Contestación a Carme: "Para que no haya víctimas y verdugos, la clave es educar"
Qué responsabilidad compartir contigo y con los lectores este espacio, escribir sobre asuntos tan delicados. Si hay algo que tengo claro después de 53 años de vida es mi profunda ignorancia y siempre, te confieso, me asusta poder ser o parecer un osado a la hora de opinar o debatir. Detesto desatar polémicas o levantar suspicacias, aborrezco ese tipo de 'pugnas' tan estériles y tan de moda actualmente en las que el único fin parece ser el de demostrar lo 'mucho' que se sabe sobre esto o aquello, sin demasiados argumentos, sin respetar demasiado la opinión de los otros, sin escuchar al de enfrente. Pero hay algo en este asunto que supera cualquiera de estas consideraciones. Este asunto es de los que de verdad provocan nauseas y por tanto es muy delicado implicarse, opinar...
¿Cómo no me va a dar miedo lo que planteas?, sólo pensarlo me aterra…
Por fortuna, en este experimento inmenso que es criar y educar a los hijos, de momento creo que puedo valorar de forma positiva la tarea. Aunque todo puede cambiar, claro, ya sabemos que el ser humano es indescifrable e imprevisible. ¿Quién sabe en que se convertirán sus almas el día de mañana? Pero en mi casa lo intentamos día tras día, sin desaliento, sin apenas darnos cuenta pues es una norma.
Mis hijos están creciendo en un ambiente de verdadera igualdad, están siendo bien educados en este sentido, para ellos papá y mamá son exactamente iguales, perciben día tras día que tienen las mismas obligaciones y derechos, idénticas responsabilidades y debilidades, parecidos miedos y zozobras, y un inmenso amor entre sí y para ellos. No digo esto para tranquilizarme o tranquilizar mi conciencia, no tiene mérito, esa es nuestra obligación como madre y padre, y cabe esperar que nuestra tenacidad de buenos frutos en el futuro.
Existe un arma poderosa contra la brutalidad y la ignorancia, contra la cerrazón, contra la injusticia y contra la desigualdad, contra la violencia machista: la Educación, así con mayúsculas.
La buena educación y los buenos ejemplos pueden hacer que esos hombrecitos que pululan a nuestro alrededor sean el día de mañana hombres respetuosos y empáticos con el resto de los seres humanos, especialmente con aquellos que sufren la tremenda injusticia de ser discriminados por cualquier razón, por su género, por su color, por su aspecto físico o su forma de hablar, por sus inclinaciones, por su forma de ver o vivir la vida, por sus ideas, por ser mujeres…
¿A que ni siquiera cabría en la cabeza que hubiera escrito 'discriminados por ser hombres'? No conozco a nadie discriminado por ser hombre y si a muchas mujeres ninguneadas o menospreciadas por serlo. ¡Qué triste!
A ver si de una vez se le mete a todo el mundo en la cabeza que sólo educando bien a los más pequeños conseguiremos un futuro de hombres que se sentirán seguros de sí mismos sin tener que renunciar a su conciencia masculina ni a su porción de sensibilidad femenina, esa que algunos tenemos por fortuna y sin esfuerzo.
Sólo así crearemos un futuro de hombres que respetarán el lugar y los derechos de las mujeres siempre de igual a igual, relacionándose con ellas como iguales, siendo cómplices, solidarios y humildes a su lado. Hombres que nunca se sentirán superiores ni dominantes pues serán conscientes de sus propias debilidades, de sus propios defectos y carencias sin atribuirse el absurdo papel de 'machotes duros'. Un futuro de hombres que no querrán dominar a nadie…
Es terrible lo que Carme apunta y resume en su escrito. Es terrible que se estén dando semejantes zancadas hacia atrás. Es pavoroso que chicas y chicos tan jóvenes no entiendan cual debería ser su verdadero lugar en el mundo, como mujeres y hombres, como personas. Personas, sólo eso…
Está bien desear que nos quieran, pero no a cualquier precio, no a toda costa. Sólo vale desear que nos quieran bien y querer bien, sólo bien, mejor que bien si cabe. En caso contrario no merece la pena. Es lamentable que tantas chicas jóvenes pierdan su valioso tiempo (seguro que aun no saben cuan valioso es) en intentar satisfacer a esos machitos imberbes que a cambio solo pretenden disciplinarlas en la sumisión.
Chicas que se entregan a la tiranía de tener que saciar deseos ajenos olvidando los propios, humillándose y pervirtiéndose solo para gustarles, para sentirse deseadas y 'queridas'. ¡Mal queridas! ¿Acaso no saben que así solo se convertirán en sumisas esclavas, en las mansas servidoras de un patriarcado de bestias, en carnaza para presentes o futuros maltratadores, en la presa favorita de esos repugnantes vejadores?...
No, no lo saben, es evidente, y tal vez habría que recordárselo con más insistencia, con más firmeza, con mucha más frecuencia. ¿Cómo se hace eso? ¿Con campañas como esta? Puede ser. Como se conseguiría, si es que se puede conseguir, es educando desde la más tierna infancia de forma constante, sin descanso y sin reparos. Después puede que sea tarde, terriblemente tarde, una vez más.
Tal vez esta bienintencionada campaña, como tantas otras, como la mayoría, no sirva para mucho, no consiga llegar, no sirva para llamar su atención ni despertar sus conciencias, no logre avergonzarles y cambiar algo. Estas enseñanzas, a las pruebas me remito, suelen llegar demasiado tarde.
La adolescencia ya no es buen momento para 'sermones'. Eso se consigue educando bien a niños y niñas, desde el primer momento, desde los primeros pasos de la razón. Aun más en medio de esta sociedad empeñada en lanzar constantemente a los más jóvenes mensajes contradictorios, inciertos, completamente equivocados y dañinos, repugnantes muchas veces. Una buena educación en casa puede contrarrestar eficazmente los perversos efectos del bombardeo de mala información, de mala educación, que padecemos hoy en día a través de miles de millones de pantallas de todo tipo, de las más grandes a las más pequeñas…
Mientras no hagamos entender a nuestros hijas e hijos desde pequeños que hombres y mujeres deben tener siempre exactamente los mismos derechos, que nadie puede estar por encima de nadie, que no se puede tolerar que alguien nos humille o nos domine y que es intolerable intentar dominar o humillar a los demás, no conseguiremos acabar con esta sucia lacra de la violencia de género. No lo conseguiremos sin buena educación.
Para ellos y muy especialmente para ellas. Mientras las mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, no sepan desterrar de sus vidas a estos individuos que el único amor que saben cosechar es el 'amor propio', que sólo las consideran objetos de deseo, adornos, trofeos, muescas en la culata, seres de segunda categoría, espíritus de quinto orden, seguiremos retrocediendo en la igualdad y avanzando hacia nuevos desastres relacionados con la sangrienta violencia de los machos despechados.
Debemos educar a nuestras hijas y a nuestros hijos para que puedan reconocer de inmediato y sin la más mínima duda ese tipo de comportamientos abominables, en uno mismo o en los demás, para que así se enciendan todas sus alarmas y salgan corriendo, sin mirar atrás, para que sepan alejarse cuanto antes del monstruo del machismo y la barbarie que lleva implícita.
Contra los maltratadores hay que tomar con urgencia, por supuesto, nuevas medidas legales, policiales y políticas, mucho más duras y eficaces, faltaría más, pero también y cuanto antes educativas, sociales, culturales, de forma colectiva e individualmente, desde los escolares de primaria hasta los universitarios, en cada escuela, en cada Universidad y en cada hogar.
Contra la violencia machista, insisto, creo que el mejor antídoto es la buena educación, en casa y en las aulas. Conseguir de una vez por todas, generación tras generación, que niñas y niños asimilen que no son distintos por ser lo uno o lo otro aunque sean diferentes.
Educarles como personas con idénticos derechos. No inculcarles jamás que como miembros de uno u otro sexo nacen destinados a tener más o menos capacidades o prerrogativas. Enseñarles a crecer como seres complementarios y no como dos géneros opuestos y desequilibrados por fortalezas y debilidades. Desterrar de una vez el nocivo lenguaje sexista, los malditos tópicos y estereotipos machistas que hacen perder el respeto a las mujeres, que trivializan el machismo, que alimentan a las futuras bestias que golpearán y matarán a muchas. Así de crudo, así de simple, así de terrible.
No hay excusa para la violencia machista, así que no demos a nuestras hijas e hijos esos patrones que les llevarán a convertirse algún día en víctimas o verdugos. En fin, como siempre que hablo o escribo, y más tratándose de un tema como este, tengo la sensación de que todo cuanto sale de mi no es más que inútil palabrería, vacuidad, ideas estériles, planteamientos una y mil veces repetidos para nada, para nada…
El otro día, Carme, tuve la suerte de asistir a la conferencia de un hombre muy interesante, un sabio, un científico, el profesor Alejandro Jadad. Es un médico, educador e investigador colombiano, afincado en Canadá, que está empeñado en conseguir que los seres humanos seamos más felices, vivamos más y mucho mejor, empeñado en replantear el sistema educativo y de salud a nivel mundial, en que conozcamos lo que realmente es la educación y la salud, además de ser un implacable defensor de la igualdad de géneros. Todo lo hace con tal ahínco y sabiduría que la revista Time lo escogió como uno de los genios que será capaz de cambiar el Planeta en este siglo. ¡Ojalá!
Bueno, ya hablaré de él con más detenimiento, pretendo incluso invitarle a escribir una entrada en este blog. Si te lo menciono es porque durante sus maravillosas ponencias emplea una 'artimaña' curiosa y de lo más chocante para todos los asistentes, una forma de hablar que provoca en el público una sensación de incómoda sorpresa, especialmente para los asistentes del género masculino. Se dirige a todos los presentes hablándoles siempre en género femenino, refiriéndose a 'ella misma' como a una más. No hace otra cosa que lo que los hombres hemos hecho siempre, hablar de los hombres en vez de los seres humanos, hablar de la humanidad con un nosotros siempre por delante…
¿Te imaginas que pasaría si en los informativos ¿Si en cada noticia, en cada anuncio, en cada reportaje, en cada revista, en cada libro, se hablara predominantemente en género femenino? ¿Seríamos capaces de acostumbrarnos a oír hablar así por norma general, como las mujeres os habéis tenido que acostumbrar a los largo de los siglos?
Creo que la reacción sería de tremenda sorpresa y embarazo como pude comprobar el otro día durante la genial ponencia del profesos Jadad… ¡Ahí lo llevas!