La báscula resulta una condena incluso debajo de la cama. Es un bicho con aspiraciones de Alien que culebrea por tu cuarto y de repente te asalta tras descorrer la cortina del baño y la descubres sobre la alfombrilla. ¿Quién la ha dejado ahí?, gritas, porque te la habías quitado de en medio igual las madalenas matinales. Quien no ve la tentación no cae en ella, determinas con poco crédito. Maldición, otra vez la cifra que lleva martilleándote durante el invierno.
Si has llegado a pensar que te engorda el aire, este video puede cambiarte la vida. Quizá tus demonios no sean los carbohidratos sino un miedo que pesa más que vale. Arancha Merino lo cuenta en menos de cuatro minutos. Rotunda y clara: hay emociones que engordan –como el miedo- y otras que adelgazan, véase la tristeza.
Rabia, alegría, tristeza, orgullo, miedo o amor. Los mimbres con los que se construye nuestra personalidad emocional. El manojito sensible del “yo”.
Puedes sumar alguna emoción más o cambiar su nomenclatura, pero no hay más hoja de ruta que esta. Ante cualquier estímulo responderemos con una y no siempre las usamos bien. De hecho, decimos “soy emocional” en lugar “soy emotiva” al aludir a nuestra lágrima fácil, cuando en realidad todos somos seres emocionales porque lo contrario nos convertiría en psicópatas. Entregar a cada estímulo su emoción adecuada es un aprendizaje en el que ella nos guía –ese es mi empeño-, por tanto empecemos bien.
Si el mojito o los helados de chocolate echan raíces entre tu cintura y las caderas, escucha a Arancha. Te advierto que cuando termines no dejarás de escudriñar a tu alrededor aventurando cuál es la emoción que domina a los tuyos. Menuda perversión.
¡Y no dejes de practicar el Happy Aging también en vacaciones!