Maximizando… el bolso negro de la Reina de Inglaterra
Es fiel sin fisuras a uno negro de corte clásico que resulta de lo más inquietante
¿Qué lleva vuestra madre en el bolso? Yo he llegado a encontrar incluso una foto de mi primera comunión consumida por el tiempo. Pero… ¿Qué lleva la Reina de Inglaterra? Me inquieta.
Isabel Alejandra María ha cumplido sus bodas de oro como reina indiscutible del Reino Unido, Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Jamaica, Barbados, Bahamas, Granada, Papúa Nueva Guinea, Islas Salomón, Tuvalu, Santa Lucía, San Vicente y las Granadinas, Belice, Antigua y Barbuda y San Cristóbal y Nieves. ¡Uff! La de puntos Iberia que debe haber acumulado, el día que decida usarlos…
La hija de aquel real tartamudo lleva 50 años de trajines, collarcitos de perlas, broches, gorros imposibles y… su bolsito. Ese bolsito es lo que maximizo porque me intriga más que el tercer misterio de Fátima. Varía muy poquito. De hecho parece siempre el mismo. Es similar a uno que tenía mi abuela Irene y que era duro como una piedra. Si lo apoyas en una mesa se queda igual, momificado. Hasta el asa está solidificada, como patitiesa.
Si yo escudriñaba en el bolso de mi abuela del mismo modo que de pequeño lo hacía en el de mi madre, ¿por qué no el de la Reina Isabel?
Ese bolso fosilizado de charol negro o piel brillantísima es todo un misterio. Me refiero a su contenido, porque ella no se acerca al horno pagar el pan, ni le pide al taxi que pare para sacar dinero en el cajero, ni busca las llaves, ¡ni las olvida!, ni usa auriculares, ni requiere de abanico para darse golpes en el pecho ante un sofoco. ¿El móvil? ¿unos kleenex? ¿unas fotitos de los nietos? ¿strepsils? ¿gafas de sol? ¿una pata de conejo? ¿atarax para los picores? ¿trombocid para las piernas? ¿unas medias de repuesto? ¿tiritas de gel?
Pero atención, maximicemos… ¿y si no lleva nada? La mayoría de veces los complementos son simplemente complementos y no sirven para nada, como algunos maridos.
Puestos a ponerle fantasía a ese misterioso bolso negro, endurecido y compacto imaginemos que lleva las llaves de la cajita donde guarda sus secretos: algún trasto viejo de la niñez en palacio, un diario de adolescente, una muñequita de Lady Diana con agujas, unos juguetitos sexuales o las fotos del hombre que en verdad amó. Nunca se sabe, el marido no parece haber sido la alegría de la huerta. Todos somos humanos aunque algunos elegidos por los árboles genealógicos no puedan parecerlo.
Yo la visualizo y maximizo llegando a casa, tirando el bolso en el sofá, dejando todo en la habitación como cualquier abuela relajada, quedándose en bata en su sillón, poniéndose la tele a ver que echan, pegando alguna cabezadita, soltando algún pedito incluso, llamando a las videntes de la tele aburrida por la noche, cuando alguna cosa le quite el sueño y necesite hablar con desconocidos, o whatsappeando a su prima Sofía para decirle “¡ay qué ver qué maridos!” (pero en inglés). Y el bolso, vacío. Como muchos corazones.