Naomi Watts ha cumplido su objetivo. Siempre se ha declarado como una actriz ambiciosa que quería dejar de lado sus papeles iniciales (nunca menospreciados) de ‘chica mona’, para interpretar a mujeres complejas cuyas vidas causaran un impacto en el espectador. “Grandes mujeres”, como ella misma decía, eran su finalidad, y con la próxima proyección de su nueva película, en la que se encarga de interpretar la última etapa de la vida de Lady Diana, puede dar su deseo por concedido.
Como dos gotas de agua
El papel le queda como un guante. No sólo a nivel físico, en el que comparten casi todos los rasgos: ambas rubias, de ojos azules, piel clara, esbeltas, y con una sonrisa eléctrica y cautivadora. La caracterización ha sido tan precisa (el corte de pelo, la ropa, los gestos, los retoques en las facciones) que bien podría decirse que, en otra vida, fueron hermanas.
Infancias paralelas
Naomi, que se ha metido a conciencia en un proyecto tan magnífico como éste, no sólo se parece a Diana de Gales por fuera, sino que las dos tienen unas raíces comunes que aumentan la credibilidad del personaje.
Tanto la una como la otra nacieron en Inglaterra. La princesa Diana en Norfolk y Naomi en Soreham (Kent), donde vivió durante sus primeros ocho años hasta que se trasladó a vivir a Australia, adquiriendo la nacionalidad del país. Las dos niñas vivieron en una familia desestructurada: Los padres de la actriz se separaron cuando ella apenas tenía cuatro años y el padre murió pocos años después. Los de Diana, también se separaron y, en el vaivén de la adjudicación de su custodia y de la de su hermano, acabó viviendo en la casa paterna. De pequeña, soñaba con ser bailarina, una vena artista que, ni que decir tiene, compartía quien hoy la interpreta.
Dos chicas tímidas en el candelero
En las primeras imágenes públicas de Diana, reconocíamos a una chica tímida e ingenua que tuvo que aprender a convivir con los ojos de todo un pueblo (y no un pueblo cualquiera, sino el británico, ácido y crítico donde los haya) puestos sobre ella. La princesa aprendió a comunicarse con un país que la quiso por su bondad y su generosidad y que, aún hoy, la recuerda.
A Naomi también le costó ser un personaje mundialmente conocido. Al igual que una princesa, una estrella de Hollywood lleva consigo el peso de una crítica que puede llegar a ser feroz. Con la misma timidez – la prensa la define como una chica a la que le gusta estar en un “segundo plano”- ha conseguido ser respetada por su trabajo – hace poco recibió un Óscar por su papel en ‘Lo imposible’- y guardar con recelo todo lo concerniente a su vida privada.
En este último punto no coincide con Diana. El mundo entero fue testigo de su turbulenta relación con el Príncipe Carlos, de su separación, su posterior y escandaloso divorcio y de su nuevo noviazgo con Doddy Al Fayed. En el caso de la actriz, se especuló mucho sobre una posible boda con su actual pareja, Liev Schreiber, padre de sus dos hijos, que, al parecer, nunca llegó a realizarse.
Radiantes en la alfombra roja
La belleza de estas dos mujeres es indiscutible. Ambas, estilizadas y esbeltas, a la par que elegantes, siempre han brillado en la alfombra roja, coindiciendo, sin saberlo, en un estilo muy femenino y discreto, galardón del buen gusto y la distinción.
Famosas y solidarias
Fuera de los asuntos del corazón, las dos han luchado siempre por los más necesitados. Diana se convirtió en un icono de la solidaridad, prestando su imagen y colaborando codo con codo con entidades de la talla de Nelson Mandela o la Madre Teresa de Calcuta. En menor escala, pero con el mismo espíritu solidario, Naomi fue nombrada por Naciones Unidas como embajadora de una ONG contra la propagación del sida. Dos mujeres, en resumen, alejadas en el tiempo y en el espacio pero con unos rasgos comunes que ahora se funden a través de la gran pantalla.