En los rituales de infancia de quienes ahora son personas adultas -y eran pequeñas en los 80 y los 90-, había un momento casi incuestionable. En verano, se comía y luego los adultos decidían que era la hora de dormir la siesta para adultos y niños, por mucho que en realidad lo que apeteciese fuese salir a jugar fuera. Décadas después, es poco probable que esos ahora adultos se vayan a dormir durante la tarde, porque la siesta se duerme en España -a pesar de todos los mitos- más bien poco.
¿Está la siesta en peligro de extinción? No es fácil encontrar investigaciones generales que se lo pregunten de forma concreta, pero las cifras que sí existen muestran una tendencia al retroceso de la siesta. En 2016, un estudio de la Asociación Española de la Cama (Asocama) apuntaba que ya casi el 60% de la población no dormía nunca la siesta. La misma asociación había investigado sobre la cuestión 7 años antes y entonces descubrieron que solo lo hacía de forma diaria el 16% de la población. En aquel momento, ya el 58% decía que pasaba de la siesta.
En cierto modo, los problemas de la siesta van paralelos a los problemas en general para dormir bien. El estudio '¿Cómo duermen los jóvenes? Hábitos y prevalencia de trastornos del sueño en España' — elaborado por la Fundación Mapfre, la Sociedad Española de Neurología (SEN) y la Sociedad Española del Sueño (SES)— señala que el 83,5% de la juventud española muestra algún síntoma de insomnio. Solo el 30% reconoce que duerme la siesta, aunque lo hace de forma ocasional y solo en sus días libres.
Según la SES, y ya hablando en líneas generales en términos de edad, el 14% de la población adulta de España muestra una alta probabilidad de desarrollar insomnio crónico. El 10% padece ya algún trastorno de sueño y el 30% inicia el día sintiendo que no ha descansado bien. A esos números se pueden sumar los datos de la última encuesta de la OCU sobre salud mental en España, que apuntan que el 39% de la ciudadanía reconoce tener problemas de sueño.
Las razones de todo este mal dormir son múltiples. La SES habla del impacto que tienen las ciudades "abiertas 24 horas" o el cambio climático en el sueño y recuerda como los diferentes estudios científicos han establecido vínculos entre las cuestiones sociales -los ingresos, la precariedad, la inestabilidad económica- y las ambientales -la contaminación acústica o la lumínica- y la mala calidad del sueño.
A eso hay que sumar que vivimos en un mundo cada vez más acelerado y en el que siempre estamos rodeados de estímulos, lo que hace que darle al botón de pausa y tomarnos unos minutos para una misma se vuelva más complicado que en el pasado. A pesar de que la siesta es una de esas cuestiones que siempre se vinculan con la cultura española, España duerme en general mal. La cultura de trabajo —y el premio al presentismo— y los cambios socioculturales del siglo XX han desplazado a la siesta. Y, aunque una cabezadita por la tarde no sirve para recuperar el tiempo que no se ha dormido de noche, existen muchas razones para recuperarla.
La siesta puede ser una manera de poner un freno a, justamente, ese mundo acelerado en el que vivimos y los efectos que tiene sobre nuestra salud mental y física. En '¡Reconquista tu tiempo!' (Ariel), Jenny Odell habla del activismo en torno a la siesta, acciones que la reclaman como una manera de romper con el ciclo de la obsesión por la productividad y el uso constante del tiempo en el que vivimos. Más allá de este tipo de cuestiones, la siesta tiene beneficios directos sobre la salud. Un estudio de hace un par de años de la Universidad de Lausana concluía que dormir la siesta una o dos veces a la semana reducía a la mitad el riesgo de fallo cardíaco, aunque alertaba, eso sí, de que hacerlo de forma recurrente no tenía efectos positivos.
El somnólogo Juan José Ortega Albas recuerda en 'The Conversation' esos efectos positivos para la salud cardiovascular -dormirla de forma rutinaria reduce en un 30% los accidentes cardiovasculares, defiende- y a nivel cognitivo -mejorando la memoria o la atención. Como suma la Fundación Española del Corazón, echarse una cabezadita también ayuda a reducir el estrés y baja la presión arterial, así como lleva a ver las cosas de un modo más positivo. Quizás por ello es una buena idea hacerlo antes de tomar una decisión que cuesta.
Los beneficios de la siesta llegan en ocasiones desde áreas un tanto sorprendentes o inesperadas, como la tolerancia al dolor. Eso es lo que se acaba de concluir en el 'XX Congreso de la Sociedad Española del Dolor (SED)', que se celebró en León hace unas semanas y en el que se presentaron varios estudios que la conectaban con una mejor tolerancia al dolor.
Dormir mal hace que la tolerancia al dolor se reduzca, pero una buena higiene de sueño ayuda. Para sobrellevar mejor el dolor crónico, los especialistas estiman que mejorar la calidad del sueño importa. Dormir bien por las noches es fundamental, pero una pequeña cabezada por las tardes suma. “Una siesta de 20 minutos ha demostrado que puede revertir los cambios en la percepción del dolor inducidos por la falta de sueño, lo cual es significativo para comprender cómo el descanso corto puede influir positivamente en la regulación del dolor”, explicaba al hilo de las conclusiones la doctora Hélène Bastuji, investigadora del Centro de Investigación de Neurociencia de Lyon (Francia).
Eso sí, aunque la siesta puede aportar mucho a la salud física y mental, tampoco hay que dejarse llevar a la hora de dormir por las tardes. Si algo suelen recordar los análisis de las voces expertas es que la siesta no debe ser cuestión de horas. Dormir en exceso lleva a despertarse con la mente poco clara: tiene incluso nombre, borrachera de sueño. Lo mejor es que no supere la media hora. El cómo y el dónde ya quedan a gusto de cada persona: desde ponerse el pijama y meterse en cama o dar una cabezadita rápida en el sofá.