María Arranz: “Los recetarios son una de las fuentes más interesantes a las que acudir en busca de la voz de las mujeres”
Hablamos con María Arranz, quien acaba de publicar ‘El delantal y la maza’, un ensayo que nace de la contradicción que vivió ella como feminista cuando quiso dedicarse a la cocina
Unos sentimientos encontrados que muestra a través de manifestaciones artísticasfirmadas por mujeres que ofrecieron nuevas formas de entender lo cotidiano
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La cocina siempre ha sido un espacio de contradicción para las mujeres. Por un lado, suponía otro sometimiento más dentro del hogar, pero a la vez también era un lugar para el encuentro, la creatividad y la resistencia. Y, en cierta medida, para la libertad. Unos sentimientos encontrados que le brotaron a la periodista María Arranz cuando quiso dedicarse a ella. De esa dualidad nace 'El delantal y la maza' (ColandCol), un ensayo en el que la autora muestra cómo han vivido diferentes mujeres estas contradicciones en los últimos tiempos a través de miradas artísticas. Unas reflexiones que a día de hoy siguen muy vigentes.
Pregunta: ¿Por qué la cocina ha sido un lugar repleto de contradicciones para el feminismo?
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Respuesta: No sé si lo ha sido para el feminismo como tal, sí que lo ha sido para mí como mujer feminista que, en un momento dado, quiso dedicarse a la cocina. Durante mucho tiempo, este espacio doméstico fue un lugar de sometimiento y opresión para muchas mujeres a las que no se les daba otra opción que dedicarse al hogar. El feminismo ha reflexionado largo y tendido sobre este tema y, durante años, para las feministas la cocina fue, sobre todo, un lugar del que huir. En mi caso, las contradicciones surgieron precisamente de ahí: ¿por qué quería entrar en un espacio que, como feminista, debía rechazar? ¿Era posible establecer otro tipo de relaciones con este espacio doméstico, igualmente críticas, pero que incorporasen también otros discursos?
Sin embargo la cocina, como dijo Simone de Beauvoir, tiene algo diferente del resto, algo más positivo. ¿El qué?
Para Simone de Beauvoir ese “algo más positivo” tenía que ver con que la cocina es una actividad más creativa, a diferencia de otras tareas domésticas, como lavar los platos o limpiar el polvo, que eran mucho más repetitivas y monótonas. Cocinar es una tarea de la que se pueden extraer algunas satisfacciones y, de alguna manera, es una actividad más trascendente que el resto de faenas domésticas en tanto que de ella depende, como decía Beauvoir, “el mantenimiento de un cuerpo”.
Pero no siempre ni en todos los lugares ha sido así. También ha sido un espacio para la lucha por los derechos feministas. ¿Puedes poner algún ejemplo?
Creo que en el arte, como intento trasladar con varios ejemplos en el libro, encontramos bastantes obras en las que la cocina se convierte en un espacio desde el que cuestionar las normas de género. Si tengo que citar uno, elijo el que da título al libro: ‘Semiotics of thekitchen’, de Martha Rosler, una pieza de vídeo del año 1975 en la que la artista, imitando a esas amas de casa perfectas que solían aparecer en televisión, va mostrando a cámara una serie de utensilios de cocina siguiendo las letras del alfabeto.
Desde la A, de ‘apron’ (delantal) hasta la T de ‘tenderizer’ (la maza que se usa para ablandar la carne), Rosler recorre todo el alfabeto mostrando diferentes utensilios con los que realiza gestos agresivos, extraños e incómodos, que acaban resultando también un tanto cómicos. Con esta obra, Martha Rosler transgrede el significado cotidiano de estos objetos, utilizándolos para mostrar la rabia y la frustración que provocaba en muchas mujeres el mandato de género que les imponía dedicarse amorosamente a cocinar para sus familias.
O ha sido un ejemplo de borrado de identidad. Como pasó con el curry.
La cocina inglesa utilizó el curry para asimilar la identidad india dentro del imperio británico de una forma simbólica. El curry, tal y como lo conocemos en Occidente, es una mezcla de especias homogeneizada, cuando en realidad, en India, estas mezclas reciben el nombre de ‘masalas’ y son muy diversas, varían en función de cada región. Homogeneizando la mezcla y adaptándola al paladar británico se borraba parte de la identidad de la cocina india. Y a través del uso de esta mezcla estandarizada en la cocina británica, incorporando el curry al recetario inglés, se integraba a India en el imperio también de forma simbólica, a través de la gastronomía. Es decir, sería un ejemplo de colonialismo a través de la comida.
¿La cocina ha sido el lugar donde la mujer ha podido expresarse culturalmente porque otros espacios los tenían vetados?
Sí, esto creo que queda patente en el caso de los recetarios, a los que se suele considerar publicaciones de escaso valor histórico o literario, pero que, en realidad, son una de las fuentes más interesantes a las que acudir en busca de la voz de las mujeres.
En el libro cuentas que las redes sociales muchas veces no ayudan a esto. ¿Suponen una vuelta al pasado?
Para nada, las redes tienen sus aspectos positivos y negativos, como todo. Yo soy una gran consumidora de redes y las utilizo muchísimo en mi trabajo, para aprender y también para divulgar. Así que para nada las demonizo ni reniego de ellas, pero sí soy crítica con cosas que veo. En ciertos aspectos, las redes nos marcan estándares irreales e imposibles de alcanzar. Lo vemos con temas relacionados con el cuerpo y la belleza de forma muy evidente, pero en el mundo culinario también se han establecido unos patrones de lo que es bonito o guay enseñaren redes.
La comida se usa muy a menudo como un símbolo de estatus y como una herramienta más para diferenciarse de los demás (esto no es nuevo, pero las redes sociales lo amplifican). Es genial usar las redes para aprender sobre cocina, conocer nuevos restaurantes o escuchar apersonas que hablan de gastronomía o de historia culinaria, pero también tenemos que mantenernos alerta con esa inercia constante a hacer de la comida algo meramente estético y aspiracional.
¿Y qué ha pasado con los hombres cocineros? ¿Qué papel ocupan en la cocina?
Pues ahora mismo y desde hace bastante tiempo, uno predominante cuando hablamos de alta cocina, es decir, de esa que se realiza en el espacio público y que atrae tantos focos. Sin embargo, en los hogares, vemos cómo mayoritariamente son las mujeres las que se siguen ocupando de la alimentación en el día a día, sin ningún tipo de reconocimiento.
¿Cómo conseguiste reconciliarte tú con la cocina teniendo una mirada feminista?
Leyendo a otras mujeres que han vivido conflictos similares y siendo consciente de que este sentimiento es más colectivo de lo que yo pensaba. Disfrutando de cocinar, pero al mismo tiempo, mirando con ojos críticos todo lo que rodea a esta actividad y a este espacio doméstico. Entendiendo la cocina como un territorio complejo, pero muy rico en discursos. Y aprendiendo a convivir con las propias contradicciones, claro.
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