Como buena it girl, Paula Echevarría ha gestionado su segundo embarazo siguiendo el manual de estilo que rige Instagram. Todo comenzó en septiembre de 2020 cuando, adelantándose a los rumores, anunció que estaba esperando su segundo hijo, esta vez con Miguel Torres, su pareja actual. La noticia llegó para revolucionar su feed en esta red social, donde abrió una nueva etapa premamá. No había pasado un mes cuando la pareja decidió dar un paso más y desvelar el sexo y nombre del bebé que estaba en camino: un niño al que llamarían Miguel, como su padre. Con lo que no contaban es con que esta elección traería más de un riesgo para su futuro hijo. Solo basta con repasar la historia del corazón para descubrir de qué estamos hablando.
Antecedentes hay miles. El más sangrante, el de Paquirrín, sirvió de mofa durante toda la infancia y adolescencia del primogénito de Isabel Pantoja. La sombra de su padre, al que perdió cuando apenas tenía unos meses de vida, era demasiado alargada. Y no hace falta irse muy lejos para seguir enumerando ejemplos. Su hermana, a la que la tonadillera puso de nombre María Isabel tras adoptarla en Perú en 1996, sigue teniendo que aguantar el apelativo de Chabelita, otro mote con rintintín que el año pasado trató de enterrar al autodenominarse Isa P.
Y continuamos con el árbol genealógico de los Rivera. Fran, el hijo mayor de Paquirri, tiene el mismo nombre que el torero. En su caso tuvo suerte y se quedó con el diminutivo, algo que mantiene hasta hoy. Cayetano, el siguiente hijo de Carmina Ordóñez, contó con la fortuna de la originalidad. Pero, ¿qué sucedió con Julián Contreras, el hijo menor de la divina? Que no tuvo otra que ponerse un Junior entre nombre y apellido para que le distinguieran de su padre.
En el universo de las folclóricas hay más casos. Ahora son pocos a los que se les escapa el Rociíto con el que fue conocida durante décadas en los quioscos. La madurez le hizo ganarse a pulso que la prensa la llamase por su nombre, Rocío Carrasco. Algo similar a lo que sucedió con la mayor de las Flores, Lolita, que desde que saltó a la música con ‘Amor’ le colocaron este sufijo para diferenciarla de La Faraona. Hoy lo lleva tan a gala que no es necesario ni decir su apellido para identificarla.
No nos olvidamos tampoco de Chábeli o de Julio José, ambos fruto del matrimonio de Isabel Preysler con Julio Iglesias. O de Terelu, que decidió fusionar el Teresa y el Lourdes para ganarse un hueco más allá de ser hija de la Campos. Pero claro, esto eran otros tiempos. Las nuevas generaciones del papel couché han dado un golpe sobre la mesa. Ahora es inimaginable que un menor, por muy vip que sea, sufra esa desprotección en la que se vieron los baby-celebrities de los ochenta. Aún así, nunca está de más ser malpensado y adelantarse al qué pasará. Y si no, que se lo digan a Eva González.
Con el precedente de la familia Rivera aún fresco, una de las primeras frases que pronunció la exmiss al abandonar el hospital con su hijo en brazos dejaba clara su postura. "Ni Cayetanito ni Cayetano Jr, se llama Cayetano". Esta reivindicación era una amable advertencia para que no fuesen los medios quienes colocasen un apodo a su pequeño. Pero Paula Echevarría no ha sido tan rápida como la presentadora. El apellido Junior es algo que ya ha utilizado en alguna ocasión al referirse a su futuro bebé. Graso error que podría condicionar el futuro mediático de un niño que ya es conocido antes incluso de ser traído al mundo.