Marta está sola. Reside en una ciudad que no es la suya, administra presupuestos con seis ceros y duerme en una cama de 1,80 tan vacía que si se tumba a lo ancho ocupa lo mismo que si lo hace en perpendicular al cabecero. "No hay nada más triste que una cama sin obstáculos". Pues eso. Single. Soltera. Aburrida. En tránsito.
Son sus definiciones. Aquí no catalogo, solo escucho.
Adriana lleva años alquilada en un piso del Ensanche convencida de que si se anima a comprar algo aparecerá alguien de quien se enamore como una perra que poseerá un ático con vistas al Puerto Olímpico y entonces se dirá, "Capulla, ¿para que te habrás metido en una hipoteca?". El amor no hace acto de presencia y el mercado sigue ajustando precios, pero ella continua esperando.
Paco es un imberbe de cincuenta años, ninguna novedad por otra parte. Dice follar más que con veintitantos y cuando alguna de sus conquistas made in Spain trata de repetir, él regresa con su novia parisina. "¿Debería de casarme con ella? –nos sondea con frecuencia a las amigas-. Es la única que me entiende". No, chato. Es la única que no te conoce, porque una novia en París a la que visitas cada mes como la menstruación es la mejor manera de que tus miserias no terminen de dar la cara.
Isabel posee una empresa de comunicación, un foxterrier y un carácter peor que él. "Sabes cuánto hace que no...?". "Ocho meses –corté yo este fin de semana cuando quedamos a cenar el grupo de amigas-. Me lo dijiste el...". "Ocho horas", zanjó de un plumazo. Después tomó el móvil y agitó frenética el pulgar a derecha e izquierda. Después de observar la pantalla un rato largo nos mostró una fotografía. "¿Qué os parece? Hala, os dejo". Y todavía la estamos esperando.
Ahora amar es cuestión de un pulgar. Me lo aclara Verónica Alcanda (alcandamatchmaking.com), la Celestina del Siglo XXI, con quien repaso las Apps que lo ofrecen con solo deslizar el dedo por el móvil.
¿Es amor?, pregunto. Respóndete tú misma, me dice. Pues eso. Respóndeme tú mismo.