La gran popularidad del true crime, sobre todo en las plataformas de streaming, ha llevado a que vayan produciéndose documentales sobre algunos de los crímenes más célebres de la historia reciente de España, crímenes que en su momento suscitaron un gran interés mediático y que tuvieron a todo el país en vilo. Uno de los más impactantes, y que más tiempo estuvo presente en la prensa y en televisión, fue el secuestro de Anabel Segura, que ahora centra una nueva docuserie de Netflix (hace nada se estrenó también la de Martha Stewart) titulada: '900 días sin Anabel'.
Ocurrió en 1993, en unos años en los que la crónica de sucesos estaba marcada por varios casos igualmente muy mediáticos que habían tenido lugar en los meses anteriores. En enero de ese mismo año se habían encontrado los cuerpos de Miriam, Toñi y Desirée, las tres niñas de Alcàsser que llevaban desaparecidas desde noviembre de 1992. En ese mismo mes se había producido el secuestro de Maria Àngels Feliu, la farmacéutica de Olot, que no se resolvería hasta marzo de 1994, y el 12 de abril de 1993 tendría lugar el secuestro de Anabel Segura. La investigación policial, la respuesta mediática y de la sociedad, con multitudinarias manifestaciones pidiendo su liberación, y las conversaciones telefónicas que los secuestradores mantuvieron con la familia centran los tres episodios de la docuserie, producida por Señor Mono.
Uno de sus responsables, Íñigo Pérez Tabernero, aseguraba al hablar sobre 900 días sin Anabel en el festival South Series de Cádiz que era uno de los grandes crímenes mediáticos recientes que faltaban por tratar de esta manera y que que hayan pasado más de treinta años desde entonces ayuda a encontrar un enfoque que sea respetuoso con las víctimas y riguroso con lo que sucedió: “el true crime y la actualidad están peleados. Hay que dejar que pase el tiempo para que haya capacidad de análisis”.
Anabel Segura era una joven madrileña de 22 años que vivía en la acomodada zona de La Moraleja. Era la Semana Santa de 1993 y ella había decidido no acompañar a sus padres de vacaciones para quedarse estudiando. El 12 de abril, salió a correr por los alrededores de la urbanización donde vivía cuando, al pasar por delante de un colegio, una furgoneta blanca para a su lado y dos hombres la introducen a la fuerza en ella. Este hecho es visto por un jardinero del colegio que, sin embargo, no consigue distinguir la matrícula del vehículo, pero que avisa a la policía.
Los secuestradores llaman a la familia dos días más tarde exigiendo un rescate de 150 millones de pesetas y se hacen dos intentos fallidos de entregarlo. A los cinco meses, la familia pide una prueba vida, y la policía recibe una cinta en la que voz de mujer asegura que está bien, que no la están tratando mal y que los quiere a todos. Aunque en público se mantiene la charada, tanto la policía como la familia saben que esa voz no es de Anabel, así que toman una decisión para desatascar la investigación que acabará dando sus frutos: publican una de las conversaciones de los secuestradores pidiendo el dinero.
Un ciudadano reconoce la voz en esa cinta e informa a la policía que se trata de Emilio Muñoz, un transportista de Toledo en paro que había convencido a un amigo suyo, Cándido Ortiz, fontanero, de que la manera de solucionar los problemas económicos que atravesaban era ir a La Moraleja, secuestrar a alguna chica joven que vieran por allí, pedir rescate y liberarla en cuanto lo recibieran. Pero los padres de Anabel no estaban en Madrid, sino de vacaciones en Marbella, y ella les había visto las caras, así que después de varias horas conduciendo sin rumbo, y sin tener realmente un plan de acción, decidieron ir a una fábrica de azulejos abandonada, matarla y dejarla allí. El asesinato se produjo la misma noche del día del secuestro.
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