La vida por sombrero
Acabo de arrancar una hoja al calendario y lo hago feliz. Con el orgullo de haberme equivocado y acertado los últimos 365 días. Con el regusto de darme de bruces contra la pared a veces, o de encontrar la llave a la primera otras. De llorar de alegría o reír de rabia. Orgullo de sumar años y encajar en mis zapatos. En esencia quizá sea el único logro de mi vida, pero puesto que me hace sentir bien haberlo alcanzado quiero compartirlo con vosotr@s.
A ver, miro hacia atrás –no el último año, sino más lejos- y compruebo que he querido. También me han querido. Incluso he creído que quería y me he convencido de que habían perdido la cabeza por mi cuando apenas habían extraviado un par de pensamientos.
He sido un hombro para apoyarse y brazos donde sofocar lágrimas. He pedido consejos y he dado unos cuantos.
He aprendido. Mucho, mucho. Y sigo aprendiendo.
Me he ahogado en una agenda y he sobrevivido a las peores tormentas. Pero no he dejado de sonreír y cuando lo hago, soy más yo que nunca.
Hoy he abierto el armario y confirmo que me sirven los pantalones de hace diez años, pero si no fuese así seguiría siendo la misma. Con kilos o con huesos, soy yo. Con el culo firme o blando. Con la flacidez bajo la cinturilla o la tripa sometida a ella tras la última tanda de abdominales.
Mis canas son yo. Las maquillo, cierto, pero si un día asomaran por las sienes y las veis, seguiría siendo yo.
Soy yo con programa en la tele o sin él. La misma que recibe el aplauso o una punzada en twitter. La misma que recoge un premio o la que espera que suene el teléfono.
Ese “yo” anda pletórico por saberme emotiva, sensible, testaruda, caprichosa, romántica, tenaz, soñadora, indecisa, segura, pesimista, optimista, frágil, dura… orgullosa tanto de escribir libros como de pintarme los labios de rojo. O de llevar un rulo en la cabeza. Orgullo de mi orgullo femenino, de mi instinto y mi intuición. Y -¿por qué no?- de mi olfato masculino.
Y, en cierto modo, orgullo de ser tú porque las mismas dudas, zozobras e incertidumbres, el mismo baile en las tripas, las mismas emociones que te rondan, es probable que me visitaran antes o después a mi.
Claro que he cumplido años: he pasado los cincuenta riéndome de ellos y no siento ningún cataclismo a mi alrededor. Al contrario me rebosan el amor y las ilusiones. Tanto es así que esa hoja del calendario que debía de caer sobre mi cabeza como un coscorrón, me la he puesto por sombrero.