Una cena con amigos provocó su primer encuentro. Por entonces, Manolo Segura ya llevaba en la frente el título del ‘Playboy de la Costa del Sol’. Este publicista cuyos amoríos eran carne del papel cuché formaba parte de la ya caduca flor y nata de la noche marbellí. Y en Tita Cervera encontró una mujer con la que divertirse.
Fiestas con mucho invitado de apellido compuesto fueron testigo de los inicios de un amor que llegaba en un momento perfecto para Carmen. Su reciente ruptura con Espartaco Santoni le había liberado de una vida cargada de toxicidad. Su exmarido no solo fue detenido por presunta estafa y falsedad de documentos al año de casarse, sino que también fue acusado de bigamia, de tener un matrimonio paralelo al de Tita en los cinco años que duró esta relación.
De ahí que Cervera fuese tan feliz con Segura. Eran jóvenes, estaban enamorados, tenían muchos amigos en común y muchas ganas de disfrutar de la vida. Incluso, fruto de ese fervor, estuvieron a punto de casarse. Sin embargo, la sombra de Santoni seguía siendo alargada y nunca consiguió firmar el divorcio.
Al tiempo, fruto de esa bigamia que sigue trayendo cola entre sus herederos, se dio cuenta de que su matrimonio con Espartaco nunca fue válido a ojos de un juez. Que su boda con Manolo podría haber sido realidad. Si esta equivocación no hubiese sido tal, es probable que Tita nunca se hubiese topado con Hans Heinrich von Thyssen-Bornemisza. Jamás habría sido ‘la Baronesa’ (así, en mayúsculas). Y la historia habría sido muy diferente. Pero volvamos a su relación con Segura.
Pasaron los meses y esa pasión del comienzo se fue enfriando. Ambos decidieron tomar caminos opuestos. Hasta que Carmen Cervera descubrió que estaba embarazada de Manolo. Fue un shock para ambos, y como la relación no había terminado en buenos términos, la aristócrata decidió ser madre soltera en unos tiempos en los que serlo parecía imposible a ojos del ‘qué dirán’.
A los nueve meses nació Borja. Era 1980 y quedaba todavía un año para que Tita conociese al barón. La identidad del padre biológico de aquel niño fue un misterio durante su infancia. Cuando inició una relación con Heini, nombre cariñoso con el que llamaba al dueño del imperio Thyssen, el alemán le adoptó como suyo, le puso su apellido y le convirtió en uno más de su familia. “Nos quería a ambos”, ha contado ella en más de una ocasión. “Él respetó mi pasado como yo respeté el suyo”. Pero Borja debía saber la verdad.
Cuando ya no era tan niño, a eso de los doce años, Tita decidió sentar a su hijo y contarle la verdad. En aquella conversación estuvo el barón, por supuesto. Y también Manolo Segura, su padre biológico, al que por fin puso cara. “Tienes dos papás, qué suerte tienes”, le comentaron. Una nueva realidad que Borja se tomó con naturalidad.
Desde entonces, Manuel y Carmen retomaron relación, esta vez en forma de amistad. Un vínculo de confidencias que se mantuvo hasta la muerte del publicista. De hecho, más allá de mantener un contacto estrecho para que el publicista formase parte de la vida de su hijo, comenzó a formar parte de su vida diaria, pasaron varios veranos juntos y se convirtió en el hombre de confianza de la baronesa.
Su papel fue clave durante una de las etapas más negras del clan. Cuando la relación entre madre e hijo se resquebrajó, fue él el encargado de unir las piezas de un vínculo roto a raíz de la llegada de Blanca Cuesta, mujer de Borja. Manolo siempre intentó ser el puente de unión entre ambos cuando los vientos iban en contra.
Más que aconsejar, lo que logró fue que el uno empatizase con la otra. “Me escuchan. Aunque no me hagan caso todo lo que me gustaría, me escuchan cuando les aconsejo”, decía hace unos años al hablar del rol que juega en la familia. Con su fallecimiento, unos Borja y Tita unidos gracias a él lloran su adiós.