Yo como jamón
Es más lo paladeo y a mucha honra. Lo hago porque sí. Porque es nuestro. Porque sabe a gloria bendita. Porque es la proteína más deliciosa que he probado nunca y además, su grasa resulta cardio-saludable. Porque en efecto, y lo confieso, a veces soy carnívora y otras herbívora. Un día viviría de setas y moras y al siguiente empezaría una pata de jamón y no me frenaría nadie.
Porque no entiendo que tiene qué ver el ibérico de un cerdo criado en la dehesa alimentándose de bellotas con una salchicha elaborada a base de despojos. Porque para una niña de clase humilde tomar jamón del bueno era una fiesta. Porque cuando veía a mi madre distribuirlo en las fuentes yo interpretaba que ya había llegado a casa la Navidad. Vamos que siempre que celebro la vida me da por probarlo; lo tomo tanto si cumplo años como si los descumplo, lo que quiere decir que debe de guardar en su ADN el secreto de la eterna juventud.
Como jamón porque me sabe a beso. Y a tu boca. Es más no imagino nada más sabroso que quitarte las lonchas de los labios. Suavemente o a dentelladas, depende de cómo me pille el hambre. Lo único malo es que hay que adelgazar el bolsillo para alimentar mi placer. Aún así me compensa.