Los regalos, el vestido de novia o el menú. ¿Cómo fue la boda de la reina Isabel II y el Duque de Edimburgo?
El matrimonio entre Isabel II y Felipe de Edimburgo ha durado 73 años, hasta el fallecimiento del duque el pasado mes de abril.
La suya fue una auténtica historia de amor con una boda por todo lo alto que merece la pena recordar.
Te contamos los detalles más significativos del día más importante de esta inigualable pareja real.
El pasado de abril fallecía el duque de Edimburgo y finalizaba así su matrimonio con Isabel II de Inglaterra, uno de los más longevos de la historia. Estuvieron casados 73 años y hemos asistido a esa parte visible de la vida de la pareja royal más top de todos los tiempos por televisión, la prensa de todo tipo y, más recientemente, gracias a la serie “The Crown”. Queremos hacer nuestro homenaje particular a esta pareja que ya forma parte de la historia recordando su historia de amor y cómo fue la boda de Isabel II y Felipe de Edimburgo.
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Amor a primera vista
Ya sabemos que no es necesario, ni mucho menos, que el amor surja a primera vista, pero cuando ocurre no deja de fascinarnos. Y eso fue lo que pasó entre una jovencísima Isabel y Felipe en la academia naval de Dartmouth, en Devon, el julio de 1939. El príncipe, estudiante-cadete en el Royal Naval College, se encargó de entretener a Isabel y su hermana Margarita. En ese momento ella tenía 13 años y él 18. Evidentemente pensamos en que eran extremadamente jóvenes (sobre todo ella) para poder hablar de amor y, más aún, de compromiso. Pero lo cierto es que entre ambos surgió un interés y una atracción que no desapareció, y que años más tarde terminó en una boda inolvidable.
El compromiso y el recelo familiar
La relación entre ambos jóvenes comenzaba, sobre todo por correspondencia, tras coincidir unos días en el castillo de Windsor en las Navidades de 1943 y se comprometieron en secreto en 1946. Pero no fue hasta el 9 de julio de 1947 cuando el compromiso se hizo público.
El rey Jorge VI, padre de Isabel, no veía con buenos ojos a Felipe y no se lo imaginaba como yerno. No es que le cayera mal, al contrario, pero sabía que su hija estaba destinada a reinar y Felipe acumulaba una serie de circunstancias que no le favorecían entre la realeza, como su mala situación económica, no ser británico (ni de la Iglesia de Inglaterra) o que provenía de una familia desestructurada.
La madre de Isabel, la reina Elizabeth Bowles-Lyon, tenía por su parte una lista de pretendientes más que aptos para casarse con su hija, todos ellos con títulos, dinero y propiedades. Pero ninguno captó la atención de la joven Isabel, que solo tenía ojos para Felipe. Así que, finalmente, los reyes cedieron y, a pesar de los recelos, se hizo público el compromiso.
El gran día salió el sol
Uno de los deseos de toda novia es que el día de la boda haga un sol radiante que la acompañe. En Inglaterra la climatología tiende a los días nublados y la lluvia, y así fue como amaneció el 20 de noviembre de 1947, pocas horas antes de que se celebrase la boda de Isabel y Felipe. Pero cuando pasadas las diez de la mañana la novia salía del palacio de Buckingham subida en su carroza de madera lacada, el sol salió para transmitir todos los buenos presagios posibles. Eran las diez y media de ese precioso día cuando llegó a la abadía de Westminster para casarse con el hombre al que amaba.
El vestido de la princesa, con cupones
La boda real se celebró poco después de terminar la II Guerra Mundial, que había dejado al país en una mala situación económica, y esta boda corría el peligro de ser mal vista por los ingleses al suponer un gasto desmedido cuando todos se estaban apretando el cinturón. De hecho, las novias recibían unos cupones del gobierno para comprar su vestido, y se comunicó a la prensa que lo mismo había hecho la princesa.
Eso sí, su vestido, confeccionado con satén duquesa color marfil, había sido diseñado por Sir Norman Hartnell y tenía cosidos 10.000 perlas importadas de Estados Unidos y cristales. Los bordados, inspirados en La Primavera de Botticelli, eran de flores y estrellas.
La tiara que lució tenía cuarenta y siete barras entrelazadas de diamantes y era propiedad de la reina María, su abuela. Los anillos de bodas tenían una pepita de oro galés de la mina de Clogau St. David.
El apoyo popular
Los británicos habían manifestado su desaprobación ante un posible enlace entre Isabel y Felipe solo unos meses antes de la boda. Estaba emparentando con alemanes y algunos de estos parientes había tenido relación con el ejército nazi. Esto no gustaba a los ingleses, que habían desarrollado un sentimiento en contra de los alemanes como consecuencia de la guerra.
Pero cuando llegó el gran día, el temor de la pareja (y del gobierno) a no recibir el apoyo popular desapareció, porque las calles se llenaron de gente que les aclamaba cuando pasaban en la carroza real.
El menú
La celebración tuvo lugar a la hora del almuerzo y fue en el salón Ball-Supper, en el propio palacio de Buckingham. El menú consistió en Filet de Sole Mountbatten, Perdreau en Casserole, Bombe Glacee Princess Elizabeth. Hubo una tarta oficial de nueve pies de alto, preparada con ingredientes de todo el mundo. Además, hubo otras once tartas que regalaron a la pareja.
Miles de regalos
Los regalos para los recién casados llegaron de todas las partes del mundo y los hubo de todo tipo: una nevera, un canasto de picnic o una máquina de coser. Fueron en total más de 2500 y se exhibieron en el Palacio de St. James donde podían ser observados por todos los visitantes. Entre todos los regalos se encontraba uno de Mahatma Gandhi: un algodón bordado por el mismo con las palabras “Victoria para la India”.