Aciertos y errores del estilo de Fernando Simón
Más allá de los momentos complicados para el mundo político por la dichosa credibilidad ante cualquier situación de emergencia, en todas estas semanas de crisis sanitaria mundial la imagen de nuestros representantes gubernamentales cobra total protagonismo. Porque de esa imagen depende en gran medida que la sociedad crea más o menos en lo que nos cuentan.
Esto es universal y eterno. Nuestro mensaje, sea en el ámbito que sea, llegará de una u otra manera, independientemente de lo veraz y/o profundo que sea, según la imagen que la mayoría tenga de nosotros.
Estos días, observando en la televisión las comparecencias de Fernando Simón, el Director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias, me he dado cuenta más que nuca de lo importante que es la imagen pública, a menudo casi más que el propio mensaje que intentamos transmitir.
Estos son los principales errores en los que incurre Simón. Y por los que, en mi opinión, su mensaje se desvanece.
1. El primero y principal es la sensación de dejadez. Más allá de si uno se abandona o no por pereza, que les pasa a muchos hombres y más a partir de una edad, que la imagen que se transporte a los que nos rodean sea de pasotismo o puro desentendimiento es un error de manual.
Y lo es siempre, pero cuando ese error de imagen general eclipsa cualquier otro mensaje que el interlocutor quiere hacernos llegar, de tan vital importancia como son todos estos días los avances de una pandemia, el error se multiplica hasta el infinito.
2. La sensación de languidez a través de esas rebecas, esos jerséis y muchas de sus prendas de punto que debe tener en el armario desde que entró en la universidad, además de la fragilidad de su físico, tampoco ayudan a dar una imagen de seguridad en sí mismo.
3. Tiene 56 años, aunque parezca que pasa de largo de los 60, y la culpa es de esa dejadez también de su ‘beauty’ general. No pretendemos que se acicale como si fuese una estrella para una red carpet, pero qué menos que pasar por la peluquería (sea comercial o en su propia casa) para que no parezca que en el cardado ‘desaliñé’ de nuestra cabeza cobijamos a todos los parásitos del planeta. De las cejas, ni hablamos.
4. Que no utilice la plancha para ninguna de sus camisas o, lo que es peor, que lo parezca, denota también ese pasotismo absoluto que enturbia a menudo su imagen general.
5. Es curioso que en más de dos meses de crisis sanitaria no haya utilizado ni un día un simple sastre con una corbata oscura, que sería lo propio en cualquier atuendo institucional cuando uno se dirige a un país entero y más en un duelo como el que viven miles de ciudadanos.
6. Su comunicación no verbal, esa que nos delata tantas veces, es tosca y a menudo tan dejada como el resto de su imagen. Que un señor que nos está hablando de comportamientos sanitarios en plena pandemia se toque continuamente la cara, las orejas, los orificios nasales buscando no sé qué partículas extrañas y que parezca que no se ha lavado las manos en tres siglos es también preocupante.
Conclusión. Más allá de cualquier connotación política, que nunca me cansaré de decir que esta columna nada tiene que ver con ello y que sólo analiza la pura imagen, que algunos de los señores (genérico) que nos gobiernan, nos representan, o dirigen nuestros organismos públicos no tengan, ni en estos momentos, el más mínimo reparo en parecer cercanos, creíbles y hasta limpios, aunque sólo sea para que nos creamos los que nos explican, es altamente preocupante.
Vamos que si algunos parecen el propio virus, apaga y vámonos…
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