El 22 de mayo de 2004 fue un día importante para los reyes Felipe y Letizia y un momento histórico para todos los demás. Hacía casi un siglo que no se celebraba en España una boda de Estado y también era la primera vez que se celebrara una boda de la realeza en la catedral de la Almudena.
El tiempo no les acompañó, la lluvia les obligó a cambiar ligeramente de planes, haciendo que la novia tuviera que ir en coche hasta la puerta en lugar de caminar del brazo de su padre frente a todos los presentes como se había planeado.
No fue el único contratiempo, la novia había perdido peso en los días previos, lo que hacía que el vestido le quedara ligeramente grande. Además, estaba resfriada, por lo que tuvo que medicarse para poder lucir radiante, como el momento requería.
Ninguno de estos pequeños baches les impidió jurarse amor eterno, unir sus vidas para siempre y pronunciar el tan esperado ‘sí, quiero’... salvo que estas palabras nunca llegaron a pronunciarse en la boda de don Felipe y doña Letizia, porque la pareja nunca las dijo.
Fue un día importante para ambos, todo tenía que salir perfecto porque sabían que todas las miradas estaban puestas en ellos y no solo las de los ciudadanos españoles, que vivieron ese 22 de mayo de 2004 como el momento histórico que era, también las de prácticamente el mundo entero, pues representantes de todas o casi todas las monarquías estuvieron entre los invitados.
Sonadas ausencias, como la de Ernesto de Hannover, que no acudió a la ceremonia, obligando a su esposa, Carolina de Mónaco, a desfilar en solitario. Otros sí que acudieron, pero olvidaron dejar sus rencillas en la puerta y protagonizaron momentos cargados de tensión, como Víctor Manuel de Saboya y Amadeo de Aosta, que llegaron a las manos en la cena organizada en La Zarzuela por don Juan Carlos y doña Sofía.
Más allá de estos momentos puntuales, todo transcurrió según el plan establecido. La novia deslumbró gracias al vestido que Pertegaz había creado para ella, un modelo clásico, elegante y atemporal, con bordados en hilo de oro cargados de detalles y que no robaba el protagonismo a la pareja, sino que les acompañaba.
Los espectadores se quedaron con las ganas de vitorear su primer beso de casados tras la ceremonia, pues la pareja tan solo se dio un recatado beso en la mejilla. Ese primer beso no fue la única ausencia, pues como decimos, también faltó el tradicional ‘sí, quiero’. La pareja, no obstante, empleó otra fórmula para sellar su amor.
"Yo, Felipe, te recibo a ti, Letizia, como esposa, y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad todos los días de mi vida", recitaba el por aquel entonces príncipe de Asturias, escogiendo esta manera de sellar su compromiso con su futura esposa tras solicitar el permiso de su padre, que se lo concedió con un gesto. Ella respondía de igual manera, "Yo, Letizia, te recibo a ti, Felipe, como mi esposo, y me entrego a ti y prometo serte fiel en la prosperidad y en la adversidad, en la salud y en la enfermedad, todos los días de mi vida".