Un año y siete meses después de su boda, y solo nueve meses después de que naciera su hijo Lucas, Patricia Conde y Carlos Seguí anunciaban su separación “de mutuo acuerdo”. Ponían fin así a una relación que habían celebrado con una íntima boda, de la que apenas se pudo ver unos detalles.
Se conocieron en Formentera, a través de amigos comunes, y año y medio después se casaron. La separación no fue nada sencilla, fue una larga batalla en los tribunales tras la que consiguieron recuperar la cordialidad por el bien de su hijo.
A pesar de que descubrir cómo es el vestido de la novia es uno de los momentos más esperados en una boda, en el caso de Patricia Conde, todos los que no estaban invitados al evento tuvieron que esperar a que fuera ella quien compartiera en su blog una fotografía, pues no se dejó ver en todo el día, llegando en un coche con las ventanas tintadas. Escogió un vestido en color champán de Elie Saab, con pedrería y tul de seda, con manga corta y escote en la espalda, que llevó con el cabello suelto y un maquillaje ligero.
La boda se celebró en julio de 2012, fue un enlace de tarde, una gran idea, no solo por la bella luz de esa hora del día, también porque el calor de Mallorca prometía apretar, tal vez por eso recibían a los invitados con una copa de champán y muchos de ellos preferían un poco de agua fresca.
El enlace tuvo lugar en La Granja de Esporles, una propiedad típicamente mallorquina que pertenece a la familia del novio y que cerraron para el deleite de sus 160 invitados, una boda solo para los más íntimos y que contó con muy pocos rostros conocidos, solo los compañeros de Patricia en Sé lo que hicisteis, Ángel Martín, Miki Nadal, Cristina Pedroche y Berta Collado, y algunas amistades, como Ana Milán o Alexandra Jiménez, que llegó junto a su pareja, el también actor Luis Rayo.
Prometía ser una fiesta por todo lo alto, los novios habían supervisado que todo estuviera cuidado al milímetro y se ocuparon de que la ceremonia civil no fuera demasiado larga, para dejar paso a la fiesta. No tuvieron cena como tal, sino un cóctel servido por La Alacena de Mallorca, donde los productos típicos de la tierra tuvieron un gran protagonismo.
Recogían en Vanity Fair que no faltó el jamón ibérico y el queso parmesano, pero tampoco las berenjenas de carne, el frito mallorquín de marisco o el tumbet. En uno de los carros se servían arroces, paella ciega, arroz negro y fideuá, y en otro carro una gran variedad de sushis, hubo platos fríos, como el chupito de melón y menta, pero también calientes, como la tempura de espárragos y zanahoria.
Tampoco escatimaron con los postres, que llegaron bien avanzada la noche, con tartas variadas, brochetas de fruta y tiramisú. Todo ello lo regaron con los mejores vinos y, durante la fiesta, los mojitos fueron la norma. Desde luego, quedarse con hambre no era una opción para los novios que, sobre las tres de la mañana, sacaron una recena con bocadillos de jamón.