido. La disciplina. Estar ahí día tras día mientras tus amigos salen… Estar en el trabajo 24 horas y anteponerlo a la vida social, a la familia, a todo.
¿Vivir para trabajar?
Exacto. Mis padres lo han hecho toda la vida. Menos mal que ahora ya menos. Ten en cuenta que los chinos quieren jubilarse jóvenes y dejarlo todo cerradito. Su idea es trabajar mucho ahora para poder disfrutar después, habiendo hecho dinero. Todos tienen mentalidad de emprendedores y quieren dejar herencias, porque todos quieren tener hijos. ¡Varones, muchos varones! Se matan a trabajar para estar libres y dejarles casados, con su piso, su local, su coche, su tienda o su restaurante… Yo no lo veo así, pero mi madre ahora se compra sus cositas, se quieren volver a China con su estatus bien, se van de vacaciones… cuando antes es que no salían ni un día: comían siempre en el restaurante porque eso ya estaba pagado. ¡Dinerismo total (risas)!
¿Y con tu padre?
Van abriendo su mentalidad poco a poco. Mira, mi padre era súper cerrado y fue él el que le dijo a mi madre: tranquilízate, ¿qué vas a hacer si no quieren novio chino? ¡No puedes hacer nada salvo relajarte! ¡Mírala qué bien está!
¿Suele estar en segundo plano?
Casi siempre: habla en privado con mi madre, pero no muchísimo con nosotras. Este libro está dedicado a él. Es más dulce que nada. Un señor chino con canas, que parece tieso, pero siempre te da abrazos. La mayoría de los señores chinos son fríos, reservados, distantes, no suelen mostrar el contacto físico en público.
¿Les hace ilusión verse en los libros?
A ver, en realidad mi madre lo que hace es quejarse en casa y luego fardar con sus amigas, como todas las madres. A mi padre le da igual, él solo quiere que me haga famosa (risas).
¿Te consideras feminista?
Sí, porque creo en la igualdad. La gente se confunde. Igual si lo llamas igualitarismo o mesa camilla, dirían que son mesa camilla, pero como lo llaman feminismo dicen que no. Nadie vale menos que nadie, ese es el principio básico.
¿Esto se lo dices a tu madre?
Creo que con lo que llevamos recorrido ya vamos bien servidas (risas). La avaricia rompe el saco. Venimos de un país tan machista como China, así que con lo que hemos andado hacia adelante en mi familia ya es un mundo. Al menos ya no me dice eso de que las chicas buenas no salen.
¿Lo mejor que te ha pasado desde que todo esto empezó?
Cuando alguien me dice que se ha sentido comprendido. Eso es un subidón. Merece la pena las tendinitis de la muñeca, no dormir para dibujar, engordar porque no me levanto de la silla (risas)… Me flipó que un montón de chavales adolescentes chinos me pidieron consejo. Estaban en su tienda, tristes porque no les dejaban salir… Y me hizo súper ilusión cuando una profesora de Usera me dijo que me iba a utilizar de referente con sus alumnos chinos, porque era muy difícil encontrarlos. ¡Soy un referente! ¡Qué ilusión y qué responsabilidad!