A ver cómo salgo de esta, porque hablar de amor y pretender brillantez es inútil. Sin embargo toca, por tanto… ¡Ahí vamos!
Estos días, nos guste o no lo almibarado del 14 de febrero, terminamos haciendo intendencia sentimental a la mínima: quiero, me quieren, lo hacen bien, o poco y mal; quiero, pero me ignoran, o quizá busco que me quieran aunque no sé quién tendría ganas de echarse 'p’adelante'.
Si redujésemos el amor a una fórmula aritmética se resumiría en mutar números hasta dar con la solución al algoritmo. Sumo, resto, me divido por dos y a ti te multiplico hasta hacerte un número primo. ¿Ah, eso no es posible? Pues la raíz cuadrada de mí, que soy tú. Una tarea agotadora pues las muchas variaciones, permutaciones y similares que se nos ocurran no logran ni acercarse a la ecuación, por más química con la que aderecemos el flechazo. Si es deliciosamente sublime será porque resulta tozudamente imprevisible.
Sin embargo hablar de amor está en la génesis de este blog: es la receta más rotunda contra el envejecimiento. Lo supe desde el principio. La filosofía de 'Happy Aging' pasa por tratar de reforzar con palabras mi creencia de que nunca es tarde porque los acontecimientos nos cargan de razones para creer que todo puede darse la vuelta, ponerse de cara en el momento menos inesperado –de culo también, pero a esa idea no hay que darle argumentos-. Y cuando supones que estás perdida para la causa, que lo tuyo es la excepción de la "sin regla", llega un zasca monumental que te deja campaneando y te nombra adicta al Whastapp por un tiempo de taquicardias e insomnios. ¡Pero qué guapa estás a pesar de no pegar ojo!
El amor llega, sí, hazme caso. Incluso sin Tinder. Cuando te arrolla deja la piel mejor que los chutes de vitaminas del doctor Chams y la autoestima más reforzada que los "mi niña, vale más que las pesetas" de tu abuela. Es como un ascenso, la bajada del Euribor en tu hipoteca -de verdad- y un boleto premiado de la loto, juntos. Un baño en el Mediterráneo en pleno agosto. Un atracón de chocolate o de jamón de jabugo. Una sobredosis de endorfinas en cada beso. Tengas la edad que tengas.
Si el 14 de febrero se supone que festejamos todo esto, lo triste es que en realidad recorremos los centros comerciales mirando ora el reloj ora la tarjeta de crédito para comprar un regalo sin pasarnos en lo uno ni en lo otro. Así San Valentín se trasforma en una mierda, en cambio el amor es gloria bendita. Te propongo entonces que festejes amar incluso si crees que no lo haces. Celebra ese tsunami que te hace estar viv@. Conjura al universo para que esa energía transformadora que saca lo mejor de nosotros se acompase a ti, tengas o no a alguien a quien decir "feliz día del amor". Si tu voz interior te sugiere que deberías buscarlo y sientes el impulso de probar, lánzate a por él… en cambio si eres de la convicción de que llega de improviso, déjate llevar y fluye.
Confieso que no he sido infeliz cuando no hallaba cerca esta clase de amor; de hecho he disfrutado instantes de enorme paz y creatividad en soledad. Diría más: esa "independencia" me facilita ser desprendida en el afecto hacia mis amigos. Pero cuando disfruto esa plenitud del amor, nada me apea la sonrisa de la cara. ¿O acaso no la notas?
¡Happy Love!