Yo no tengo reparo de dudar y, a veces, cambio del blanco al negro en un suspiro. Lo mismo un día de lluvia no saco el pie del umbral de casa, que me lanzo al aguacero sin paraguas.
También te digo que antes era más inflexible y una cosa que he ganado con los años es el hábito de relativizar, tanto que desconfío de quienes son capaces de defender sus posturas sin dar brazo a torcer. La política que recogen los periódicos nos muestra que el electorado aplaude a los que despliegan la empatía de ponerse en el lugar del otro y castiga lo categórico. La rigidez es mayor señal de inseguridad que la duda. Créeme.
Ahora bien, en algunos momentos de indecisión asoma el monstruo que me habita, un ser impulsivo y cabezota que me deja en muy mal lugar. El bicho tiende a desperezarse en mitad de un atasco y en las colas: en esas filas de seres como hormigas que apenas se mueven cuando dispones de 30 minutos para llegar a otro sitio, alejado media hora de allí. Mi maldito 'Alien' se alimenta a la inversa que el reloj: según engulle minutos tiene más hambre.
También se revuelve cuando trato de ajustarme a una escaleta mental -vicios de la tele- antes de ir a currar y siento que mis previsiones (ducha y crema diez minutos, cepillarme el pelo y atarme la coleta cinco, vestirme siete, prepararme el zumo de frutas seis… ¡Oh, horror! Toca pelar la piña y ahí tardaré otro más… Pero, ¿vas a salir con ese careto? Otros tres minutos de recauchutado) se me van de las manos y temo que llegaré tarde. Mi 'Alien' odia ser impuntual -a mí me importa menos- y cuanto más me retraso más se indigna, lo que me demora todavía más.
Un día leí que la impuntualidad no es una mala costumbre síntoma de una pésima educación, sino un síndrome con alteración neuronal y tratamiento psicológico. Pero 'Alien' no se amaina leyendo el 'Science'.
Frente a su exceso yo sublimo la duda, o mejor, la gama de los grises. Llevar la vacilación a la vida tiene ventajas, siempre y cuando esta no implique parálisis ni inmovilismo, sino que aluda al plazo preciso para dirimir entre varias opciones. En ese sentido aprendemos a alejarnos de las certezas, pasamos de nuestras creencias y podemos compendiar mejor los pros y los contras.
Tomarse un tiempo para decidir no denota debilidad sino fortaleza en uno mismo y en nuestra capacidad para alcanzar la solución idónea. De este modo ahorraríamos los errores de la precipitación y la necesidad de corregirlos después. "Me he equivocado, lo siento mucho. No volverá a ocurrir".
Dudar es un derecho, así que cuando alguien nos acucie a tomar una decisión conviene recordárselo con claridad: reivindico mi derecho a la duda.