En ocasiones me preguntáis qué productos de la repisa del baño salvaría en un hipotético naufragio y hoy he resuelto ir a ello. Antes os confieso que me cuesta imaginarme la vida sin cremas alrededor; me familiaricé con ellas siendo una niña cautivada por el misterio de lo que escondían esos frascos de ungüentos y así sigo.
Me seducen mis botes. Mucho. Cuando preparo una maleta dejo para el final el neceser porque disfruto abriéndolos, olfateándolos y probando algún cosmético que tenía olvidado, aunque suelo llevarme la sorpresa de que la crema ha envejecido, por más que su afán sea el contrario. A pesar de esas dudas naturales de hasta dónde llega su eficacia sé que algunas milagrean y es tal su prodigio que cuando miras atrás descubres que lleva más tiempo a tu lado que el amor más longevo.
Antes de venirme a Huelva, desde donde os escribo disfrutando de una experiencia única de la que pronto os hablaré, visité uno de mis lugares fetiche en Madrid: Slow Life House, donde puedes recibir cualquier tratamiento encaminado a sentirte mejor por dentro y por fuera y un centro donde encuentro, además de buenas amigas como la doctora Elvira Ródenas que cuida de mi piel desde hace años, algunos de esos productos que llevaría al fin del mundo. Enseguida al cruzar su puerta sientes la caricia de su característico aroma y tu reloj se ralentiza por arte de magia.
Quizá uno de los secretos del Happy Aging sea tomar la medida de nuestro propio tiempo, doblegar el ritmo de las manecillas del reloj, una utopía posible, no obstante, que nos haría mucho bien. Después, con un té entre las manos, piérdete en sus cabinas, prepara tu manicura o haz saltar por los aires tu agenda en la bañera de hidroterapia. Aparte de su depurada selección de marcas –Biologique Recherche, Eve Lom…- allí he descubierto una firma creada por unos laboratorios españoles que equilibra calidad y precio: SkinClinic.
Los idea un químico inquieto, en cooperación con la doctora Ródenas, que anda siempre dando vueltas a nuevas formulaciones. Me gustan su crema de noche; Melanic ,una despigmentante algo fuerte pero eficaz si eres constante –¡ojo! solo en invierno y con protección solar durante el día- y en especial Hialucós, una mascarilla de ácido hialurónico puro, portentosa. Su efecto resulta tan evidente que te preguntarán qué te has hecho para estar tan radiante.
En Slow he encontrado también el mejor protector solar y, creedme, he probado todos: Sun Screen, pantalla total. Su textura es tan atípica que cuesta definirla; se trata de un gel nada untuoso que deja una película invisible sobre la piel. El resultado es el de un terciopelo que ni se nota al tacto y sobre el que te puedes maquillar sin problema -lo hay con color, aunque en un solo tono- y al no ser graso los hombres lo toleran muy bien.
En mi repisa del baño descansan productos de Slow pero también unas joyas que se han venido conmigo a Huelva. Mi crema básica es La Mer y aunque de vez en cuando descanse, nuestra dependencia es tanta que vuelvo a ella como la cabeza al primer amor. El mejor contorno de ojos para mi es Kanebo Sensai Ultimate –la piel lo aplaude pero los bolsillos se resienten- y no sería la misma sin los proteoglicanos.
Doy fe de que su uso no solo se traduce en un rédito inmediato sino que poseen una fuerza acumulativa que rejuvenece tu piel. Sí o sí. No lo dudes. Y ahora, salvados del naufragio los botes milagrosos, vuelvo a la tarea. En el próximo post os resumiré mis días como jurado en el Festival de Cine Iberoamericano de Huelva.