Hoy este espacio mío de Aciertos y Errores se convierte en un cómo viví personalmente la boda de mi amigo Diego Matamoros.
Cuando un amigo te confía que le vistas para el día más importante de su vida tienes que echar el resto, porque el reto es grande. Elegí mi sastrería de cabecera en Madrid, PUGIL, ellos siempre me dejan hacer a mi antojo y tienen las mejores telas y costuras del mundo.
Yo no quería a un Diego clásico y gris, y me empeñé en una tela maravillosa azul con raya diplomática en lana ligera. Esa era la base de su chaqué de ceremonia. El chaleco, de lana de seda, era un convertible de esos divinos de PUGIL. O sea, un chaleco de doble cara con dos texturas muy diferenciadas. Para la ceremonia elegimos un azul bebé y para el baile y fiesta post cena un estampado geométrico en azul, blanco y beige, el mismo que la corbata de la ceremonia. La camisa, algodón puro, tenía que ser blanca impoluta.
Esa fue mi opción, muy Diego, muy yo y muy PUGIL. Y estoy feliz con el resultado. Creo que fue la elección perfecta para acompañar a la novia, romántica y simple, con su vestido de escote corazón de La Sposa.
Pasar el día con el novio en su hotel en mi sierra madrileña, cerca de casa, y compartir sus nervios, estaba como un flan, y sus ilusiones, fue especial. Tan especial como las bombillas de verbena que iluminaban las mesas de la cena, las sutiles flores silvestres en tarros de cristal, el embarcadero con sillas de madera de tijera y sombrillas blancas orientales donde se casaron, el lago, las palabras de la madrina, Laura Matamoros, que salían del corazón…
Un cóctel generoso y rico, un jardín fresco y cuidado, el de la Finca Prados Moros; la voz de Stella Goñi, compañera de profesión y que ahora canta dulce en muchos eventos acompañada de su chico pianista y también compañero de esta casa; una ranchera destrozada por el novio pero que despertó risas y ternuras, un mini concierto improvisado por Soraya Arnelas, compañera de una mesa en la que reímos y disfrutamos como niños, entre la crema de calabaza y marisco y el solomillo clásico. Los postres se los zampó todos Miguel Ángel, el marido divino de Soraya.
Todo estaba cuidado, todo era natural y festivo, como tiene que ser una boda. Me gustó que Marián Flores y Kiko Matamoros acudiesen a ese día especial para Diego, sin pensar en el pasado. Me gustó que los novios demostrasen en cada segundo que están enamorados. Me gustaron las palabras de agradecimiento que me dio la madre de Diego, en un abrazo tierno, durante el cóctel. Me gustó el día de nervios, la tarde de más nervios y la noche disfrutada ya sin nervios.
Me gustó todo porque a mí me gustan mis amigos. Por eso hoy, me vais a permitir que todo sean aciertos y que no haya errores. Si los hubo, no los vi. Sólo vi a gente feliz.