Entre los muchos looks que ha lucido la reina Letizia a lo largo de su vida hay uno que es inolvidable y que permanece en la memoria de todos. Hablamos del vestido rojo firmado por Caprile que dejó al mundo boquiabierto, lo que menos gente recuerda es que el motivo para lucirlo fue acudir a la boda de Federico y Mary de Dinamarca.
Este era el primer acto oficial de Letizia, que solo una semana después se vestiría de novia, una puesta de largo que hacía que todas las miradas estuvieran puestas en ella y pocas dudas hay de que fue un acierto total. El rojo es un color habitual en el armario de la monarca, pero al nombrar el ‘vestido rojo’ de Letizia, es inevitable pensar en este.
A pesar de lo deslumbrante de su elección, no eclipsó a los verdaderos protagonistas de la velada, el príncipe heredero de Dinamarca sentaba la cabeza y se casaba con la australiana Mary Donaldson en una boda que pasaría a la historia por las lágrimas que el novio no pudo contener, entre otras cosas.
La historia de amor de la pareja comenzaba en el año 2000 durante los Juegos Olímpicos de Sídney. Mary fue invitada a una fiesta a la que acudieron varios miembros de la realeza y allí su camino se cruzó con el del príncipe Federico. Tiempo después, Mary recordaría ese encuentro que cambiaría su vida, asegurando que “Yo no sabía quiénes eran ellos. Una media hora después, uno de mis compañeros viene a mí y me pregunta: '¿Sabes que esas personas son príncipes?'”.
La química entre ellos fue inmediata y tras charlar animadamente, se intercambiaron los teléfonos, comenzaba así un noviazgo a distancia que hacía que Federico viajara varias veces en secreto para visitar a su enamorada en Sídney.
Durante tres años mantuvieron esta discreta relación, que culminaría con el anuncio de su compromiso en octubre de 2003, siete meses después tenía lugar el enlace: el 14 de mayo de 2004 se juraban amor eterno.
Federico de Dinamarca llegaba a la Catedral de Copenhague media hora antes que su prometida, tiempo suficiente para dejar claro que los nervios también afectan a los miembros de la familia real. Llegaba acompañado de su hermano, el príncipe Joaquín, y ataviado con el uniforme de gala de la Armada.
Del brazo de su padre, John Donaldson, llegaba la novia, con un vestido creado por el diseñador danés Uffe Frank. En satén color perla y entallado, dejaba los hombros al descubierto y tenía clara inspiración medieval. Lo acompañó con un velo histórico, que llevaba más de 100 años en la familia real danesa, obra de monjas irlandesas.
Entre las joyas que lució, destacaba la diadema, regalo de sus suegros, que combinó con pendientes de perlas y brillantes. No se olvidó de su tierra natal, el ramo era una bella combinación de flores típicas danesas y australianas. Fue cuando la novia entraba en la catedral cuando Federico, llevado por la emoción, dejaba caer unas lágrimas.
Toda la ceremonia fue un homenaje al origen de los novios, no faltó la música tradicional danesa para recibir al novio, pero tampoco el homenaje a los orígenes irlandeses de la familia de la novia. Ya casados, la pareja se subió a una carroza descubierta y recorrió las calles de la ciudad, saludando a todos los curiosos que acudieron, dispuestos a no perderse detalle.
Saludaron al público desde el balcón del Palacio Real de Amalienborg y no faltaron a la tradición, sellando su amor con un beso. Fue en el mismo palacio donde celebraron la cena para sus 400 invitados.